Ernesto Fernández: toda la vida en una imagen
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Pudiera parecer una redundancia, pero es así: para Ernesto Fernández, fotógrafo cubano que recibió hace unos meses el Premio Nacional de Artes Plásticas, todo es una fotografía. Es fácil darse cuenta de eso al conversar con él, escuchar sus experiencias, hojear sus libros… y aún es mucho mejor cuando se trata de alguien con quien podemos compartir nuestras propias pasiones, como el retrato y la polémica cultural.
Para nadie es un secreto que todo ser creador respira y desprende arte, ya sea en el instante de generar una obra como en un momento de aparente reposo, durante el cual siempre puede sorprender ese ángel que nos guía las manos y convierte un hecho corriente en un suceso memorable, eterno.
Ernesto Fernández tiene ahora la más alta distinción que puede lograr un artista de su tipo en su país, pero no alardea de eso, no le hace falta. Sus fotos hablan por sí solas.
«Realmente el premio me sorprendió mucho, no me lo esperaba, es un regalo, cuya repercusión no comprendí inmediatamente. Luego de haberlo interiorizado, la noticia me hizo reconocer los muchos amigos que tengo. Sé que la propuesta salió de la Casa de las Américas y de la escritora Luisa Campuzano, eso me alegró mucho. Me reconforta también que la mayoría de los jurados que me otorgaron el lauro fueran pintores». Solo dos fotógrafos han recibido este premio en Cuba: Raúl Corrales y ahora Ernesto Fernández.
«Dediqué el premio a Félix Arencibia y Marucha (María Eugenia Haya Jiménez). Ambos fueron grandes promotores de la fotografía cubana. Por él pasaron los mejores fotógrafos cubanos de las últimas décadas, y gracias a ella se conoció a los que hacían fotografía después de la Revolución.
«Este reconocimiento me ha ayudado a volver a ver mis fotos publicadas después de más de 20 años».
En noviembre próximo este artista hará una exposición en el Museo de Bellas Artes y estará con su hijo Ernesto Javier en la Bienal de La Habana, que se acerca.
«Me gustaría que se viera mis reportajes, es de lo que más tengo. Espero que la muestra de Bellas Artes refleje esos primeros años de Revolución de los que dejé testimonio. Cuba en esa época fue noticia en todo el mundo. El cubano -sin olvidar toda la labor de Martí- fue elevado a una categoría universal, la gente nos idolatraba».
Entre los 6 mil negativos que integran la obra de Ernesto están las imágenes de La Habana antes y después de 1959, la emoción de la gente en la calle el 1.o de enero de ese año, la historia de las microbrigadas, Fidel y el Che cortando caña, los jóvenes heroicos de Girón, la lucha contra bandidos y piratas, la desgarradora Angola, con niños heridos y madres llorando…
«Yo venero y adoro la fotografía. Fue lo que me enseñó el significado del tiempo, porque en ella se detiene el mundo, una época, la vida de una persona. Y eso es lo más poético que tiene, en la fotografía todo se queda para siempre como estuvo una vez… En un buen retrato está la esencia de una persona, no se puede engañar a nadie».
-¿Se puede decidir entre lo histórico y lo artístico en una imagen?
-Esta ha sido mi vida, así que estoy obligado a tocar el problema histórico, es algo que está dentro de mí, no puedo obviarlo, pero a la vez no puedo olvidar el sentido de lo plástico.
Por ejemplo, en Girón yo retraté a Fidel el primer día, cuando no se sabía lo que iba a pasar, y luego le tomé fotos la última jornada. Eso tiene un valor para mí. Pero también vale la imagen de los muchachos que lucharon allí, de la gente que perdió a sus hijos, de un hombre que lanzaba naranjas desde un camión. Ahí estaba lo plástico.
Antes, cuando yo salía a hacer reportajes en fábricas con los periodistas, me interesaba más en la gente que en lo noticioso que necesitaba el redactor. Yo hacía lo necesario para el texto y luego iba lo que me encantaba: los trabajadores; en ellos encontraba un montón de historias.
Es cierto que cualquiera puede hacer una foto, pero aun así hay que pensarla bien, una buena foto lleva la visión de alguien, trasciende. Eso es lo que llamaba Cartier Bresson «el momento decisivo», que han malinterpretado. En realidad se trata de lo decisivo del momento.
No es salir a la calle con la imagen que vamos a hacer en la cabeza porque la mejor foto aparece sola cuando no lo esperas.
Uno empieza a apretar el obturador y en un momento el cerebro te avisa, la imagen te encuentra y de pronto estás haciendo lo que querías, lo memorable.
Todas las fotos del mundo están en la calle, al alcance de uno, pero no siempre las vemos.
-Hay muchas imágenes suyas de los primeros días de la Revolución. ¿Cómo recuerda el ambiente en aquel momento?
-Todos estábamos involucrados con el fenómeno, era el entusiasmo en las calles, la euforia, la gente se desdoblaba, hacía las cosas espontáneamente, todos se querían, se sentía el amor al prójimo. Y eso se mantuvo así al menos los dos primeros años después del triunfo. Fue algo irrepetible.
Luego los sucesos de Playa Girón y la Crisis de Octubre unificaron mucho al pueblo cubano. La gente se metió en la Milicia, muchos querían inmolarse, era como una deuda que querían pagar porque no pudieron estar años atrás en la Sierra con Fidel.
-Usted ha estado en muchas contiendas bélicas. ¿Qué tiene de especial la guerra?
-La guerra, tanto como la pobreza, es muy plástica porque mueve muchos sentimientos. No estoy adaptado a ver la fotografía en la abundancia. Desde siempre me llené de ese tipo de fotografía de guerra en América y en otros lugares.
El combate es muy difícil de retratar, a no ser que se filme para el cine o TV. Lo más importante de la guerra es el ser humano.
Ese fue un error que yo tuve en Playa Girón, yo entonces quería reflejar la guerra con el cañonazo y los tiros y así me perdí muchas fotos de gente, sus historias. A algunos los vi un momento y al otro día ya estaban muertos, a otros los vi caer delante de mí.
Por eso en la lucha contra bandidos y piratas y en Angola sí me dediqué al ser humano. Tuve experiencias muy tristes, vi niños morir, y sus familias enterrarlos. Conocí a un médico que amputaba a varias personas en un día, a veces yo lo ayudaba.
-¿Tuvo miedo alguna vez?
-Solo el hecho de estar ahí es un peligro, es arriesgar la vida. No es que no tuviera miedo, es que te acostumbras.
En la guerra moderna no se sabe quién te mata. Te disparan y no te das cuenta, sin embargo, ves caer a uno y se enciende un resorte en ti.
No sé por qué, pero yo nunca me vi entre los muertos, yo estaba allí como si aquello me perteneciera, como si yo debiera retratarlos. Es algo curioso.
-¿Cómo empezó en la fotografía?
-Trabajé en la revista Carteles desde los 12 años, en la década del 50, era una publicación muy famosa. Entré allí con Josefina Mosquera, ella me llevó a aprender cualquier cosa, empecé como emplanador, aunque lo que me gustaba era ser dibujante. Un día Carlos Fernández me embulló a dedicarme a la fotografía, así me inicié. Hicimos muchos reportajes de La Habana.
-¿Recuerda su primera foto?
-Sí, era horrible. La hice con una cámara que mi mamá se encontró en el hotel Inglaterra, donde trabajaba. Cuando la mostré en la revista me dijeron que era una basura, era en el malecón y a la gente que estaba en el muro no se le veía los ojos.
Me compré otra cámara y nos fuimos a Las Villas a hacer un reportaje sobre la fábrica de cerveza Hatuey en Manacas. Y las fotos quedaron tan buenas que todo el mundo estuvo encantado.
-¿Cómo fue la foto de Martí?
-Fue en el año 57, la estatua de Martí estaba siendo montada en la entonces Plaza Cívica. Fue un año de muchas construcciones de grandes edificios: el Habana Libre, el Capri, el Retiro Radial. Salimos a hacer un reportaje en la ciudad. Estábamos en la plaza y casi al irme veo la imagen: el rostro de la escultura de Martí con los ojos tapados. Le di dos o tres tomas.
Creo que esa foto nunca se publicó en esos años hasta que salió en el libro de fotografía de los años 60 de Marucha y luego la usamos en una actividad en Palacio de Convenciones.
No estuvo en muchos lugares, pero la gente la reconocía y hablaba de ella, incluso muchos la clasifican como mi foto más emblemática.
Yo soy martiano desde niño, con él me fanaticé. Y creo como él en el mejoramiento humano, en el ser humano. Creo que eso me hace ser una mejor persona.
-¿Y cuál es, entonces?, ¿tiene una foto preferida?
-Por ejemplo, la del Che que quedó en el billete de 3 pesos me gusta mucho, pero mi favorita es la de Playa Girón después de un bombardeo. Es la que tengo aquí en mi casa. A un lado hay una guagua incendiada, de ahí saqué yo 19 muertos, sin embargo, al otro lado de la carretera los milicianos continuaban su camino hacia el próximo combate. Parecía el fin del mundo y ellos no se rindieron. Creo que es una imagen muy clara del espíritu del pueblo cubano.
Quisiera que esa foto estuviera en la valla de la cafetería La Pelota en 23 y 12, donde Fidel declaró el carácter socialista de la Revolución. Es una imagen en la que cualquiera puede verse representado. Hace pensar en toda la gente que hizo la revolución. Si eso se pusiera ahí, yo sería el hombre más feliz del mundo.
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