Enrique Pineda Barnet: «Mis amores son permanentes»
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Enrique Pineda Barnet tiene su nombre grabado en la historia del cine cubano y latinoamericano gracias a su película La bella del Alhambra. Pero fuera de esos predios, estoy segura que todos los que hemos tenido la oportunidad de conocerlo, tendremos de él un recuerdo siempre latente. Aún no sé si eso se deba a su diáfana conversación, a su sinceridad inmensa, a su comprensión humilde de las cosas o simplemente a ese encanto que tienen los buenos maestros.
Su más reciente película Verde verde será presentada por primera vez el 12 de diciembre próximo, en el cine Chaplin. «Es una especie de estreno informal al día siguiente que termina el Festival de Cine, para los amigos, artistas y estudiantes. Me interesa que sea vista por todo tipo de público, sobre todo jóvenes».
-Verde verde es un título muy peculiar, ¿qué tiene que ver con la película?
-Se debe a una idea de un alumno que me dijo un día: «Maestro, lo que es muy verde muy verde, al final, siempre madura». Da lo mismo en la política que en el sexo, los extremos se tocan.
El tema de Verde verde es la homofobia, el crimen de la homofobia contra el amor. Es el no respeto al derecho de la diversidad. Pero prefiero no contarla porque la idea se esquematiza y se reduce su significado.
-¿Quiénes trabajan en la película?
-Aquí repito al actor Héctor Noas, el otro protagónico lo hace Carlos Miguel Caballero, a quien me costó mucho trabajo encontrar cuando buscaba el personaje. Luego necesitaba una dama seductora, pensé en Sofía Loren, pero finalmente me decidí por una cubana: Farah María. Quién se lo iba a imaginar. Yo no la conocía personalmente. Será una sorpresa para el público.
-Como espectador, ¿qué películas le gusta ver?
-Me interesa todo lo que se exhibe, creo mucho en la diversidad. Yo no pertenezco a grupúsculos, ni a preferencias determinadas. No me gusta que me encasillen. Me interesa todo el cine bueno, venga de donde venga. Me gusta la comedia, el drama musical, el drama psicológico, la tragedia, el cine de Dogma 95 me parece muy interesante, el cine europeo y el cine latinoamericano revolucionario me interesa mucho. El cine comercial me interesa muy poco o casi nada. Hollywood, sacado con pinzas.
Hay actores que me fascinan en algunos filmes y en otros no. No tengo fetiches para trabajar. Quiero a mucha gente con la que nunca he podido trabajar porque no van con mis personajes. No hago un reparto de amigos, sino un equipo técnico-profesional.
-La película La bella del Alhambra marcó una impronta en el cine musical cubano. Este género está hoy bastante deprimido…
-El musical es un género muy complejo, lleva muchos recursos y especialidades. Aquí no existe una academia de cantantes-bailarines-actores, como tampoco hay especialistas y técnicos generales; no hemos tenido una escuela del musical.
Cuba tiene una tradición interesante de musicales desde antes del triunfo de la Revolución, con coproducciones con México. Conocemos buenos ejemplos del género como Yo soy del son a la salsa, Cuba baila, Un día en el solar, Nosotros la música y Patakín, este último es para mí lo más cercano al musical.
Después de La bella… hay filmes más recientes como el del Benny o Bailando cha cha cha que trabajan el musical, pero aún así, creo que hemos abandonado el musical, y eso no está bien porque «nosotros somos la música».
-A más de 20 años de La bella del Alhambra, ¿qué sigue significando ese filme para usted actualmente?
-Mis amores son permanentes.
-¿Alguna vez pensó, cuando terminó la película, que sería tan grande?
-Yo estuve consciente de la reacción del público por la película cuando se hizo un preestreno en el festival Caracol de la UNEAC. Durante la proyección sentimos cómo el público dialogaba con la película, cómo cantaba. Cuando la gente salió del cine, tenían otro rostro, estaban sonrientes, felices, era un año nuevo.
Comprendimos que teníamos en la mano una película que sonaría fuerte. Era un suceso. Nunca habíamos tenido 2 millones de espectadores en unas semanas. Después las cifras han cambiado o las han cambiado y siempre aparece alguien que dice ser el primero antes que el primero, pero a mí no me interesa esa primacía. Lo cierto es que sí fuimos los primeros en tener el Goya.
Sin embargo, en el Festival de Cine de La Habana no cogimos el Gran Coral, como todo el mundo esperaba, ni el premio a la Mejor Actriz para Beatriz Valdés, quien era la estrella indiscutible. Ganamos el lauro a la mejor música, que era evidente, y nos cerraron la puerta. Después de esa decepción, no hice nada más en Cuba en muchos años. Me fui a Puerto Rico e impartí clases, hice cortos, documentales de arte, un largo para la adolescencia que fue muy sonado, Angelito mío.
Luego hice lo que yo considero mi obra más importante, un corto dramático, First. Lo hice arañándome los bolsillos, con 85 pesos cubanos, y es la semilla de todo lo demás que he hecho.
Se filmó en Cuba, pero se exhibió brevemente debido a un elemento handicap que tenía, un desnudo frontal masculino. Lo llevé por el mundo y lo exhibí en muchas ciudades de Estados Unidos, lo pusieron en la TV de Miami; son muy pacatos allá, así que lo pusieron a las 11 de la noche. Luego de eso, un programa en Cuba decidió ponerlo también a las 11 de la noche.
-¿Por qué lo considera su obra maestra, incluso después de haber hecho La bella…?
-Por la carga filosófica que puse en él. Ahí está la semilla emocional de La anunciación y de Verde verde, que también son películas de muy pocos recursos. Pero a pesar de eso, me es interesante trabajar así, con esas limitaciones, porque eso da mucho rigor. Nos hace poner más voluntad en lo que hacemos.
-El tema de La anunciación es el drama de la familia cubana. Usted me había comentado antes que veía a la familia como la gallinita ciega, ¿por qué?
-Veo a la familia cubana como el juego de la gallinita ciega, a la que le tapan los ojos y le dan un montón de vueltas para marearla. Así la veo, dispersa, buscando, con ansias de reagruparse, pero con los ojos tapados le cuesta mucho trabajo.
-Usted ha dicho que los recuerdos de su trabajo como maestro en la Sierra son los mejores…
-De niño siempre supe que sería artista, nunca imaginé ser maestro. Ya de adulto impartí clases de redacción de textos en la escuela de publicidad. Al triunfo de a Revolución, varios amigos fundadores del ICAIC me invitaron a formar parte de ese acontecimiento, pero para mí eso era el cielo y creo que aún no me había ganado el paraíso.
Yo había hecho lo que todo el mundo hacía en aquella época, conspirar para tumbar un régimen deplorable como el de Batista, pero nada más. Se me ocurrió entonces que podía irme de misionero a la Sierra Maestra y quería presentar mi dossier de petición a alguien, era una idea un poco mística, incluso dejé mi trabajo en la publicidad, donde tenía un buen salario.
Un día, cuando yo vivía en 23 y Malecón, pasaban por la TV un acto en vivo de Fidel desde 23 y P. Ahí el Comandante pedía voluntarios para trabajar como maestros en las zonas intrincadas. Fui corriendo hacia la otra esquina, donde acontecía el discurso, y le entregué mi expediente a alguien que estaba allí. Cuando regresé a mi casa y puse de nuevo el televisor, vi a Fidel con mi file en la mano diciendo: «Aquí llegó el primer maestro voluntario»...
Me fui a la Sierra Maestra y fui tan feliz porque allí no había nada y yo tuve que construirlo todo con mi imaginación, con el alma. Solo había matas de güira (con lo que se hace la maraca), así que la usé para hacer figuras y enseñarlos. Aprendimos a sumar y restar, a hablar, a explicar cómo era el mundo, el sistema solar… en fin, aproveché en cada momento lo que la vida me regalaba. Fue una escuela de amor. Un maestro es quien te ayuda a descubrir la vida. Desde que me descubrí maestro, no he parado, lo he sido donde quiera que he llegado.
-Usted mereció recientemente el premio Maestro de Juventudes que da la Asociación Hermanos Saíz a intelectuales que han sido inspiradores o han apoyado el movimiento de jóvenes artistas en Cuba.
-Es el premio más querido para mí.
-Me imagino que su profesión de maestro es lo que lo ha hecho siempre estar tan cerca de los jóvenes y sentirse como tal, ¿qué expectativas tiene usted con la juventud cubana?
-Toda la vida los viejos han dicho que el tiempo de ellos ha sido mejor, pero cada generación que surge siempre querrá mejorar lo que hicieron sus antecesores y enfrentarla. Cada uno toma siempre lo mejor del anterior, de lo que ya recibió.
A mí me fascina la juventud y creo que siempre es rica, y no dejo que pase un día de mi vida sin tener conexión con los jóvenes. Cada vez me sorprenden más, me regalan a mí, me comprenden, me enseñan. Estamos en un reciclaje total. La juventud tiene que ser una preocupación para nosotros, pero para apoyarlos más, sin paternalismos. Yo de mis alumnos aprendo cada día.
-Esos alumnos de los que habla actualmente, ¿son estudiantes o pertenecen a algún grupo suyo de charlas?
-Yo he sido profesor titular del ISA y de la escuela de cine de San Antonio. Pero en mi azotea tengo un taller de creatividad, a esos alumnos me refiero. De estas experiencias tengo un libro sin editar que se llama Arca, nariz, alambre, y cada palabra significa algo. Arca porque rescata las cosas innombradas. Nariz porque olfatea, indaga. Y alambre porque es comunicador, horizonte y cerca al mismo tiempo, y porque siempre da la sensación de estar en una cuerda floja.
Muchos de estos alumnos de la azotea son adultos ya que trabajan en la TV, pero siempre vienen a consultarme lo que hacen, y yo los escucho con fervor porque no hay nadie mejor para aleccionarnos que el propio alumno.
-Tengo entendido que también está escribiendo una novela. ¿Son sus memorias?
-Está toda escrita. Esa novela empecé a escribirla en 1953. Casi todos los papeles han permanecido guardados en cajas de zapatos, ahora estoy organizándola, me ayuda mucho mi director asistente de Verde verde, Raúl García Riverón.
Pero culminará luego de que yo me muera, es un testamento vivo. Se mezcla la ficción con la realidad. Es contar mi vida dentro de mi vida, en mi historia, donde yo esté. Me divierte muchísimo, incluso están todos los personajes de mis películas en ella. El título es Se anda buscando un hombre llamado Máximo. Si lo ve, pídale, por favor, no desaparecer.
-Hace un tiempo abrió su blog Puentear en Internet, ¿cómo ha sido la experiencia?
-Es lamentable haberle llegado tarde y ser torpe tecnológicamente. Puentear es por abrazar, por tender puentes, por reconstruir cosas, sentimientos rotos. Insisto en amarnos por encima de las diferencias. Tender un puente siempre es hermoso, aunque no sepas quién va a pasar.
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