La salpicadura del tiburón

La salpicadura del tiburón
Fecha de publicación: 
27 Octubre 2013
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«No me arrepiento ante la Ley, solo ante Dios», expresó aquel jefe mafioso culpable de innumerables crímenes jamás juzgados, de indudable popularidad por la generosidad que dispensaba entre los más necesitados. Era en Italia, la cuna de La Camorra y otros grupos de igual origen, con un poder que aún subsiste e irradiado a muchas partes del planeta, principalmente Estados Unidos, e implantado firmemente en varias naciones latinoamericanas.
                          

Una de las principales formas escogidas por este mal, que compite con los «cuellos blancos» de la corrupción, es el narcotráfico, alimentado por la persistente demanda de drogas por los compradores del Norte, especialmente en las localidades que no despenalizan el consumo. Pero también persiste por los multimillonarios ingresos que genera esa actividad para una vasta red de intermediarios estadounidenses.
                                                             

Las monumentales ganancias que genera el tráfico han alumbrado también enriquecidas narcoburguesías locales, que ya imponen sus propias formas de administración territorial. Un sector de origen marginal adiestra su ejército de pandillas y actúa con sostén de amplios segmentos de la burocracia y las fuerzas armadas.
                              

En varios países las clases dominantes coexisten con esta variedad de lumpen-burguesías que recurren al terror contra las protestas populares y utilizan la filantropía para blanquear el dinero sucio.
                   

El crecimiento desmedido de este grupo rompe la cohesión del Estado, disgrega la vida social y genera todo tipo de tensiones.
                     

En este contexto se inscribe la versión digital de la revista mexicana Proceso que ante la falta de respuesta de los gobiernos federal y estatal para ayudar a las comunidades de Tamaulipas afectadas por el huracán Ingrid, el cártel del Golfo removilizó y entregó varias toneladas de víveres a cientos de habitantes de Aldama y otros municipios del sur del estado.
                                                      

Pero el cártel, además, hizo un video que distribuyó a las redes sociales a fines del pasado mes de septiembre, con imágenes que muestran varias camionetas cargadas de artículos de latería, arroz, harina de maíz, leche, jugos, galletas y agua potable, además de cerveza, con leyendas como «Ellos han sido buenas gentes en las buenas y las malas…», y mostraron la repartición entre los afectados, ninguno de los cuales sabe -y si lo sabe, no le importa- las miles de personas torturadas y luego decapitadas por el «Robin Hood» mafioso.
                                                                                               

«Si ayudan es porque tienen corazón», «Aquí no se ha visto más interés que el de ayudar», rezan los textos, mientras se repartían los víveres entre cientos de mujeres, niños y hombres de la tercera edad.
                                                                                                                  

Y uno se pregunta cómo es que ese grupo del crimen organizado puede movilizarse con toda impunidad en lugares donde deben estar el gobierno estatal, el Ejército y la Marina, aplicando el llamado Plan de auxilio a la población civil en caso de desastre.
            

Por supuesto que esos pobladores, como los de otros muchos lugares, no tienen que ser amenazados por cártel alguno para proteger o no delatar, o no facilitar acción oficial alguna contra cualquier entidad criminal que los salpica con las migajas del robo y el crimen.
                                                                                    

        
México se ha convertido en el país más afectado por este proceso de descomposición político-social. Está corroído por una dinámica de penetración de los cárteles en la estructura del Estado. Este avance genera incontrolables guerras entre bandas, apañadas por los funcionarios que se disputan el control del negocio.
                              

La guerra encubierta ha potenciado, además, una escalada de violencia que utilizan los gobiernos derechistas para hostigar a las comunidades indígenas y perseguir a los trabajadores que resisten los planes de ajuste. Estas ofensivas incluyen fuertes embestidas contra los bastiones del sindicalismo independiente. Y si se ha producido alguna disminución de la violencia en estados septentrionales, se afirma que es producto de acuerdos entre el gobierno y los jefes del narcotráfico.
                                     

                   
Hemos citado a México como ejemplo ostensible, pero es Colombia el mayor productor y exportador de droga latinoamericano, pese a las siete bases concedidas a Estados Unidos para supuestamente evitarlo.
                                                                                                               

Lo que se ha hecho es perseguir a campesinos que viven del cultivo, sin darles una oportunidad para un cambio, en tanto, los jefes del narcotráfico buscan cada vez más apoyo entre la empobrecida población, lo cual dificulta su captura, como sucedió con Pablo Escobar, adorado por los más necesitados.
                               

Y esto sucede en gran parte del Caribe, donde decenas de miles de personas están empleadas por el narcotráfico, desde campesinos hasta policías, empleados del sector de la salud y banqueros.
                    

Una de las pruebas de mercadeo más escalofriantes se llevó a cabo en Puerto Rico hace 12 años. Los cárteles colombianos, que buscaban penetrar el mercado estadounidense de la heroína, desarrollaron un producto de alta calidad, con la idea de competir con las pandillas de tailandeses y otros asiáticos que controlaban la venta.
                          

                                                                                               
Para tal fin, llevaron a cabo en Puerto Rico un programa «piloto». Hacia allí embarcaron grandes cantidades de la droga, y los encargados de venderla recibieron muestras gratis para regalar. Muy pronto, personas que solo consumían cocaína comenzaron a hacerlo con la heroína, el plan tuvo éxito y se extendió por Estados Unidos. Como consecuencia, Puerto Rico enfrenta hoy en día un grave problema de adicción y consumo.
                                                                

Y es que mientras el tiburón se lleva la gran tajada, su salpicadura deja huellas que trastornan la personalidad y la moral de quienes viven bajo su sustento.

                                                            

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