UNEAC: Mucha historia, mucho futuro
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Hay que decirlo: la historia de la Uneac es en buena medida la historia de la cultura cubana de todos estos años. Por una razón sencilla: los más importantes creadores de esta isla, los que han conformado el fresco maravilloso de la cultura cubana, fueron, han sido, son miembros de la Uneac.
Miguel Barnet, el presidente actual de la organización, ha instado a fijarse precisamente en el nombre: Unión de Escritores y Artistas. En la palabra “unión” está la clave. La Uneac no es una organización de elites o de tendencias. Apuesta por la unidad, que es la garantía de la pujanza de la vida cultural cubana.
Es, eso sí, una organización de vanguardias, que va más allá de los asuntos puramente gremiales, aunque algunos todavía confundan a la Uneac con una organización sindical. Y va más allá de los problemas puntuales de los creadores porque tiene una decidida vocación social. No se trata solo de mirar hacia dentro (y está claro que son legítimas y necesarias las discusiones sobre el acto creativo, la teoría y la práctica de la cultura, las corrientes estéticas, la historia del arte), también hay que proyectarse hacia todos los ámbitos de la sociedad, participar en el debate público, aportar ideas, puntos de vista, incluso, soluciones a problemáticas actuales.
En el proyecto de nación que defendemos, la cultura nunca ha sido, nunca será elemento ornamental, intrascendente, banal… La cultura, asumida en su más amplia concepción, es el sostén mismo del proyecto, columna vertebral de las ideas y de la satisfacción de las demandas espirituales del pueblo. De ahí, la importancia de los debates que ha liderado la Uneac sobre aspectos polémicos y al mismo tiempo fundamentales en la sociedad cubana contemporánea: los esquemas de acceso popular al arte y la literatura, el rol de los medios de comunicación, los desafíos de la educación cubana, la lucha contra todo tipo de discriminación: por género, por color de la piel, por orientación sexual. En ese sentido, resulta vital el trabajo de las Comisiones de Trabajo permanente, que velan por la vigencia de los debates más allá de los congresos.
Queda claro que la organización sigue fiel a sus principios fundacionales; pero los tiempos son otros. En años de apabullante globalización, del imperio adormecedor de la banalidad (es más, de la banalidad y la tontería asumidas como estilo de vida)… necesitamos una organización incisiva, con argumentos, que devenga conciencia colectiva sobre la necesidad del arte y la literatura. Sin cultura no se puede hablar de libertad, mucho menos de identidad.
Nadie piense que es un asunto menor. En el panorama actual, algunos de los más efectivos esquemas de dominación imperial son precisamente culturales. Hay que tener la inteligencia para separar el grano de la paja, para promover lo mejor.
Los valores de la cultura auténtica son universales. Nuestro orgullo es contribuir a ese patrimonio. La Uneac tiene que seguir siendo espacio privilegiado de la cultura cubana, la voz de sus protagonistas. 55 años no son pocos, y claro que hay que celebrarlos.
Pero se impone una reflexión sobre el futuro. El devenir de los artistas, necesariamente, es el devenir de la nación.
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