Loving Vincent: Primera película pintada al óleo cuadro a cuadro
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Loving Vincent es el nombre del largometraje de animación que marcará un antes y un después en la historia del cine. Su estreno mundial tuvo lugar en junio último en el Festival de Animación de Annecy, donde fue ovacionado durante diez minutos y recibió el Premio del Público.
Razones sobran porque se apunta como la pionera en emplear la inédita técnica de «cine al óleo» para contar, partiendo de sus cuadros y cartas, sobre los últimos tiempos del pintor holandés y rondar el misterio de su muerte, sobre la que aún hoy se especula si fue realmente suicidio o asesinato.
Como esta primera película pintada a mano nació de una auténtica admiración y casi pasión por el holandés que amaba el amarillo, no podía ser más que éxito lo que encontrara al final del tortuoso camino para su realización.
Y sí que fue tortuoso. Tuvo su génesis hace nueve años.
Su embrión fue un cortometraje de animación concebido por la animadora y pintora polaca Dorota Kobiela. Luego de concluir su trabajo en un estudio de animación, sintió que «necesitaba empezar a hacer algo mío y mezclé mis pasiones: la pintura y el cine. Leí las cartas de Vincent Van Gogh y me encantaron: son pasionales, honestas y genuinas. Pensé que tal vez debería hacer una película sobre su vida y que yo misma debería ponerme a pintarla. En principio, no iba a ser más que un cortometraje de animación titulado Vincent», declaró a Cineuropa.
Cuando decidió saltar del corto al largometraje con el respaldo de la productora BreakThru Films, pensó que ella sola, licenciada en Bellas Artes, podría asumir la pintura de cada fotograma. Pero se percató de que le llevaría unos 21 años concluir tal faena.
Optó entonces por compartir su proyecto con quien ya compartía su vida, el cineasta británico Hugh Welchman (merecedor de un Oscar al mejor corto de animación en 2008 por Pedro y el lobo, basado en la obra de Prokofiev).
Cuentan que Welchman fue, en una ocasión, a disfrutar de una exposición sobre las cartas que escribiera Van Gogh, y fue enorme su entusiasmo al constatar que había personas haciendo fila por más de tres horas para poder situarse frente a aquellos antológicos originales.
«Pensamos —refirió— que si todavía genera tanta atención, tal vez hubiera un público para un largometraje de animación sobre su vida, y tal vez merecía la pena implicarse en un proyecto de alto riesgo como este, aunque nuestra valentía no es nada en comparación con la que tuvo Vincent».
Al final, quedó un maravilloso largometraje de 80 minutos cuyo tráiler ha resultado un éxito en las redes sociales desde el año pasado.
Para el despegue contaban con veinte pintores polacos y luego duplicaron la cantidad. Después, reclutaron también artistas ucranianos, y cuando vieron que también «se quedarían cortos», apareció un salvador video en Youtube con el que no contaban.
Douglas Booth, un youtuber, subió a la red una corta grabación sobre el rodaje de la película, y de momento se volvió viral. A partir de ese instante, les llovieron a ambos productores las solicitudes de artistas de todo el planeta, hasta llegar a unas cinco mil, con sus correspondientes currículos. Finalmente, eligieron a 120 de 20 países.
¿Cómo pintar una película?
Su presupuesto no fue alto: solo 5,5 millones de dólares. Y es que los inversores no tenían claridad de qué debía esperarse de una cinta experimental como la que le anunciaban sus productores. Pero no había otra película que aportarles como referente, porque Loving Vincent iba a ser única.
Se escribieron siete borradores del guion y, finalmente, quedó el que tenía como hilo conductor al personaje del hijo de Joseph, el cartero de Van Gogh, probablemente su único amigo verdadero y uno de los enlaces entre sus centenares de cartas y el destinatario: Theo Van Gogh, hermano del artista.
En el filme, Armand Roulin, el hijo del cartero del artista, uno de los personajes de la vida real inmortalizados por el holandés en sus lienzos, será el encargado de ser el hilo conductor del filme, en busca de los verdaderos motivos de la muerte del pintor de los girasoles.
Se pone en duda su suicidio: no se encontró la pistola, que, por demás, disparó contra el estómago, sitio bastante improbable para un suicida; la última carta que escribiera a su hermano rebosaba optimismo y, además, acababa de hacer un prolífico encargo de materiales para pintar.
Para concretar el argumento, un total de 125 artistas de 20 países insuflan vida a las obras del holandés, empleando su mismo estilo de pinceladas vigorosas. Como resultado, fueron creados 65 mil cuadros pintados sobre lienzos de 70 x 51 centímetros, cada uno un fotograma; pasan 12 x segundo para animar la película.
Durante unos cuatro años, los pintores seleccionados llegaban diariamente a un enorme hangar ubicado en el Parque de Ciencia y Tecnología de Gdansk, al norte de Polonia, y allí, entre los vapores del óleo y el aguarrás, en una atmósfera casi surrealista, iban dando vida a la película, cuadro a cuadro. También laboraron en la ciudad polaca de Wroclaw y en Atenas.
Buscando que existiera homogeneidad en el resultado, se creó a todos las mismas condiciones de luz y para ello, fueron construidos puestos de trabajo idénticos compuestos por un pupitre, dos lámparas, una pantalla difusora y un proyector que multiplicaba las obras del artista sobre los lienzos que servirían de base a cada fotograma.
Para crear el primer fotograma a partir de una obra de Van Gogh, a veces se invertía hasta tres días, en dependencia de su complejidad. Luego, sobre ese mismo se rapaba y se pintaba el siguiente, para ir dando la sensación de movimiento. Estos sucesivos podían demorar entre cinco horas y quince minutos.
Como también hubo actores que, encarnando los personajes pintados por el hombre de cabello y barba rojos, daban vida a la trama; estos eran grabados contra una pantalla verde. «Apenas pudimos realizar decorados, tuvimos que usar la pantalla verde, porque los cuadros de Van Gogh desafían las leyes de la Física y la perspectiva», explicó la directora polaca Dorota Kobiela.
Su esposo y coguionista precisó que «decidimos no inventar ningún cuadro de Van Gogh, sino, a lo sumo, “reimaginarlos” cuando era necesario a los efectos del guion. Por ejemplo, cambiábamos la luz del día por luz nocturna o un paisaje invernal por uno veraniego. Si queríamos mostrar acontecimientos que Vincent nunca pintó, algo que llamamos “una reconstrucción de la memoria”, empleábamos animación en blanco y negro. La segunda norma era no cambiar los hechos de la vida del artista».
Entre las obras «revividas» del holandés —a la vanguardia del post impresionismo— para este largometraje, pueden encontrarse Noche estrellada sobre el Ródano (1888), Terraza de café por la noche (1888) y El dormitorio en Arlés (1888). También respiran entre fotogramas retratos como los que hiciera al doctor Gachet, a Louise Chevalier y, sobre todo, a quien ha devenido protagonista de esta singular cinta: el joven Armand Roulin.
En suma, fueron empleados íntegramente 94 cuadros de aquel prolífico creador, y de otras 31 obras suyas se utilizaron fragmentos o sirvieron de referencia.
De las miles de recreaciones confeccionadas para Loving Vincent, fueron seleccionadas unas 70 para conformar la exposición que, desde el 14 de este octubre y hasta el 28 de enero del año que viene, permanecerá abierta en el Noordbrabants Museum de ’s-Hertogenbosch, a unos 80 kilómetros al sur de Amsterdam.
Como la cinta bien lo merece, la exposición revela también cómo fue lograda, mostrando grabaciones de cómo fueron facturadas las obras y de cómo fue naciendo esta novedosa película.
Además, el visitante cuenta allí con la posibilidad de «entrar» a una obra de Van Gogh por medio de una pantalla gigante. La muestra culmina con un recorrido por el pabellón del museo dedicado a Van Gogh, que particularmente se concentra en las obras que creara durante su estancia en la provincia de Brabante, en especial en la localidad de Nuenen, donde transcurrió la mayor parte de su vida artística.
Algunos de los cuadros empleados en la cinta se encuentran hoy a la venta.
El arte es para consolar a aquellos que están rotos por la vida
La de arriba es una de las frases de Vincent contenidas en sus tantísimas cartas a Theo, su hermano menor, que era marchante de arte en París, y de las que se conservan unas 650.
Pocas aventuras hay más gratificantes, y a la vez desconsoladoras, que adentrarse en este epistolario del que existen innumerables ediciones en el mundo bajo el título Cartas a Theo.
En ellas se pueden encontrar sentencias como «Prefiero pintar los ojos de los hombres a las catedrales», «Solo delante del caballete pintando siento un poco de vida» y «El arte es un combate. En el arte es necesario hasta jugarse la piel».
De quien así escribía, solo era posible que nacieran obras tan geniales como las llegadas al presente y que inspiraran a Dorota Kobiela y Hugh Welchman para su película.
Aquel holandés magnífico y atormentado que pintó unos 900 cuadros (entre ellos 27 autorretratos y 148 acuarelas) e hizo más de 1 600 dibujos, murió en la miseria. En vida, solo llegó a vender tres de sus obras a precios hoy irrisorios.
A propósito, escribía a Theo: «la sensación que tengo como pintor es que carezco de cualquier tipo de trascendencia».
Sin embargo, en otras ocasiones se desdecía asegurando que «llegará un día, sin embargo, en el que se verá que esto vale más que el precio que nos cuestan las pinturas y mi vida».
Y así ha sido. Entre las obras más famosas y cotizadas del mundo se ubican algunas de las suyas, como Lirios, que fue vendida en 1987 por 53,9 millones de dólares en la galería Sotheby’s, de Nueva York. También el retrato que hiciera a su doctor Gachet fue vendido en 1990 por 82,5 millones, cifra que impuso un nuevo precio récord.
Actualmente, el cuadro está valuado en 149,4 millones. En 1897, esa misma obra fue vendida por la cuñada de Vincent en 300 francos y se dio por muy satisfecha. Paradojas del destino.
El 30 de marzo último se cumplieron 164 años del natalicio de aquel holandés autodidacta e imperecedero, del cual, lamentablemente, algunos solo tienen por referencia al grupo español de rock que lleva por nombre La Oreja de Van Gogh.
Pero aun así, de haber podido multiplicar su voz, Vincent, el amoroso Vicente (Loving Vincent), hubiera continuado repitiendo, terco y enfebrecido: «Encuentra bello todo lo que puedas...»
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