Entrevista: Diario de Manuel Pérez
especiales
Manuel Pérez Paredes acaba de recibir el Premio Nacional de Cine, la mayor distinción que un realizador cubano pudiera recibir. Su nombre es parte de la historia cinematográfica de la Isla desde que dirigió una película como “El hombre de Maisinicú” hasta su última producción “Páginas del diario de Mauricio”. Ambos filmes son testimonios de lo que un artista y ciudadano necesita expresar de la época que le toca vivir.
Actualmente Manuel trabaja en un nuevo proyecto. “Estoy tratando de poner en pie un argumento de una historia de reencuentro amoroso que va de 1987 a 2012. A través de los dos personajes protagónicos quiero ver la Cuba de esos dos momentos. ¿Cuánto se puede cambiar o no con experiencias tan fuertes como las que se han vivido en este último cuarto de siglo? Ese es el desafío fundamental que tengo por delante”.
Con él estuvimos conversado.
Su vínculo por el cine viene desde antes de la Revolución, cuando fue parte de la Sociedad Cultural (cine-club) Visión. ¿Con quién más compartió esa experiencia, qué aprendió de eso?
Cuando llegué a la Sociedad Cultural (cine club) Visión acababa de cumplir 17 años, finales del 56. Allí encontré a un grupo de jóvenes -en la barriada de Santos Suárez- con los que pude compartir mi interés por el cine como medio de expresión, que hasta entonces marchaba en solitario, y comenzar un desarrollo cultural más amplio, También vino un incremento de las preocupaciones sociales que pasaron a ser políticas progresivamente. Estoy hablando de La Habana en la Cuba de 1956 al 58.
Al Visión iban a darnos conferencias o a conversar y ayudarnos con su experiencia cultural un grupo de intelectuales unos diez años mayores que nosotros. Recuerdo particularmente a Julio García Espinosa, Raquel y Vicente Revuelta, Tomás Gutiérrez Alea. También no olvido a Leo Brouwer y Jesús Ortega, pero estos últimos eran tan jóvenes como yo y estaban cotidianamente en el cine-club.
Allí gané grandes amistades que influyeron en mí. No hago la lista porque no quiero que se me olvide. Algunos están en el ICAIC, o estuvieron y han fallecido o se han jubilado, y tienen obra destacada como creadores…
¿Cómo recuerda los primeros años del ICAIC y de la Revolución, qué energía se respiraba entonces?
Fueron años de formación en todos los sentidos para los que entramos bordeando los veinte años.
Política, humana y profesionalmente comenzamos a despegar como jóvenes en años muy intensos, muy radicales en todos los órdenes de la vida. En lo particular te puedo decir que el ICAIC se convirtió en mi casa.
Desde ella, en medio de las polémicas internas y externas, fui conformando mi visión de lo que debía ser la Revolución Cubana en el campo artístico cultural. Cuba se definió en su perspectiva de futuro entre 1959 y1963.
Después, en medio de logros totales, parciales, desaciertos y reveses, ha habido cualquier cantidad de cambios, reorientaciones, rectificaciones y ajustes de cuentas con ilusiones que no cuajaron. Pero en esos primeros cinco años se tomaron las decisiones esenciales que nos han marcado hasta hoy. El formar parte de una generación que estuvo activa en ese primer quinquenio me dejó una huella para siempre.
Usted fue asistente de dirección de grandes del cine cubano como Titón o García Espinosa. ¿Cómo fue trabajar con ellos?
Con Titón fui uno de los dos asistentes de dirección de "La Batalla de Santa Clara", tercer cuento del largometraje "Historias de la Revolución"(1960). La magnitud del trabajo físico como asistente en ese cuento fue enorme. Conocí un Titón muy profesional, organizado, que sabía lo que quería aunque estaba abierto a las sorpresas de la realidad en la filmación. Pero intimé poco con el gran creador que era porque el corre-corre de asistirlo en un rodaje donde predominaban las escenas de masas y de recursos militares me tenía totalmente ocupado, al igual que a Manuel Octavio Gómez, el otro asistente.
No era una película como las otras que después realizó en la que él y los asistentes de dirección tuvieron una relación más cercana con el proceso de sus búsquedas creativas.
Con Julio trabajé como director asistente en "Las Aventuras de Juan Quinquín" en 1966. Ya yo tenía mucha más formación profesional, había dirigido documentales y un corto de ficción. Julio iba a su tercer largo como director y estaba empezando a buscar formas de renovación en su lenguaje cinematográfico. Participé en todo el proceso de preparación y de a lleno en la filmación, que fue muy compleja, pero agradable. En esta ocasión sí estuve muy cerca en las intenciones expresivas de Julio y de sus c
aminos para conseguirla. Fue una gran experiencia.
Todo el mundo lo conoce por el filme El hombre de Maisinicú. Háblenos de lo que significa esa película para usted, después de tantos años, y de su relación con Sergio Corrieri.
Debuté como director de largometraje de ficción con ese filme y el resultado me dejó muy satisfecho. Si te va muy bien con el público y la crítica es predominantemente favorable pues te sientes en el cielo.
Era una historia que yo había conocido años atrás (la película es de 1973 y los acontecimientos que narra corresponden a 1963-64) y me sentía muy motivado a narrarla como una reconstrucción que atrapara el interés de los espectadores, pero avanzando fríamente, reconstruyendo la trama a partir de empezar con la muerte del protagonista e ir recomponiendo, como un documento, narradores incluidos, el camino investigativo que conduce al desenlace trágico de la muerte del héroe.
En esa época se mezclaban en mi cabeza la influencia del Francesco Rossi de "Salvatore Giuliano" y los planos largos del húngaro Miklos Jancso de "Los Internacionalistas".
La relación de trabajo con Sergio fue óptima como actor colaborador y como ser humano. Ya él llevaba unos años al frente del Grupo Escambray cuando le propuse el personaje. Estaba perfectamente familiarizado con la región y su historia. Nos llevamos muy bien y su caracterización del Alberto Delgado, la que yo veía para la película, fue excelente.
¿Se esperaba el Premio Nacional de Cine? ¿Qué fue lo primero que le pasó por la mente cuando le avisaron?
Podía ser este año o en los próximos. Sabía que estaba en la cola pero en ésta no dan número y hay muchos expedientes de méritos artísticos que se parecen o se acercan. He sido jurado en dos ocasiones y conozco muy bien que no es fácil comparar largos currículos de vida y, adicionalmente, de las diversas especialidades que integran la creación cinematográfica.
Me puse contento y pensé que debían conocerlo cuando antes mi esposa, mi hijo y mi nieto.
Lleva años sin dirigir, ¿por qué?
He compartido mi vida como cineasta en el ICAIC alternando la obra personal con el trabajo de asesoría artística. Desde mediados de los setenta en la producción de documentales; posteriormente empecé a evaluar argumentos y guiones para largos de ficción y también la etapa de edición. Estas experiencias han sido muy valiosas porque aportando y confrontando ideas he aprendido mucho.
De 1988 a 1992 fui responsable de uno de los Grupos de Creación en los cuales se organizó la producción de ficción y documentales. Esta experiencia unió, de manera voluntaria, a los realizadores en tres Grupos, unos diez en cada uno. Titón, Humberto Solás y yo éramos los que estábamos al frente de los mismos. No era obligatorio pertenecer a los mismos y unos pocos directores eran atendidos directamente por Julio García Espinosa, entonces presidente del ICAIC.
Después de los noventa y hasta hoy me he mantenido con este tipo de asesoría, bien con proyectos de coproducción o vinculándome a otros realizadores con los que me une la amistad o una identificación creativa. De todas maneras, debo añadir que soy lento en el proceso de gestar un proyecto personal.
Su última película, Páginas del Diario de Mauricio, es intensa, ¿pudiera decir que es una historia personal, cuánto tiene que ver con usted?
"Páginas del Diario de Mauricio" es una película muy sentida para mí. Cuando empecé a escribirla mi plan era contar la historia del protagonista desde el primero de enero del 59, cuando tiene 18 años, cuando ve por primera vez la muerte de un ser humano después de la toma de Santa Clara. Por ahí seguía su vida ligada a acontecimientos capitales del país: la tarde del sabotaje de La Coubre lo sorprende en una relación amorosa; en Girón es herido cuando busca invasores en fuga en el interior de la ciénaga; en la zafra del 70 está inmerso en el robo de un puerco, para llevar comida a un albergue de macheteros que tiene problemas de abastecimiento, cuando se anuncia que los diez millones no van; y así otros momentos hasta llegar al año 2000. Pero eso no era una película, era un serial de seis capítulos de poco menos de una hora cada uno.
Para conseguir dinero (fue una coproducción con España y México) y hacerla realidad como un largo de dos horas y minutos tuve que amputar los primeros treinta años de Revolución y empezar en 1988. De ahí que la historia abarca doce años, hasta el 2000. Es un intento de reflexionar, con el protagonista, sobre la experiencia de lo vivido en sus últimos doce años de vida que ya sabemos los cubanos lo que significaron y significan, todavía hoy, en la vida de Cuba y en la de cada uno de nosotros.
Sí, la película tiene que ver con mi generación, con la parte de ella que asumió el compromiso de quedarse y luchar y trabajar por el proyecto revolucionario hasta este momento. Mi protagonista cumple 60 años al llegar al siglo 21 y hay un balance agridulce del camino recorrido en su ámbito público y privado.
En la Cuba de hoy hay muchos "Mauricio" que han vivido y siguen viviendo complicadamente el presente, sin lastimarse éticamente en lo esencial, existiendo o sobreviviendo de diversas formas, material y espiritualmente. No es fácil.
Conviven estos "Mauricio" con otros de mi generación (no vamos a llamarles "Mauricio") que se han cansado de diferentes formas; unos emigraron o tienen en proyecto emigrar; otros siguen acá, morirán aquí, pero ya colgaron los guantes; y están las diversas gamas de desmoralizados hasta llegar a los corruptos.
Entiendo por "Mauricio" una actitud honesta, no exenta de conflictos y contradicciones, que han llegado a la tercera edad y ven que las cosas no salieron como hubiesen querido. Al mismo tiempo luchan por no caer en el cinismo, por preservar al máximo posible sentimientos de autenticidad, lealtad, sinceridad y solidaridad. Lo ideal es que deben ser tan empecinados en esas virtudes como en mantener un espíritu crítico ante la realidad y ante la vida vivida y lo que les queda por vivir. No es fácil.
Todo esto que te resumo es lo que estaba en mi cabeza, en mis intenciones, cuando hice la película. Es mucho para solamente ciento treinta minutos en pantalla, pero es mi testimonio de una parte de esa generación, que es la mía.
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