Eutanasia (I): Natacha cuenta su historia
especiales
Narra episodios tristes de su vida de forma pausada. Los recuerdos le hacen vivir otra vez la escena final de la existencia de su padre, Francois Bogaert —un belga que descubrió Cuba a principio de la década de los años 80'—, quien por voluntad propia decidió someterse a la eutanasia*, luego de conocer que padecía de una parálisis supranuclear progresiva, conocida como PSP**.
Ha pasado mucho tiempo y, aunque se dice que el tiempo cura las heridas del alma, presiento que su hija Natacha aún no ha podido desprenderse de esos instantes dolorosos cuando, en compañía de sus familiares más cercanos (madre, hermano, esposo, cuñada), le dijo adiós al hombre que le enseñó a amar esta isla del Caribe.
La decisión había sido tomada por él al saber que —de manera paulatina, debido a la enfermedad— perdería habilidades importantísimas de los seres humanos, tales como ver, caminar, degustar, con grandes posibilidades de llegar a la enfermedad de Alzheimer.
Primero pensamos que tenía Parkinson, aunque no le temblaban las manos —explicó Natacha—. No quería ir al médico, decía que no tenía nada. En la primavera del 2014, mientras manejaba, su automóvil se apagaba y chocaba con los contenes.
«Él manejaba desde los 18 años, era buen chofer, y eso me llamaba la atención. Mi madre atribuía estos problemas a la vista, pero yo lo asociaba a una dificultad neurológica. Luego lo convencimos para buscar ayuda médica.
«En mayo del 2015 vino a Cuba; sabía que sería su último viaje al país que tanto lo había cautivado. En esos momentos, no creo haya pensado en la eutanasia, pero en el aeropuerto tuvimos que pedir una silla de ruedas porque no podía caminar bien, ni mover los ojos, viraba la cabeza para mirar hacia atrás, perdía el equilibrio y tenía cambios emocionales. Lo mismo reía que lloraba mucho».
Unos meses después, vía telefónica, la madre de Natacha le comunicó la decisión de su padre: se sometería a la eutanasia, era la única vía posible para evitar tanto sufrimiento personal y familiar. Esa determinación hizo que Natacha planificara un viaje a Bélgica en compañía de su esposo y de sus dos hijos.
La noticia —lógicamente— la puso muy sentimental. «Lloré mucho, pero lo entendí. Si al final la enfermedad lo iba a dejar sordo, ciego, sin poder caminar, padeciendo de Alzheimer, siendo un vegetal, ¿por qué aferrarse a la vida?
«Él no quería ser una carga para la familia y estaba consciente de que todo le tocaría a mi mamá —quien también tiene otros padecimientos propios de la edad—. Tenía dificultades para sostenerse, se caía mucho, y ya ella no tenía fuerzas para poder ayudarlo».
¡Llegó el momento!
El 2 de noviembre del 2015 la eutanasia se hizo efectiva. Tres doctores ya habían certificado que la enfermedad era incurable y Francois escribió su consentimiento.
Entonces la familia lo coordinó todo. Esa noche, antes de que llegara el doctor de la familia, pidió a sus hijos que le pusieran la televisión para ver su serie acostumbrada, como si al día siguiente pudiera continuarla. Sobre las ocho sonó el timbre de la puerta. ¡Había llegado la hora!
«Mi papá empezó a llorar cuando tuvo al médico frente a sí, entonces este le dijo: “No es obligado hacerlo, si quieres puedes decir no”. A lo que él respondió que mantenía sus intenciones.
«En la plenitud de sus capacidades organizó la ceremonia fúnebre. Se despidió de sus amigos y conocidos, y pidió que no fueran invitados quienes no le dieron el último adiós».
Relató que ella y el hermano salieron de la habitación cuando el médico lo inyectó, solo quedaron la esposa y demás familiares. El sufrimiento había llegado a su máxima expresión. Luego vinieron los trámites acostumbrados, la funeraria, la cremación, el brindis (es lo habitual en Bélgica).
Epílogo
Natacha reside aquí hace muchísimos años. Sus hijos son cubanos y en esta tierra han encontrado felicidad y amor. A su padre, precisamente, le debe todo eso. Francois Bogaert llegó a Cuba a principio de la década de los 80' formando parte de una brigada de solidaridad.
La estancia de dos meses transcurrió en el campamento internacional Julio Antonio Mella, ubicado en el municipio de Caimito, al sur de La Habana, y desde entonces quedó fascinado por este pueblo y su gente.
Ese cariño inmenso lo transmitió a sus hijos, por lo que unos años después Natacha (con 14 años) y su hermano menor (con 12) visitaron esta tierra por primera vez.
De ahí que los lazos entre ella y su progenitor resultaran entrañables. Natacha siempre lo complació, por eso durante muchos años le envió de manera periódica alguna prensa cubana. Era una forma de que él mantuviera los vínculos y estuviera actualizado sobre lo que aquí acontecía. Francois murió como deseó, en su hogar, junto a su familia, después de haberse despedido de todos, también de sus amigos y parientes cercanos.
En la ceremonia final —y a solicitud propia— se escucharon tres canciones de su preferencia. Una de ellas, la última, fue Girón: la victoria, interpretada por la cantautora Sara González. De alguna manera, el belga también había vencido y le había jugado una mala pasada a la muerte.
Continuará...
*La eutanasia es la acción u omisión que acelera la muerte de un paciente desahuciado con la intención de evitar sufrimientos. El concepto está asociado a la muerte sin sufrimiento físico.
**La parálisis supranuclear progresiva es un trastorno del cerebro poco común que afecta el movimiento, el caminar (la marcha), el equilibrio, el habla, la deglución, la visión, el estado de ánimo, el comportamiento y el pensamiento. La enfermedad es el resultado de daños en las células nerviosas en el cerebro. Los cálculos varían, pero solo de tres a seis de cada cien mil personas en todo el mundo la padecen.
Añadir nuevo comentario