Crónica del primer juego de la gran final: Industriales 2, Ciego de Ávila 3
especiales
Ayer estuve en el Latino. Tuve suerte, porque llegué al filo de las dos –el estadio repletísimo, bullente–, y un amigo me coló en la ansiada zona de los palcos, a la izquierda del home. Un aficionado con su cornetín destrozaba con alevosía los tímpanos de quienes nos hallábamos indefensos en la fila anterior a la suya. El Latino con Industriales discutiendo el cetro es, como la Tropical con los Van Van, uno de los momentos (lugares) imprescindibles de la cultura cubana. Pero hay que ir preparado para perder la audición y la voz, al menos por dos días. Por suerte, eliminaron los aplausos grabados que escuché en la subserie pasada. En el Latino la gente tiene que gritar y aplaudir lo que estime: el sonido grabado no debiera jamás suplantar o disminuir la reacción espontánea (el sonido natural, con sus tambores y cornetas) del público. Cuidado con esto. Cero tras cero, el juego llegó a la séptima entrada. Los azules apenas conectaron un hit en seis entradas. Vladimir cortaba el aire con envíos de 95 millas y excelente control; Odrisamer se las arreglaba para espaciar los hits y desesperar a los potenciales impulsores, con su sonrisa burlona y su gorra de medio lado. Buena noticia para el béisbol cubano es la presencia de, como mínimo, cuatro lanzadores de primera línea, que podrían aportarle profundidad al equipo nacional. Pero el cielo se vino abajo, y lo que había atribuido a la buena suerte se convirtió en su contrario: estaba sentado en uno de los pocos lugares sin resguardo de la zona techada. Resistimos unas cuantas jugadas, hasta que el juego fue aplazado. Entonces, decidí regresar a casa y ver la continuación del partido, que se anunciaba para las seis y media, por televisión. Mala decisión. En estas cosas puedo ser muy supersticioso. Una entrada fatal, la del reinicio, en la que el guante de Correa se tornó resbaloso –dos errores, uno para el lanzador, otro para el receptor, pero ambos debidos a la impericia del segundo–, permitieron las carreras decisivas del choque. Odio perder los juegos así: prefiero el jonrón del adversario, al error propio. Vargas sin embargo estuvo bien en la conferencia de prensa inmediatamente posterior al encuentro –que por fin, están siendo televisadas en vivo–, cuando defendió a su máscara, una noche mala la tiene cualquiera, dijo, y no le endilgó la derrota a su coequipero. En la última entrada, dos outs, hombres en primera y segunda, y el Tabares de los grandes momentos, casi producen la infalible fórmula del infarto: jonrón que dejaba al campo a los tigres. Dije casi, porque después de saltar de júbilo –pues sí, soy industrialista–, alguien me zarandió para advertirme: oooye, fue foul. Durante varios minutos estuve furioso con el árbitro, pero la sonrisa abierta de Tabares me convenció. Y claro, la magia no se repite. El juego terminó 3 x 2, favorable a los avileños, que jugaron con coraje, en un escenario temible. Hoy vuelvo al Latino. Me gustan las emociones fuertes.
Tomado del Blog La Isla Desconocida
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