Sanciones de Estados Unidos y economía global
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La desaparición de la Unión Soviética y del campo socialista europeo, incluido el Consejo de Ayuda Mutua Económica y el viraje de China que eran ejes de una bipolaridad no sólo política y militar sino también económica, la globalización comenzó a operar la economía mundial como un sistema al cual, con nuevos roles y menos contradicciones, se integraron los antiguos adversarios de occidente, especialmente Rusia y China; además de las economías emergentes.
Debido a la rapidez con que hoy se operan los procesos económicos y financieros, la desregulación que favorece el movimiento de capitales, la formación de cadenas productivas gerenciadas por magnates emergentes, las transferencias tecnológicas, en los veinte años trascurridos entre la desaparición de la Unión Soviética y los sucesos de Ucrania, se crearon situaciones regidas por los mercados que las resoluciones políticas no pueden cancelar. La “mano invisible” funciona para bien y para mal.
Mediante decisiones políticas, Washington y la Unión Europea pueden sancionar a Rusia pero ninguna orden ejecutiva o acuerdo parlamentario es capaz de generar los millones de metros cúbicos de gas que Moscú suministra a Europa. Si bien a nivel de la macroeconomía europea, los 10 000 millones de euros que Rusia deja de comprar no son estremecedores, los efectos en países concretos y en cientos de empresas, son devastadores.
Naturalmente, en plazos determinados, los mercados encontraran soluciones, pero con ellas se crearán nuevos encadenamientos productivos y comerciales, encajes financieros, compromisos y acomodos que no podrán echarse atrás cuando, como inevitablemente ocurrirá, la situación entre Rusia y los Estados Unidos retorne a la normalidad.
Una economía con perfil planetario no puede estar sometida a las veleidades del día a día de la política.
Las nuevas sanciones y los viejos bloqueos, entre ellos el más añejo de todos que se practica contra Cuba, son instrumentos de políticas imperiales desfasadas, anacronismos de la Guerra Fría. Entonces grandes potencias como Rusia y China y otra docena de países, debido a sus rígidos e ineficaces diseños económicos, productivos y financieros, constituidos por pesadas maquinarias, regidas centralmente, eran incapaces de reaccionar con el dinamismo de las economías occidentales. Eso cambió.
Con dinero ―que no le falta― a las empresas rusas, le sobran lugares donde adquirir pescado, pollos, legumbres, lácteos y todo lo demás. Las sanciones no harán que los rusos pasen hambre ni crearan allí traumas sociales, pero pudieran contribuir a la prosperidad de entornos que Estados Unidos preferiría ralentizar.
Las sanciones por ejemplo, harán a Sudamérica comercialmente más solvente y políticamente un poco más libre. Las ahora vigorosas economías de Brasil, Argentina, Chile, Perú, incluso las de Centroamérica, podrán cubrir parte de la demanda rusa. En virtud de los tratados de libre comercio vigentes, nadie podrá impedir que los comerciantes y productores latinoamericanos adquieran mercaderías o precursores en Estados Unidos, Europa y Asia y la vendan en Rusia.
Por otra parte los acuerdos políticos y financieros entre China, Rusia y Sudamérica, para lo cual existen instrumentos concretos como el Mercosur, el Banco del Sur, y el BRICS, pudieran favorecer políticas comerciales que prescindan del dólar y estimulen la adquisición de maquinarias y tecnologías en esos países. Las sanciones pueden favorecer un desplazamiento económico a favor del oriente.
Bienvenidos al mundo real que Estados Unidos trata de remodelar a su imagen y semejanza, pero que probablemente todavía no comprende. Son paradojas. Allá nos vemos.
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