Cuarenta años después, las bombas de EE.UU. aún amenazan la vida de miles de vietnamitas
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"Los niños las confunden a veces con juguetes cuando ven un trozo de metal en el suelo, mientras que los agricultores se exponen a sufrir accidentes cuando remueven la tierra para su labranza", explica a Efe Nguyen Thanh Phu, portavoz de la ONG Project Renew, dedicada a prevenir accidentes y a asistir a las víctimas de los artefactos en la provincia central de Quang Tri, la más afectada.
Uno de sus beneficiarios es Nguyen Van Trung, un agricultor de 65 años que perdió una pierna por una explosión mientras labraba su campo de arroz en 1972 y hace un año obtuvo una prótesis gracias a Project Renew.
Ha sobrevivido cuatro décadas vendiendo la basura que recogía para completar la exigua pensión de invalidez de 180.000 dongs mensuales (7 euros) que le entrega el Gobierno vietnamita.
"No recuerdo cómo fue el accidente, solo sé que estaba labrando cuando ocurrió", dice a la puerta de su casa en una zona rural de Quang Tri, donde cada día se desactivan cien artefactos de media.
Project Renew y otras cinco organizaciones dedicadas a esta labor han destruido más de medio millón de bombas, según estadísticas de Estados Unidos.
La ONG británica Grupo Asesor sobre Minas (MAG con sus siglas inglesas) calcula que el 10 por ciento de los 15,4 millones de toneladas de explosivos lanzados durante la guerra, que concluyó el 30 de abril de 1975, quedaron sin explotar.
Chuck Searcy, veterano de guerra estadounidense que lanzó Project Renew en 2001, explica que limpiar todas las bombas es una quimera que no merece la pena.
"El Gobierno vietnamita calculó hace poco que llevaría 300 años y 10.000 millones de dólares limpiar todas las bombas del país. Es irrealizable. Por eso tenemos que elegir zonas y sobre todo educar a los lugareños para que sepan identificar el peligro", apunta Searcy, que reside en Hanoi desde hace dos décadas.
"Insistimos en la educación y estamos orgullosos de que más de 5.500 niños hayan sido adiestrados para saber cómo reaccionar en caso de toparse con una bomba", dice Phu.
Una llamada a su teléfono móvil interrumpe al portavoz de la ONG mientras desgrana estadísticas sobre su labor.
"Lo siento, me acaban de avisar de que un niño ha encontrado un pequeño artefacto en el patio de un colegio y nuestros equipos van a acudir para llevárselo y desactivarlo", explica tras la conversación telefónica.
"Nuestros colaboradores en pueblos de toda la provincia han mejorado mucho en la detección de explosivos y en el protocolo a seguir. En diez años esperamos que nuestra intervención ya no sea necesaria y los voluntarios locales puedan hacer todo el trabajo", subraya con orgullo.
Además de educar a niños y agricultores, las ONG de la zona tratan de disuadir a los cientos de recolectores de metal que se juegan la vida para escapar de la miseria.
Una de ellas es Mai Thi Thuong, una mujer de 39 años que sale todas las mañanas en busca de los millones de esquirlas de metal sembradas por las bombas que sí estallaron durante el conflicto.
"Gano unos 50.000 dongs (dos euros) al día vendiendo el metal. Si me encuentro con un artefacto sin estallar no corro el riesgo", explica esta madre de tres hijos.
Su marido también se dedicaba a vender hasta que hace cinco años un artefacto al que golpeó por accidente estalló y le quitó la vida.
"Después de aquello quería dejarlo y dedicarme a criar cerdos o vacas, pero no tengo dinero para iniciar el negocio".
Phu lamenta que pese a conocer los riesgos a los que se exponen, muchas personas siguen dispuestas a excavar en busca de metal y algunos incluso se atreven con artefactos sin estallar.
"El 90 por ciento de los recolectores son conscientes del peligro, pero viven en la miseria y si venden la carcasa de una bomba entera pueden sacar hasta 500 dólares por el metal, para muchos el salario de más de medio año. En algunas zonas hasta el 65 por ciento de la población se dedica a eso", apunta Phu.
Según estadísticas del Gobierno de Hanoi, los explosivos han causado más de 40.000 muertos y 60.000 heridos desde que terminó el conflicto en 1975.
"Nos sabemos -afirma Searcy- lo que conseguimos con cada bomba que desactivamos. Puede que nunca hubiera pasado nada pero también puede que hayamos salvado dos vidas".
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