GRABADO EN LA MEMORIA: Exposición homenaje a los 35 años del taller de gráfica del ISA
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Contrario a lo que muchos piensan, la gráfica ha estado en la avanzada de la plástica cubana. Gracias a los grabados de Dominique Serres y Elías Durnford, el mundo supo cómo era la Habana y sus lugares típicos.
Fue la gráfica la que captó, en las marquillas de tabacos y cigarros, los caracteres y situaciones de nuestro ambiente social. Asimismo, de la ilustración gráfica emergió nuestro primer símbolo visual y personaje nacional: Liborio. Con esta manifestación abre su camino nuestra vanguardia histórica en los años 20, y en el decenio aciago El Bobo asume el liderazgo crítico que demanda al país.
Con su inmediatez y andar fuera de los espacios parnasianos o galerísticos, la gráfica artística había hecho una obra visualmente accesible y estetizada para el espectador común.
El soporte se hizo trascendente, pues sirvió de espacio a las aportaciones visuales y las hizo masivas: la era de la reproductibilidad técnica se anticipaba en momentos en que resultaba una misión urgente para el arte, aunque el criterio especializado se fijara más en la pobreza del soporte y la no originalidad del impreso, por repetido y seriado, que en la propuesta artística misma, prejuicio al que se sumaba la sombra de la funcionalidad y el estigma de los géneros menores. No obstante, el artista de la gráfica se hizo visible a fuerza de mérito propio, y su obra llegó al Salón legitimador de la Academia desde los primeros años del nuevo siglo XX.
Sin reglas academicistas ni preconcepciones temáticas, la gráfica ha disfrutado de la versatilidad discursiva y la experimentación con los (sus) medios, la indagación sobre sus potencialidades plásticas, la apropiación desenfadada de las novedades materiales y del repertorio formal, “la expresión personal, pura y libre” (boletín Buril, 1951) que le caracterizó, aspectos que devinieron constantes en su trayectoria, por soportes y procedimientos, desde la añeja xilografía hasta los linóleos importados para los pisos de los ómnibus urbanos o los envases plásticos de yogurt, incursionando en el collage colagráfico, la monotipia, o el uso del cartón como soporte para imprimir, o sustituir la impresión (¡osada iconoclasia!) por la exhibición de los tacos y matrices, o explorando los atributos de la era digital para “bajarlos” al viejo oficio.
Las aspiraciones y acciones concernientes a la formación de nuevos grabados habían tenido su origen en 1928 con la cátedra de grabado inaugurada en San Alejandro por el español Mariano Miguel, continuada en 1958 por Carmelo González. Pero el camino ancho lo abriría la Escuela Nacional de Arte (ENA) fundada en 1962, con el taller de grabado iniciado por el peruano Francisco Espinoza Dueñas, quien enseñaría este arte a los jóvenes llegados de todas partes de la Isla. Poco después, la obra de aquel maestro sería mantenida y enriquecida por el recién graduado Roberto Pandolfi, seguido por Luis Miguel Valdés, quien al frente de la Cátedra de Grabado de la ENA, y acompañado por Tomás Sánchez, Enrique Pérez Triana (“el pollo”), Julio Pérez Medina y otros importantes artistas que se irían sumando, promovió la incorporación del grabado como especialidad formativa en esa escuela y en el sistema nacional de enseñanza de la plástica en Cuba a partir de 1974.
El punto culminante en la formación de grabadores llegaría a partir de la fundación del ISA en 1976. Primero con Luis Miguel y Nelson Domínguez, sus primeros jefes de Departamento; después, en los 80 con Pablo Borges, Luis Cabrera, por supuesto Luis Miguel y Luis Lara; y en los 90, con Belkis Ayón, Sandra Ramos, entre otros profesores que llevaron al grabado a insertarse en la concepción de “proyecto artístico”, estrategia del ISA iniciada en los 80, dentro de la vocación rupturista ante la propia especialidad y respecto a la noción y razón misma del arte, actitud artístico-pedagógica expandida como modelo al resto de las academias del país.
Fue así que la inagotable experimentación de los jóvenes estudiantes-grabadores, iniciada en la ENA y continuada en la ISA, alcanzó protagonismo dentro del movimiento plástico cubano con graduados como Humberto Castro, quien cambió, en su momento, el modo de hacer y de ver el grabado. Por eso, cuando hablamos del Nuevo Arte Cubano, no debemos olvidar que entre los artistas innovadores están grabadores que transformaron la historia de nuestra plástica con propuestas gráficas emergentes que pudieron observarse en el Encuentro Nacional de Grabado de 1983.
Pero el grabado ha sido un proceder contagioso entre nosotros: no sólo lo practican los llamados “grabadores puros”, sino que son muchos los artistas que han sentido la necesidad de pasar por esa experiencia, de encontrar allí los medios o las ideas, la posibilidad ilimitada de experimentar. Entre ellos, Maestros pintores como Adigio Benítez, o aquellos jóvenes que, sin haberse graduado en la especialidad, han dejado una importante huella como Choco y García Peña, Flavio, Consuelo, Ponjuán, Villalobos y Finalé, Esson, Saavedra, Quintana, Alpízar, Toirac, Reynerio, Tania Bruguera, Esterio, Camejo, Vincech, Duvier o Katia Leyva.
No vayamos a pensar que esta obra de los pioneros y de sus seguidores se realizó sin contratiempos. Todos ellos sufrieron, como profesores y como estudiantes, los avatares de la escasez de recursos, la no llegada a tiempo de los ácidos, los buriles que no alcanzan para todos, la rotura del tórculo y la tinta que no hay, del papel que tampoco había y la decisión final de producir el papel manufacturado, cocinado a base de lengua de vaca y otras yerbas, en ollas traídas de las casas de los maestros y mezcladas en aquellas batidoras rusas, para luego prensar y obtener el milagro. Sufrieron, asimismo, la sima del “período especial recrudecido” para la enseñanza artística. Pero la creatividad aguijoneada pudo más que el infortunio material y el ya histórico taller de la ENA continuado en la Universidad de las Artes ha resistido durante 50 años.
Esta es la razón de este homenaje: que la obra de tantos, con tanta relevancia artística, no deje de estar entre las apetencias de los más osados artistas de nuestra plástica actual, y para que, gracias a todos ellos y a los que están por venir, ese legado permanezca, por siempre, grabado en la memoria.
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Hortensia Peramo
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