La salsa de los cocodrilos
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Así se llama uno de los bienvenidos «efectos colaterales» de estos tres años de renacimiento del béisbol en Matanzas y, habrá quien no lo quiera reconocer, pero si alguna culpa tendrá que cargar Víctor Mesa para toda la vida es esta: devolverle a la gente de mi tierra la pasión, el sentido de pertenencia, y provocarle un renacimiento que excede el estrecho ámbito del terreno de béisbol.
Cuando muchos sitios de Matanzas se destruyen frente a los ojos de la desidia, el estadio Victoria de Girón se remoza, se revitaliza, gana en belleza y en utilidad. Mientras las nuevas generaciones de matanceros se preguntan a dónde ir y no por exceso, sino por defecto de opciones, el Palacio de los cocodrilos les abre espacios de recreación y esparcimiento asequibles, como este de La Salsa de los Cocodrilos.
Mi ciudad, mi provincia, es otra, mejor y más alegre. En las calles se camina con aire de ganadores, mientras los cocodrilos de todos los tamaños y la M del logo del equipo han sustituido en el vestuario de muchos jóvenes a los símbolos ajenos y vacíos que tantas veces inundan la moda y nos hacen parecer réplicas sin autenticidad alguna o estatuas vivientes insertadas en un gran performance kitsch.
Las niñas, las adolescentes, las muchachas y algunas que hace rato transitaron todas esas etapas, han postergado a galanes estereotipados, sin valores mucho mayores que la belleza física, por «héroes» más reales que, cuando menos, tienen la virtud de entregarse disciplinadamente a una vocación, son imitables en cuanto al esfuerzo, la constancia, el respeto y la seriedad en lo que hacen. Así, el bisoño Víctor Víctor, Yadier Hernández, José Miguel Fernández, enloquecen a un público femenino que, pueden comprobarlo los lectores, colma el Victoria de Girón.
Diseño realizado por los aficionados
El silencio absoluto de la ciudad de Matanzas, el voluntario toque de queda, ya no es tal, al menos cuando hay partido de béisbol. Sea en casa o fuera de casa, si juegan los cocodrilos se escuchan las matracas, las trompetas, los calderos, las voces enardecidas, la ciudad vibra, siente, expresa…
Hay cocodrilos por todas partes, en los carros, en las bicicletas, en las puertas, y hasta como adornos en las salas de las casas. Unos compran las pegatinas que se agotan en los establecimientos comerciales, a pesar del no muy módico precio de veinte centavos en CUC, pero muchos improvisan carteles con dibujos, caricaturas, lemas y dos palabras: Matanzas campeón, se repiten una y otra vez.
La creatividad, el ingenio, el humor, pululan, donde quiera te cuentan un chiste, podría decirse que los «cuentos de la pelota» han dejado en el olvido a los típicos «cuentos de Pepito», y el argot popular se reajusta para incorporar términos, símiles sacados directamente del partido del día anterior.
Las nuevas tecnologías no quedan fuera, y algunos de los que se dedicaban a hacer montajes de pequeños bebés con inmensos muñecos de Disney, ahora están puestos para los cocodrilos, los leones y las naranjas, a veces hasta se ponen serios y construyen rústicos, pero emotivos diseños con toda la pasión de estos COCODRILOS que, ganen el campeonato o no, ya se ganaron ser escritos en mayúsculas y nadar en esta salsa que han aderezado jugada a jugada, con talento y corazón para bien de Matanzas.
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