El peor de todos

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El peor de todos
Fecha de publicación: 
31 Agosto 2013
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 Quizás al leer el título con el bajante muchos piensen en el presidente norteamericano, Barack Obama, quien apenas a un año de gobierno ya alentaba las guerras del establishment verdaderamente gobernante en Estados Unidos, y hoy se dispone a aumentar el triste aval, preparando con infundios una agresión contra Siria, como la que hizo Bush contra Iraq, con más de un millón de civiles muertos.                             

Obama fue premiado con el Nobel pacífico en el 2009, cuando ya lo que fuera preciado galardón cayera en descrédito, rompiendo ilusiones de quienes si creíamos cuando jóvenes en su valor, como el ganado por la Madre Teresa y en Literatura por Gabriel García Márquez. Hay otros casos que tuvieron ese merecimiento, pero ni fueron mencionados.                                                                                                                

La cuestión es que Obama desempeña un cargo de una nación que no tiene nada que ver con la paz, como Estados Unidos, a pesar de derramar una propaganda que lo casa con las palabras demócrata y pacifista.  

Obama no puede hablar de paz, cuando mantiene tropas en el Medio Oriente y Afganistan, se prepara para una agresión a Siria y declara que una guerra puede ser moralmente justificada por los fines, pasando por encima del Derecho Internacional y el Consejo de Seguridad de las ONU, con plena violación de los derechos humanos. Además es el país que más gases de efecto invernadero genera, el que hasta ahora siempre le ha huido a cualquier iniciativa de reducción;  el mayor fabricante de armamentos y fiel seguidor del esquema histórico belicista preconizado por la hegemónica nación. Pero no solo con Obama el Nobel generó sorpresa, polémica y hasta estupor. Eso fue lo que sucedió en 1905 cuando el  Premio Nobel de la Paz fue para la escritora austriaca Bertha von Suttner, quien casualmente había sido secretaria personal de Alfred Nobel.

En 1930 sucedió algo similar con el mismo premio, que le fue concedido a Nathan Soderblom, Arzobispo de Upsala y que contaba entre sus méritos haber sido amigo y confesor de Alfred Nobel, el creador sueco. 
  

En 1974 se repitieron las sospechas cuando los miembros del jurado que debían otorgar el premio Nobel de Literatura eligieron a dos de sus miembros como ganadores: los desconocidos escritores suecos Eyvind Johnson y Harry E. Martinson.

 
Sin embargo, otros sucesos han acontecido con los premios Nobel que también pueden ser calificados como hechos curiosos. Por ejemplo, que desde 1915 William L. Bragg, es la persona más joven en haber obtenido este premio, al otorgársele el Nobel de Química con 25 años de edad.   
                                                                                 

Entre lo más reciente, otra burla, fue el galardón de la paz concedido a la Unión Europea, por su mensaje político, según los dirigentes de Alemania y Francia, mientras tal estímulo, también inmerecido, se les dio en anteriores oportunidades al Dalai Lama, la birmana Aung San Suu Kyi, el chino Liu Xiaobo y la presidenta liberiana, Ellen Jonson-Sirheaf, todos preferidos de Washington.

 En 1906, lo ganó el Presidente de Estados Unidos Theodore Roosevelt, muy conocido por las intervenciones militares norteamericanas en Centroamérica y el Caribe, y también  fueron polémicos los premios al último líder soviético, Mijail Gorbachov, en 1990; el presidente de EE.UU. Woodrow Wilson, en 1919, y el secretario general de la ONU Kofi Annan, en el 2001.              
                 

También han sido célebres algunas negativas a recibir el premio, entre ellas la de Jean-Paul Sartre, quien en 1964 declinó recibir el premio Nobel de Literatura por razones personales. Pero sin dudas, las grandes olvidadas de los premios han sido las mujeres, porque Pese a ser la mitad de la humanidad, sólo 29 han sido premiadas con esta distinción en los más de 100 años que lleva otorgándose este premio.   

LA MAYOR PIFIA  

                                                                                                 

El mayor desacierto, peor que el de Obama, a mi entender, se produjo hace 40 años, en 1973, cuando el premio Nobel de la paz fue concedido a Henry A. Kissinger por su participación en las negociaciones de paz para poner fin a la guerra de Vietnam. Este premio fue compartido con su interlocutor vietnamita (Le Duc Tho), quien renunció al mismo, debido a que los tratados no se respetaron y la guerra se prolongó. Pero Kissinger no lo rechazó.

 
Se sabe de su participación en la organización del golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende en Chile y en el de Uruguay cuando se veía el advenimiento de la izquierda uruguaya presidida por la agrupación progresista Frente Amplio, ambos acaecidos en 1973.                                                                                                   

En Chile, organizó la denominada Operación Cóndor, un plan sistemático de “desaparición” de opositores dirigido a “combatir el comunismo” en Latinoamérica.   

En ocasión del golpe de Estado de Argentina, el 24 de marzo de 1976, alentó y apoyó a la Junta militar a que tomara el poder y la estimuló en la eliminación y “desaparición” sistemática de miles de opositores.                       

Se conoce su implicación directa en los bombardeos “secretos” de Laos y Cambodia, ordenados sin permiso del Congreso, los cuales sirvieron para que los Khmers Rojos accedieran al poder, del que se servirían para asesinar de entre dos millones a cuatro millones de personas.    
                                                                                                              

Además, apoyó al régimen indonesio del general Suharto, acusado del genocidio contra la población de Timor Oriental. El juez español Baltasar Garzón le requirió en el 2002 para que contestase sobre asuntos relacionados con abusos de derechos humanos, pero el gobierno de EE UU  se negó a esta petición.                                                            

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