TEMPORADA DE BALLET: Giselle (+ FOTOS)

En Giselle, tan importante como los bailarines principales es el cuerpo de baile, que protagoniza momentos de peculiar virtuosismo. Notables son, por ejemplo, algunas de las escenas del segundo acto, donde el conjunto de bailarinas tiene que exhibir grandes dosis de uniformidad, dominio estilístico, capacidad técnica… hasta el punto de que su desempeño garantiza en buena medida el éxito de una función.

Tranquiliza que, en tiempos no precisamente felices para el cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba, Giselle siga siendo un gran espectáculo, el caballo de batalla de la compañía que dirige Alicia Alonso. Y eso sería imposible sin el compromiso de todo el elenco. Las wilis de esta temporada de Giselle volvieron a deslumbrar al público en puntuales momentos de la coreografía. Y los aldeanos tampoco desmerecieron.

Claro, si nos vamos a poner exquisitos, hay que reconocer que que ya no estamos ante el infalible mecanismo de relojería que era ese cuerpo de baile hace algunos años. Pero no podemos desconocer el proceso de forzada renovación que ha experimentado el cuerpo de baile actual.

En resumen, su actuación en Giselle ha estado a la altura del desempeño de los solistas. Solo un señalamiento para los integrantes de la corte del primer acto: hay que trabajar más en la distinción y elegancia de las poses y el movimiento escénico. Un referente de lo que tendría que ser lo tienen bien cerca: la bailarina principal de carácter Carolina García, que ha logrado una refinada caracterización del personaje de Bathilde.

Sadaise Arencibia recreó una Giselle lírica hasta la poesía. El esmerado trabajo estilístico, la belleza de su línea, la interpretación cuidadosa con los detalles, sin sobresaltos, distinguen a esta primera bailarina, cuya sola presencia ya resulta cautivadora. Su compañero Víctor Estévez fue un parteneire atento, que cubrió todas las demandas del personaje.

De Anette Delgado hay que destacar, una vez más, su poderío técnico, brillante en los más célebres momentos de la obra. Lo mejor es que esa demostración nunca se va por encima de su concepción interpretativa. Anette asombra siempre por esa manera tan fluida de encadenar, la prodigiosa capacidad de salto, la asimilación del estilo. Con Dani Hernández forma una pareja cohesionada, que hemos elogiado muchas veces. Él es, ahora mismo, el más elegante de nuestros príncipes.

Por último, Viengsay Valdés entregó una Giselle madura, inteligentemente contenida, pletórica de matices. En algún momento se hizo evidente que la bailarina estaba lesionada, que su desempeño físico no era el de siempre, hasta el punto de que no pudo asumir cabalmente algunos pasos y secuencias. Pero Viengsay, se sabe, es una bailarina con muchos recursos. Y lo que no pudo ofrecer desde la técnica, lo prodigó desde la interpretación. Queda el debate de que hasta qué punto una bailarina lesionada debe bailar, cuándo llamar a una sustituta... Pero convengamos en que Viengsay, con todo, fue capaz de defender su personaje. Y el público la premió con sus aplausos.

Unas últimas consideraciones sobre un personaje esencial: Mirta, la reina de las wilis. Insistimos en la necesidad de que las primeras balarinas regresen a este personaje, concebido para primeras figuras. Pero nos parece bien que se les ofrezca oportunidades a figuras emergentes, siempre que estén a la altura, como fue el caso de las dos debutantes de esta temporada: Cynthia González y Ginett Moncho. Pero aplausos sobre todo para Estheisys Menéndez, que fue una Mirta espléndida, que no desmereció de las interpretaciones históricas de ese papel.