Destino: Santa Clara (+ FOTOS)
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Cuando se llega a Santa Clara, parece que se ha llegado a un sitio conocido. La ciudad recibe al viajero sin estridencias, no provoca grandes asombros, ni angustia con sus desastres. Sencillamente, acoge al que llega como si nunca se hubiera ido. Es difícil sentirse un extraño en ella. Pero nacida de viejas leyendas, la ciudad esconde su encanto de la vista. Sus lugares están patinados por lo mítico, y en sus calles se han librado varias batallas. Santa Clara recibe tranquila, pero si el peregrino descubre sus secretos puede ser que perciba un cansancio de siglos, desazón de villa medieval, que la ciudad trata de ocultar con una sonriente ligereza.
La ciudad vino en las alforjas de familias que llegaron de Remedios. Se cuenta que huían de corsarios y piratas, y también de los demonios que asolaban aquella villa. Aquí se sintieron a salvo y establecieron su parada. Sobre una colina cercana al río, junto a un tamarindo, fundaron el nuevo pueblo. Si esto fue así, la ciudad estaba predestinada a la candidez: una ciudad nacida de un arbolillo de tamarindos siempre será urbe sencilla; en sus muros se deslizarán eternas las sombras del campo. Hace unos años, junto al tamarindo, los muchachos se bañaban en el chorro de agua fresca de un pozo que ya no existe.
Muy cerca del tamarindo fundacional se alza el templo dedicado a Nuestra Señora del Carmen, construido para recordar el establecimiento de la villa. Es tan sencillo que parece barro amasado por las manos de un demiurgo y puesto a secar bajo el sol de la plaza. Líneas limpias en la arquitectura serena. Sus muros tratan de olvidar la tragedia que una vez guardaron. Durante la guerra, la iglesia fue cárcel de mujeres patriotas. Hoy es un templo silencioso. En sus escalinatas, retozan los niños durante el día. En las horas, su espadaña se dibuja mansa hacia el cielo.
El puente O’Donnell es un lugar sin gloria. Pocos se percatan de la gracia con que sus ladrillos trazan un arco sobre la cañadita sucia. Fue inaugurado a mediados del siglo XIX para homenajear una visita que hiciera al pueblo el gobernador de la isla. Pero el pomposo nombre del gobernante ha sido borrado por brochazos de cal y, sobre todo, por el folclor popular. Se cuenta que allí se detenían los cansados cortejos fúnebres en su camino al cementerio. Sobre el puente, la villa le decía adiós a sus muertos. La voz del orador purificaba a los difuntos y soslayaba sus pecados en vida, eran olvidadas las posibles perversiones. Y la ironía del pueblo rebautizó el lugar: el puente de los buenos.
La estación central de ferrocarriles de Santa Clara es uno de los orgullos de la ciudad. La ampliación del edificio fue uno de los regalos que Marta Abreu, la mítica mecenas, le ofreció a su pueblo. Sus espacios son sobrios, y fueron diseñados para una época en que se viajaba menos y con calma. Su andén ha sido la primera tierra villareña que muchos han pisado. Es, como todo andén, círculo de bienvenidas y adioses. Más de una historia de crecimiento ha comenzado aquí. Desde este lugar, el camino de hierro se ha llevado a algunos para siempre.
Muy cerca de la estación está la escuela primaria Viet Nam Heroico. El edificio, toda una manzana, antes fue la escuela normal, formadora de maestros, de la ciudad, la mejor de la zona. Después de derrocado Machado, en este centro se ensayaron novedosos métodos de educación. Personalidades como Emilio Ballagas, María Josefa “Pepilla” Vidaurreta, Domingo Ravenet, en su claustro de profesores, conmocionaron la vida cultural de la ciudad. Maestros de la plástica de vanguardia cubana pintaron murales en sus paredes. Los niños que corren hoy por sus corredores deben saber que su escuela es uno de los museos más valiosos de la ciudad. En las galerías que dan al gran patio central, se destiñen eternamente las pinturas de René Portocarrero, Jorge Arche, Amelia Peláez, Eduardo Abela, Mariano Rodríguez, Alfredo Lozano, Ernesto González Puig y Domingo Ravenet. La conservación de estas pinturas es una tarea sin dilación para los responsables del patrimonio de la nación. Siempre es un privilegio aprender a dos pasos de una obra de arte.
Santa Clara gira alrededor del parque Leoncio Vidal, el héroe independentista que murió en esa plaza. Para los santaclareños “el parque”, es el centro de toda la vida social. Aquí se encuentran los amigos, se citan los amantes, se extrañan los seres queridos. Los padres pasean a sus hijos, y se aglutinan los jóvenes en grupos bien definidos. En la distancia, la plaza está señalada por el hotel Santa Clara Libre, despliegue vertical y simple del art decó, que se divisa de todos los puntos de la ciudad. En sus muros aún se pueden observar las cicatrices dejadas por las balas, recuerdo notable de la batalla que en la ciudad protagonizaron las tropas rebeldes comandadas por el Che Guevara.
También frente al parque se alza el teatro La Caridad, otro regalo de lujo que ofreciera Marta Abreu a los santaclareños. Es un coliseo al estilo italiano, lugar ideal para espectáculos de ópera, zarzuela y ballet, muy gustados por los públicos de finales del siglo XIX. Joya de la arquitectura escénica nacional, el teatro posee una sala mediana, toda roja y azul, y sus paneles de madera están iluminados por las pinturas del artista Camilo Zalaya. Sus grandes puertas laterales abren a frescas galerías, como si en las noches de verano el teatro pudiera transformarse en un pabellón ante la plaza. Cuando uno entra en su sala, lo asalta la curiosa sensación de haber caído dentro del estuche de joyas de alguna dama decimonónica, por ser lugar acogedor, cálido y vistoso, con aires de época pasada. El gran Caruso cantó en su escenario y su voz se escuchaba en las calles aledañas.
Frente al coliseo, en el parque, está ubicada la fuente del niño de la bota infortunada. Este es un sitio con imantación, sobre todo para los niños de la ciudad. La escultura fue comprada en Nueva York, y representa a un niño de la guerra de secesión norteamericana, de esos que acompañaban a las tropas y asistían a los soldados, que recogían en sus botas el agua de los ríos para darle de beber a los heridos. Varias figuras como esta están desperdigadas por el mundo. Para los habitantes de la ciudad el niño de la bota es una pieza única. Más que una fuente, es un símbolo querido de la ciudad que ha acompañado casi cien años. La figura de hoy es una copia realizada a finales de la década de los 80 del siglo pasado. La original descansa destrozada en las salas del museo de provincial.
En estrecho sistema con la glorieta que acoge las retretas de la banda municipal, una estatua dedicada a la notable Marta Abreu establece el centro del parque Vidal. La patricia dispuso de parte de su fortuna familiar para el bien de sus coterráneos. A ella se asocian las palabras educación y cultura, caridad y virtud. Abreu quiso insertar a su ciudad entre las grandes urbes del país, y no escatimó esfuerzos y recursos. También puso su riqueza a disposición de la independencia de Cuba. La escultura que la recuerda fue realizada en París, en contra de su voluntad. Prefería que el dinero que había recogido su pueblo para el homenaje fuera destinado en la lucha de emancipación de su patria. La entereza de la mujer hizo que Máximo Gómez le ofreciera simbólicamente sus propios grados militares. Sobre su pedestal, Marta Abreu ha dejado por un rato la lectura del libro escrito por su esposo, Luis Estévez, y ha alzado la cabeza para contemplar la ciudad que ayudó a crecer. Desde el bronce, la dama sonríe.
Muy cerca del parque Leoncio Vidal está uno de los centros sociales más reconocidos de Cuba: El mejunje. Lo que empezó siendo una peña cultural se ha convertido en un centro cultural de referencia. El mejunje es un lugar democrático, multicolor, la realización de una utopía. Obras de teatro de pequeño formato, peñas de trovadores, títeres y payasos para los niños, músicos concertistas, rockeros y músicos que comienzan, exposiciones plásticas, danzones, noches para el ensueño de travestis y transformistas. Todo se agrupa en el mismo espacio, las engañosas ruinas de una antigua casona. Lugar creado por amor, ha sido defendido con valentía del susto de algunos. Es difícil encontrar lugar tan inclusivo como El mejunje de Santa Clara. Su reconocimiento ya trasciende la isla. Con El mejunje las minorías sociales y sexuales se sintieron respaldadas, y se demostró que una sociedad de todos no sólo es posible sino también necesaria, útil.
También cerca del parque central, y a media cuadra de El mejunje, se alza el templo catedralicio de la ciudad. Es un edificio ecléctico, a medio camino entre la modestia y la ampulosidad. Por momentos evidencia que no está concluido. Ante una eucaristía en cristales, un Cristo blanco abre los brazos al parroquiano. Corona el edificio, entre dos torres, una imagen de Santa Clara de Asís, patrona y abogada de la ciudad, que porta el sagrario dorado. En su interior, las naves son amplias y lucen vacías. Guarda la pila bautismal de la antigua parroquial mayor, la pila que bautizaba como “pilongos” a los nacidos en estas tierras. También se encuentra la antigua imagen de la patrona de la ciudad, traída desde Barcelona. En la entrada del templo se encuentra emplazada una estatua monumental. Es una representación de la Inmaculada; durante décadas, la escultura estuvo sumergida en un pantano. Era una Virgen para los caminos pero, luego de su curiosa peripecia, hoy es conocida por muchos como la “Virgen de la charca”.
En otro lado de la ciudad, el paisaje es definido por el enigma de una cruz. Marca el inicio del puente que cruza sobre el río Cubanicay. Muy pocos conocen la razón de su emplazamiento, por eso varias leyendas giran a su alrededor. La más conocida, registrada por Samuel Feijoo, cuenta la pasión contrariada de dos campesinos. El hermano de ella, tratando de evitar la huída de los amantes, trastocó la historia en una tragedia sangrienta. Si la leyenda tuviera algún fundamento verdadero, esta cruz marcaría un sitio en la ciudad para los amores imposibles. El lugar es muy transitado pero, cuando atardece, la atmósfera de su entorno decae hasta una quejosa quietud. Un sitio triste de la ciudad.
No muy lejos está la iglesia de Nuestra Señora del Buen Viaje. Su torre eclética con elementos románicos se distingue inconfundible desde las lejanías. Tampoco ha escapado de los elementos fantásticos. Un güije que vivía en el río Cubanicay, quiso trascender su ámbito y, temerario, invadió el pueblo. En su camino, el duende se encontró con el templo y lleno de curiosidad entró en él. Cuentan que en el interior de la iglesia, la pequeña criatura hizo estragos con sus travesuras. Perseguido, huyó hacia al campanario y al verse acorralado, sobre la torre, el güije se transformó en arbusto. Todo el que pasaba frente a la iglesia, y contemplaba el arbolillo creciendo sobre la antigua torre, recordaba la historia del güije saltando como enloquecido ante el altar del sagrado templo.
Uno de los más aguzados rasgos que definen a los villaclareños es su marcada afición por el beisbol. Si bien Cuba es tierra de “peloteros”, aquí hay una particular adhesión al deporte. En Santa Clara está el Estadio Augusto César Sandino, la meca de los aficionados beisboleros de Villa Clara. Aquí radica el prestigiado equipo naranja, los héroes del deporte provincial. El estadio está ubicado junto a la feria agropecuaria de la ciudad: carnes y viandas, frutas, beisbol y vegetales. En Santa Clara “la pelota” también es alimento.
Santa Clara es la ciudad de Marta Abreu, ya está dicho. Pero también, y de eso no hay duda, es la ciudad del Che Guevara. La presencia del héroe latinoamericano está por todas partes, lo impregna todo. Ernesto Guevara entró a la fuerza en la ciudad al frente de sus tropas. Aquí entabló una batalla decisiva. Luego regresó a impulsar el desarrollo del lugar. Desde esos días, la ciudad lo hizo su mejor hijo adoptivo. Y lo ostenta con orgullo. La imagen más bella del guerrillero es la que está emplazada a un lado de la carretera que conecta a Santa Clara con la ciudad de Camajuaní. El Che alegórico, héroe romántico, carga en sus brazos a un pequeño niño, y avanza decidido. La historia del paladín está en sus ropas, grabada sobre su cuerpo.
A unas pocas cuadras de la estatua, también junto a la carretera hacia Camajuaní, son mostrados en un conjunto monumental, los restos del tren blindado que fue descarrilado en la batalla de Santa Clara. El convoy, era la esperanza del ejército que defendía los intereses del dictador Fulgencio Batista. Con su carga de armamentos iba hacia oriente para fortalecer las tropas antagonistas. Al ser descarrilado, catalizó el final de la pelea. Hoy, los restos de esta caravana son un peculiar museo, concurrido por turistas nacionales y extranjeros.
También bajo el aura de Ernesto Guevara, la conocida Loma del Capiro describe la geografía de la ciudad. No hay santaclareño que no la haya subido, incluso cuando el lugar carecía del sistema de escalinatas que permite la subida hasta el monumento que hoy la corona. Subir la Loma del Capiro siempre es emocionante, está poblada por una naturaleza hermosa y en su cima está el mejor mirador. La ciudad se despliega bellísima alrededor de sus faldas. El visitante que la escala al final de la tarde, disfruta el mejor rostro que Santa Clara puede ofrecer: la ciudad vibrando bajo la última luz del sol.
Los restos del cuerpo del Che Guevara fueron encontrados en Bolivia a finales del siglo pasado. Ante el hallazgo se decidió que estos regresaran a Cuba y que su destino final fuera la ciudad de Santa Clara. La Plaza de la Revolución dedicada a su memoria acogió la pequeña urna que guarda la leyenda. El lugar se ha convertido en un sitio de culto, de constante peregrinación. Pocas ciudades cuidan el reposo eterno de un personaje mítico.
Hace unos años se escuchaba que el boulevard más hermoso de Cuba era el de Santa Clara. Hoy quizás ya no sea así. Construido en la más importante arteria comercial de la ciudad, a unos pocos metros del parque Vidal, también comparte el privilegio de ser el centro alrededor del cual gravita la vida social de la ciudad. Puede que ya no sea el más bello de Cuba, pero los santaclareños están muy orgullosos de su boulevard. Es difícil encontrarlo vacío. De un lado al otro caminan las familias, personas que van o vienen de sus trabajos. Bajo los toldos de sus cafeterías, los jóvenes prefieren hacer sus tertulias. El boulevard de Santa Clara es un lugar que el viajero siempre recordara de la ciudad. En él, la antigua Villa de la Gloriosa Santa Clara se renueva y se muestra como quiere ser: una ciudad cosmopolita y para siempre joven.
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Maykel
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