Liván López: Maestría forjada en el arduo camino de la constancia
especiales
Otra incursión al Cerro Pelado, quizás confundida con un safari a la reserva nacional del Serengeti, en Tanzania. Algunos me tildarán de loco, otros de irrespetuoso, pero mis palabras no van por ninguno de esos bifurcados caminos. Se trata de que, al igual que en ese parque natural, en la Escuela de Formación de Atletas de Alto Rendimiento se halla buena parte del futuro del deporte cubano.
Pero mi última visita al Cerro Pelado me dejó un agujero negro:
Ya no solo por el hecho de las arquetípicas construcciones clamando a gritos: ¡Repárenme!, sino además, por una especie de velo sombrío, estado hipnótico y de desolación experimentado por muchos de los atletas contactados a mi paso.
Y no fueron pocas las áreas recorridas: lucha, pesas, esgrima, baloncesto, tenis de mesa…
Hasta que entre touchés y ejercicios de fuerza encontré al librista de los 66 kilogramos Liván López (24 de enero de 1982), plata recientemente en el Mundial de Budapest y quien, al igual que el resto de la armada, disfruta de sus vacaciones hasta el próximo día 18. Pero Liván es diferente, le resulta imposible desprenderse de su «hábitat natural».
Mi último intercambio con él no transcurrió al pie del colchón, ni siquiera mi primera entrada a tackle interrogativa tuvo que ver con la cita del orbe, o sí, perdón, en gran medida sí. Tras 24 años entre llaves y agarres, su mirada es más inquisitiva, sus instintos como luchador más agudos, esa capacidad para detectar el punto exacto de debilidad en sus contrarios bien desarrollada, técnica, táctica, tiempo, espacio, y como él mismo define de crucial, comunicación con la esquina ajustados al máximo.
Virtudes todas que lo convierten en un depredador sediento al máximo nivel del estilo libre, al punto de que solo ha mordido el polvo de la derrota en tres ocasiones desde el 2011, a razón de una en la justa universal de Estambul 2011, otra en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, y en la definición en la capital húngara frente al armenio Devid Safaryan, titular europeo de Tbilisi en la presente temporada, subcampeón de los Juegos Mundiales Universitarios de Kazán, y anclado en el segundo escaño del ranking universal. Con todo y esa hoja de servicios, Liván culminó abrazado a dos con el europeo, pero cedió por recibir la acción ofensiva de mayor envergadura a escasos segundos del final.
—En los últimos años has ganado y perdido con los mejores luchadores del planeta. ¿A qué se debe ese palmarés en la elite y qué crees que le falte al resto de los gladiadores antillanos actualmente?
—Desde el 2002, cuando subí de invitado al equipo nacional, estuve a la sombra de Geandry Garzón (una plata y tres bronces en certámenes mundialistas), un gran luchador, el termómetro ideal. A eso súmale el rigor con el que transité por todo el sistema escalonado competitivo. Al superar un peldaño fuerte, te hallas mejor preparado para acceder a los demás. Ese desarrollo progresivo es crucial, y el hecho de haberse fusionado la preselección elite con la juvenil en ocasiones acelera demasiado ese desarrollo progresivo.
—De vuelta a Budapest, ¿fue el combate final el más tenso que encaraste?
—No, ahí me traicionó el subconsciente, no me justifico, pero tenía ventaja. Sucede que con las modificaciones de reglamentación los combates se definen de tres maneras: primero se toma en cuenta la acción ofensiva de mayor envergadura, luego las amonestaciones (con tres resultas descalificado), y por último el que marca el último punto. Así, por ese instinto inculcado a los luchadores respecto al pase atrás —anteriormente valía una unidad y no dos—, cedí un poco y a pocos segundos del final se me escapó el oro.
Sin embargo, la pelea más fuerte fue en semifinales, frente al mongol Ganzorigiin Mandakhnaran. Otro empate a seis, el veredicto fue mío gracias a tres técnicas de dos puntos, por dos de él adicionadas a una vez que salí de la zona de pasividad y un pase atrás en acción continuada. En un momento me sentí perdido. En el segundo parcial intensificamos el ritmo de pelea, le tiré una corbata, marqué, y en esa acción contrarrestó con el pase atrás. Eso no le bastó.
—Dos períodos de tres minutos, vida o muerte… ¿mayor desgaste? ¿El tema peso corporal?
—Más intensidad sí, físicamente llegué muy bien preparado, acá hay buenos luchadores en mi división, como Franklin Marén y Andy Moreno, además, suelo realizar sparrings con Yunierki Blanco y Reinier Pérez, de los 74. Es cierto que con los años hacer el peso exacto se dificulta. En ese sentido, con la ayuda de mi entrenador Julio Mendieta y el médico, lo realicé sin dificultades. Salí de acá en 68 y no me desgasté mucho para rebajar hasta los 66.
—¿Sientes que has crecido, madurado como gladiador?
—Sí, se necesita combinar muchas cuestiones para adquirir madurez. Hoy siento que he mejorado en la delimitación del tiempo y el espacio durante cada pleito, táctica y técnicamente, en el estudio y detección de los lados flacos de mis contrarios, y algo que te comentaba es vital: la comunicación con la esquina. Julio tiene otra mirada de los adversarios, está pendiente al más mínimo detalle, a veces con solo mirarnos interpreto su posible indicación. Con su contribución me siento un luchador parejo, que trabaja en todas las posiciones. Tiro pocos tackles, pero las entradas las utilizo como fintas, amagos. El suppley sigue siendo mi técnica preferida.
—Nadie duda que te hayas convertido en un luchador temible, experimentado, reflexivo. ¿Te atreverías a radiografiar el rendimiento de tus compañeros de equipo en Budapest?
—A nuestro regreso hicimos varios análisis: nunca pensé que Reinieri «el gimnasta» Salas se presentase en esa forma. Lo vi sereno, confiado, como si el estar un año y medio fuera de los colchones producto de su sanción por indisciplina no le hubiese afectado en lo más mínimo. La clave de su éxito nuevamente fue su sistema de defensa y contraataque, pulido con fintas, siempre en espera del momento exacto para asestar sus golpes y marcar. Como se dice popularmente, el golpe lo enseñó más aún.
Alejandro «Calabaza» Valdés (60 kg) necesita confiar más en el desarrollo de su técnica. Frente al asiático se tiró demasiado hacia atrás, precisa saber escoger el movimiento idóneo para cada rival. Es un luchador muy bueno con las corbatas y las técnicas de sumisión.
Y a Nacho (Yunierki Blanco-74) la inestabilidad lo golpeó una vez más. Considero que no debieron quitarle la presión de un extraclase como Iván Fundora tan rápido. Hay en él ese vacío del escalón intermedio sobre el cual te comentaba. En el 2010 derrotó en dos oportunidades a Fundora y los resultados se vieron en la Copa del Mundo al año siguiente. Ganó su división en calidad de invicto, cinco pleitos ante homólogos de la elite mundial.
—¿Qué le falta a Liván López?
—Soy ambicioso, quisiera despedirme del deporte activo con un título mundial u olímpico. Todos los esfuerzos de este ciclo los dirigiré hacia allí. En el plano personal tener un hijo, contarle mis anécdotas y peripecias como atleta, colgarle o verlo jugar con mis medallas, despertar con él entre mis brazos y enseñarlo a defenderse, ser disciplinado, un hombre de bien.
Resistí, sudé, tackleé con Liván, él a fuerza de técnica y maestría, yo con mi escudo de preguntas. ¿El veredicto? Un nuevo abrazo entre ambos.
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