La Bienal de La Habana. Sus memorias
especiales
El paso implacable del tiempo, la inminente evolución de las sociedades y el (re)surgimiento de los conceptos que tutelan la producción- artística o no-, obligan al ser humano a resguardar sus memorias.
Es esta precisamente una de las motivaciones de los escritores y artistas para crear: representar lo que ven, lo que sueñan, lo que desean, lo que dejan atrás o lo que está por venir y pronto se convertirá en historia…
El libro “Memorias. Bienales de La Habana 1984-1999”, de la doctora en Artes Llilian Llanes es un claro ejemplo de ese principio protector.
Desde su visión personal, como fundadora de este evento, directora de él y de su institución rectora: el Centro Wifredo Lam, la autora acaba de presentar un material que deviene un texto fundamental para artistas, estudiantes, críticos y todo el que se interese en el arte contemporáneo, especialmente de América Latina, Asia y África.
Con un lenguaje diáfano y desenfadado, profundo y exigente, Llilian recuenta y reinterpreta los primeros 15 años (número simbólico para los cubanos) de La Bienal de La Habana, calificada como uno de los acontecimientos más trascendentales del arte cubano en el siglo XX.
Además de sus experiencias, el texto está acompañado por una vastísima galería de imágenes que dan fe del progreso del pensamiento y el accionar que impulsaron el desarrollo de las bienales en esta ciudad, además del reconocimiento a tantas otras personas e instituciones que no tenían relación con el arte y que apoyaron la marcha del evento.
Estas “Memorias” reafirman a la Bienal como una eterna aventura que poco a poco se convirtió en un espacio imprescindible para cientos de artistas en el mundo, y que incluso sobrepasó los límites de su génesis tercermundista.
Ante todo, la Bienal de La Habana ha sido valiente, desprejuiciada, novedosa, estimulante y diversa… como debe ser el arte. Por casi tres décadas ha mostrado siempre su perfil cambiante, pero coherente con sus presupuestos iniciales.
Impulsado por el Comandante Fidel Castro y amparado por un decreto oficial del gobierno cubano, el evento surgió con la idea de rendir homenaje a un maestro de la plástica cubana, Wifredo Lam, y actualmente muestra un repertorio de artistas que se han hecho grandes a partir de estos mismos encuentros.
En todos estos años la Bienal no ha dejado de ser un descubrimiento que ha dado voz a muchos creadores de la “periferia”. “Es una vocación tercermundista que llevamos en vena”, dice Llilian Llanes, quien cuenta en sus anécdotas cómo organizaban de manera casi improvisada las primeras ediciones, pero siempre “convencidos de su afán por hacer visibles a esos artistas, de los que entonces no se hablaba”.
Nuestra Bienal no tiene complejos ni paternalismos. Un objetivo siempre fue que todos los artistas pudieran intercambiar entre ellos, dice Llilian, “que los argentinos conocieran a sus colegas bolivianos, que los colombianos vieran a los brasileños… y así que todos fueran parte de algo interesante”.
La Bienal mostró al mundo generaciones de autores desconocidos y a nosotros los cubanos nos proveyó de la posibilidad de mirarnos desde un ángulo diferente, de mover el prisma según nuestra naturaleza y de ampliar la visión que teníamos del arte y del universo.
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Fernando
MAURICIO GUERRERO ALARCON
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