Racismo en Cuba: más allá de la epidermis
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A veces hay «delicadezas» y «halagos» que ofenden. Como esos de, al señalar a una persona de piel negra, subrayar con el verbo que se trata de «el señor de color», «la prietecita»; o, pretendiendo avalar a alguien de esa raza, aclarar que «no parece un negro».
El asunto viene al caso porque el mundo celebra el Año Internacional de la Afrodescendencia y justo por estos días acaba de concluir en Tegucigalpa la Primera Cumbre Mundial de Afrodescendientes, quizás cabría preguntarse por qué no conmemorar también el año del hispanodescendiente, o del asiático-descendiente. Hay a quienes el propio planteo les huele a discriminatorio, aunque la Asamblea General de las Naciones Unidas haya estado animada por las mejores intenciones al hacer tal proclamación.
Los reunidos en Tegucigalpa proyectan elaborar propuestas encaminadas a crear políticas públicas para combatir los altos niveles de pobreza en que viven los pueblos negros del planeta y exigen poner fin al racismo, a la discriminación, y el respeto a sus derechos a la educación, la vivienda y el empleo.
No es un desafío menos si se tiene en cuenta que en América Latina y el Caribe viven unos 200 millones de afrodescendientes, un tercio de la población de la región; en tanto la comunidad negra en el mundo suma unos mil millones, cerca de la séptima parte de la humanidad; y una buena parte de estos habitantes son objeto de segregación y discriminaciones más o menos sutiles.
Tampoco permanecen totalmente ajenos a estas conductas los ciudadanos de raza negra en Cuba, donde, según el último Censo de Población, de un total de 11 millones 177 mil 743 habitantes, el 65 por ciento se identificaron como blancos, el 10,1 por ciento como negros y el 24,9 por ciento, mestizos.
Resultado del trabajo durante una década de diez prestigiosos investigadores del tema, el pasado julio vio la luz en la Isla el volumen Relaciones raciales en Cuba. Estudios contemporáneos, y en él los expertos ratifican que aunque la Revolución eliminó institucional y jurídicamente la desigualdad, en lo referido a las razas estas perviven de alguna manera.
Así lo ha reconocido el propio Comandante en Jefe Fidel Castro en sus conversaciones con Ignacio Ramonet llevadas al libro Cien horas con Fidel. Refiriéndose a los momentos iniciales del triunfo de la Revolución, señalaba: «Entonces éramos suficientemente ingenuos como para creer que establecer la igualdad total y absoluta ante la ley ponía fin a la discriminación. Porque hay dos discriminaciones, una que es subjetiva y otra que es objetiva. ¡Ah!, después hemos aprendido mucho».
El texto sobre relaciones raciales ya mencionado, y otros estudios del Departamento de Etnología del Centro de Antropología adscrito a la Academia de Ciencias, corroboran la existencia en la Isla de credos y conductas con matices discriminatorios, a veces inconscientes, y resultados de una añeja herencia estructural y cultural. Tales prejuicios se reproducen en situaciones de crisis, como el Período Especial, que puso en jaque a muchos valores éticos.
Razones en blanco y negro
Con el triunfo de enero de 1959, el racismo no solo quedó condenado en letra impresa; sufrió un fuerte mazazo también en la subjetividad y la conducta colectivas, de ahí que los rezagos de hoy nada tienen que ver con posturas institucionales y su presencia reviste hoy manifestaciones más sutiles. Sin embargo, «el prejuicio racial tiene la particularidad de poderse funcionalizar, materializarse en las relaciones sociales concretas», según asegura el antropólogo Rodrigo Espina.
A pesar de tal sutileza en la manifestación de prejuicios racistas, algunas estadísticas y conductas hablan de ellos y de sus consecuencias: desde patrones raciales que permanecen «rígidos» a nivel familiar en cuanto a la formación de parejas, las formas de valorarse a sí mismo los individuos de cada raza, el modo en que evalúan a los de otro grupo étnico, hasta las posibilidades de acceso a determinados empleos, las condiciones habitacionales y los ingresos personales, entre otros.
El propio Fidel precisaba en su diálogo con Ramonet: «La Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el status social y económico de la población negra del país. Los negros viven en peores casas, tienen los trabajos más duros y menos remunerados y reciben entre cinco y seis veces menos remesas familiares en dólares que sus compatriotas blancos».
Las indagaciones de los antropólogos aclaran, sin embargo, que las expresiones de estas desigualdades no llegan a adquirir el carácter de exclusión con que se presenta en otras partes del mundo, ni se producen en un cuadro de polarización de las riquezas sociales. Pero el fenómeno adquiere significación -a veces hiperbolizada por quienes pretenden atentar contra las conquistas de la revolución cubana- por la propia sensibilidad ante las desigualdades cultivada durante décadas por el propio proceso revolucionario.
Recientes declaraciones en La Habana del actor estadounidense Danny Glover, durante el seminario «Cuba y los pueblos afrodescendientes en América», subrayaron que no es tanta ni tan crítica la situación en la Isla con respecto al tema de la racialidad. Tanto es así, que el afamado actor mencionó a esta nación antillana como «un ejemplo en la lucha contra la discriminación racial».
En la misma dirección apuntada por Glover, también resultan elocuentes por su espontaneidad y sinceridad, los testimonios que un español radicado en Cuba aportara por estos días al foro digital interactivo El engaño de las razas (www.foroscubarte.cult.cu) organizado por la UNEAC y Cubarte. Firmando con B. Martínez, refiere «Soy un español (de Galicia) que vive en Cuba desde hace muchos años. Estoy casado con una mulata cubana. Quisiera puntualizar a qué tipo de racismo se refieren algunos de los que participan en el foro. He visitado y conozco muchas de sus provincias, desde Santiago de Cuba a Pinar del Río.
«No veo manifestaciones de racismo en las calles de La Habana, ni en el barrio de 10 de Octubre en donde vivo con mi esposa. Les he preguntado a los familiares de mi esposa, entre los que hay negros, mestizos y no pocos blancos, sobre este fenómeno. Algunos de los que son negros me responden que sí. Cuando les pregunto (especialmente los más jóvenes), casi siempre me han respondido con unas pocas anécdotas que repiten y han sufrido, por ejemplo, que no han podido conseguir un trabajo en una entidad de turismo, pero a veces solo conocen lo que les ha sucedido a otros.
«Veo caminando por las calles, en las playas, en hospitales o en clubes y cabarets a muchas parejas de las dos razas, sin que nadie haga expresiones de repudio, como he conocido en muchos otros países que he visitado. Puedo señalar que mi hija va a una escuela en donde la mayoría de las maestras son negras y entre los niños hay una amplia variedad de colores. Y la niña que salió la mejor del aula (aplaudida y querida por todos) es, por cierto, de color muy negro».
Para poner las cosas en blanco y negro, vale precisar también, aun sin negar la real existencia de lamentables actitudes discriminatorias, que los jóvenes cubanos parecen mostrarse menos prejuiciados hacia los colores de la piel y son más radicales al enfrentar tales, al menos en el seno de las familias: «Yo no sé, tanto lío con que mi novia es mulata, y se olvidan de la nariz de mi abuelo que vive en El Cobre», declaró desenfadado a Cubasí, enjuiciando la postura de sus padres, el estudiante de técnico medio Jorge Bolaños.
Junto a las investigaciones y recomendaciones generadas por especialistas en este tema, es otro tanto a favor del mismo su reconocimiento y debate en espacios públicos. Así lo subrayaba el pasado junio, el viceministro de Cultura Fernando Rojas, cuando aclaraba en el seminario «Cuba y los pueblos afrodescendientes en América» que «no tenemos consenso aún en la manera concreta de aproximarnos a estos problemas, aun cuando esté clara la posición del gobierno y también de la sociedad civil. Sobre la extraordinaria obra social de la Revolución y sobre la persistencia de la discriminación y el racismo, no obstante, sí tenemos consenso. Todos tenemos que acostumbrarnos a que este problema se va a visibilizar, a discutir cada vez más con la mayor naturalidad del mundo. Creo que ya es una conquista, teniendo en cuenta que hace algunos años todavía discutíamos si se hablaba de estos temas o no, públicamente».
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