Aficiones: batallas paralelas en play-off del béisbol cubano
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Las gradas también son campos de batalla en las semifinales del campeonato cubano de béisbol, con rivalidades que amenizan los partidos, e incluso los opacan.
Es obra de peñas beisboleras y aficionados que recorren el país tras su equipo, armados de sirenas, cornetines, y cuanto artefacto exista con posibilidad de generar música, o al menos ruido.
En esta central ciudad de Cuba, cuyo equipo regresó a semifinales tras una remontada de película, reina el entusiasmo, la expectativa y cierta dosis de escepticismo ante una serie impredecible.
Imágenes de tigres -la mascota del equipo local, antaño asociado a las piñas- pueden verse por doquier, y para muchos la serie que comienza hoy contra Granma es un mero trámite camino a la final.
Sin embargo, los Alazanes granmenses llegan con la confianza que insufla el saberse excedidos, y la garantía de contar con quien llaman el Caballo de los Caballos, el slugger Alfredo Despaigne.
Visto así, estas finales parecen un disparatado zoológico donde no solo se enfrentan Tigres y Alazanes, sino Leones y Cocodrilos, como ocurre en el duelo occidental de Industriales y Matanzas.
Y en el amor al béisbol, que en Cuba alcanza cotas furibundas, la razón es relegada, si acaso, para debates y tertulias posteriores, porque durante el juego hay cero concesiones al rival.
Cada territorio del país tiene una idiosincrasia y una pasión que defiende con pocos recursos y mucha imaginación, pero sobre todo, contagiosas congas que solo se apagan con las luces del estadio.
Como adelanto, anoche en el estadio Victoria de Girón chocaron varios pesos pesados de la rumba cubana, como los Muñequitos de Matanzas, los Guaracheros de Regla y la Comparsa de la FEU.
Eso sin contar la profusión de carteles, pancartas, cánticos e iniciativas que ensalzan y denigran, para levantarle la moral a unos, y hundírsela a otros, año tras año, decepción tras decepción.
Algunos ya se cansan, como los seguidores de Villa Clara, aún sin reponerse del insólito revés de 2010, en una final que tenía ganada a Industriales, una novena odiada y venerada como ninguna en Cuba.
De hecho, precisamente un industrialista fue inmortalizado por su amor al equipo: Armandito el Tintorero, animador de la banda de tercera del estadio Latinoamericano, donde una estatua honra su inagotable entusiasmo.
Y cada equipo tiene sus personajes emblemáticos, a veces anónimos, pero fieles, iniciadores de olas humanas, coreógrafos de tribuna, poetas del aliento y el insulto, capaces de sazonar un partido insípido a puro grito y palmada.
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