Turquía: Una victoria que no es tal
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El afán del mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, y su partido AKP de convertir al gobierno en presidencialista y lograr su propósito de islamizar completamente la nación, tendrá que esperar, a pesar de haber convocado y triunfado en elecciones legislativas anticipadas, al apenas lograr la mitad de los votos y no las ¾ partes necesarios para obligar a un cambio constitucional. En ello tuvo que ver una economía en retroceso con una gran deuda social.
No comprendo como se convocaron a unos comicios ante el malestar tan creciente que vive Turquía, que, no obstante, no se traduce en un voto de castigo a la actual gobernanza, que navega en un mar de contradicciones políticas, sociales y económicas, sin contar su controvertido e inexplicable quehacer en la llamada lucha contra el terrorismo a las órdenes de Occidente, mejor dicho, de Estados Unidos.
En lo interno, la indignación ciudadana se debe no solo a un reciente escándalo de corrupción, por el cual tuvieron que renunciar tres miembros del gabinete, sino al malestar acumulado durante los últimos años, que ha hecho salir a miles de personas a las calles, en protestas que han sido víctimas de atentados con bombas y represión militar.
Tal es así, que el pasado día 29 fue atacada la sede palaciega del premierato, en Estambul, con saldo de ocho soldados muertos, y, a pesar de que todo apuntaba a que había sido obra del Estado Islámico, al que Erdogan le ha cortado supuestamente la ayuda, las víctimas de la represión fueron manifestantes de izquierda, algunos de los cuales fueron muertos o heridos y unos 2 000 detenidos.
Pese a ser nominalmente un régimen parlamentario, Erdogan controla todo el aparato del Estado, sin que exista una clara separación de poderes, porque tiene en mente, subrayo, la idea de acabar con el Estado laico y recortar las libertades individuales de la gente.
Y del Estado Islámico, ¿qué?
El intento de Estados Unidos y Turquía de establecer una zona de exclusión aérea para aparentemente atacar al Estado Islámico, tenía el claro objetivo de amarrar las manos a la aviación siria y dejar huérfano al legítimo gobierno de Bashar al Assad.
La valiente, sorpresiva y legal decisión de permitir que la aviación y armada rusa intervinieran contra los terroristas, no solo abortó el plan yanqui-turco, sino que empezó a derrumbar todo un enorme andamiaje montado por el EI, apenas rozado en más de un año por la denominada coalición encabezada por Arabia Saudita y bajo las órdenes norteamericanas.
En el caso específico de Turquía, esta había autorizado la apertura de todas sus bases aéreas al servicio estadounidense, y el Pentágono ordenó por primera vez que Ankara volviera sus armas contra el EI.
El gobierno de Erdogan había indicado que se mantendría “neutral”, mientras atacaba con sus cazas a los kurdos sirios que sí estaban luchando contra los terroristas.
En esta ocasión, la policía empezó a desmantelar campos de entrenamiento del EI en territorio turco, pero la aviación siguió atacando a los kurdos y se dice que al EI, pero no hay resultados que se hayan podido constatar.
Ello hace pensar que Turquía solamente aceptó involucrarse en la campaña contra el Estado Islámico para poder atacar a quienes considera sus principales enemigos, los separatistas kurdos.
Y aunque la policía turca asegura que lucha contra las redes de apoyo al Estado Islámico, muchos activistas señalan que cualquier reunión de la izquierda sufre más vigilancia y acoso que las actividades de abierta captación de yihadistas.
Y de lo anterior no hay mejor ejemplo que uno de los más recientes atentados, el de Suruc, en el sur, que cobró la vida de 32 jóvenes de la Federación de Organizaciones Juveniles Socialistas, el cual generó masivas protestas contra el gobierno, cuestionando su responsabilidad, por su apoyo, abierto o encubierto, al Estado Islámico.
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