Quien quiera y pueda, escoja sus propias estrellas del Malecón

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Quien quiera y pueda, escoja sus propias estrellas del Malecón
Fecha de publicación: 
5 Junio 2015
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Imagen principal: 

Literalmente por abrumadora mayoría, por su privilegiada ubicación, por asentada tradición costumbrista, por empatía natural, el muro del Malecón se apropia de la primera estrella sin discusión.

 

Cierto es que habaneros y visitantes, sobre todo en el verano, después de caer la tarde, lo abarrotan y en él se acomodan como en diván infinito, o transitan por sus aceras; pero por estos días de Bienal su magnetismo ha crecido exponencialmente y resulta complicado caminar a la vera del muro o por la acera de enfrente, debido al constante flujo de peatones en ambas direcciones.

 

Sin aspiraciones de esteta, ni crítico de arte, solo por atracción espontánea y curiosear cuáles del medio centenar de propuestas de artistas de varias latitudes, integrados al proyecto «Detrás del muro», en medio de la nada, curado por Juan Delgado y el canario Orlando Britto, despiertan más la atención de los «usuarios» del Malecón y cuáles de entre ellas la acaparan, sin discusión, me aventuro a hacer mi propia y discutible antología de preferencias.

 

A ojo de buen cubero y muy poco margen de error —quien quiera puede ir a comprobarlo in situ, aconsejablemente después que el sol se hundió en el horizonte—, las palmas de la popularidad, la más asediada, esencialmente por los niños que hacen cola y la vuelven a hacer incansablemente, en permanente algarabía y revuelo, se las agencia Liudmila López (Cuba) con su Parto de libertad, en Malecón y Perseverancia.

 

Ella puso allí uno de esos ejemplares de megacalzado femenino de alto tacón, especie de tobogán al cual los pequeñines pronto le encontraron el lado lúdico, y hacen de las suyas deslizándose una y múltiples veces por su rampa metálica y pulida.

 

Le sigue en magnetismo Primavera, la enorme y preciosa escultura metálica que el cubano Rafael Miranda emplaza en la céntrica esquina de Malecón y Galiano.

 

primavera

 

Esa pieza resulta irresistible para quienes deambulan a su alrededor, por pura estética, por su rotunda belleza, que hace recordar las Floras de René Portocarrero o las Habaneras de Servando Cabrera Moreno.

 

La otra en la que se agolpan los paseantes es Resaca, la miniplaya en pleno Malecón, de Arles del Río (Cuba), con su arena, tumbonas y sombrillas de pencas de guano, que debe su fascinación, quizá, a la nostalgia por no contar dentro de la misma ciudad, en su vía marítima por excelencia, con una natural, para sin prejuicios, con todas las ganas de zambullirse que provoca este verano con récord de calor, lanzarse uno desde el muro a las refrescantes olas que chocan contra los arrecifes.

 

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Pero «Detrás del muro» deviene mucho más que simple atracción, porque otra de las obras que más sorprende es la ciclópea cazuela acribillada de tenedores —vox populi in situ crea la leyenda urbana que son más de cinco mil, aunque algunos pocos no han sobrevivido—, titulada Delicatessen, que el genial Roberto Fabelo colocó en el tramo comprendido entre Águila y Belascoaín.

Bienal - Detrás del muro

También es foco de atracción Opuestos, de Kadir López (Cuba), un enorme arco en tensión con su flecha apuntando al horizonte, en la ensenada frente al Parque Maceo, todo un derroche de fuerza, equilibrio y belleza.

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Quien transite por el Malecón tampoco escapará al sortilegio de Goteo, de Ernesto Fernández (Cuba) —Galiano, esquina a San Nicolás—, quien colocó llaves de agua de las que penden gotas, en las cuales emplea la técnica fotográfica de la visión estereoscópica o la astrografía digital, y en la medida en que se cambie de perspectiva moviéndose en torno a ellas, se pueden apreciar varias imágenes en la misma fotografía.

 

Las obras de Duvier del Diago también se encuentran entre las más interactivas: tres atalayas, torres de madera para avizorar el horizonte, ubicadas: una en La Punta y Cárcel, otra en Campanario y Perseverancia, y la tercera en Gervasio y Belascoaín.

 

La colombiana Lina Leal atrae a su vez a muchos curiosos con su Secreter, entre las calles Escobar y Gervasio; lo mismo, la dominicana Raquel Psiewonsky, entre Galiano y Nicolás, con su instalación con guantes plásticos color naranja; o el marroquí Saafa Erruas, con su fuente de espinas, que a pesar del riesgo de quedar enganchadas en uno de los trozos de alambre de púas, las personas no dejan de escribir con sus dedos sobre ella.

 

Muchos quedan interrogantes ante Balance cubano, de Inti Hernández (Cuba), en Lealtad y Escobar, donde colocó un grupo de sillones de madera cuyos brazos y otras partes de la estructura están unidos.

 

Carlos Nicanor, de Islas Canarias, con su Lemon Way, un camino que cuando se pisa, suena, atrae también las ansias experimentales de no pocos.

 

En fin, esta es una lista, mediada por el gusto personal; cada quien puede hacer la suya a su gusto, pero —verdad de Perogrullo— el Malecón sigue en su mismo sitio, tan incitante como siempre, y ahora con una capacidad de seducción muchísimo mayor.

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