Sadaise Arencibia: “No creo en la inmortalidad, creo en la danza”
especiales
Sadaise Arencibia es un ser para la escena. Uno se la cruza en la calle y no se imagina que es una primera bailarina: tan sencilla va por el mundo. Pero cuando sale al escenario, cuando las luces artificiales la dibujan, es como una visión mágica. Sadaise Arencibia recrea ella misma una atmósfera. Es algo no demasiado común entre las bailarinas. La entrevistamos después de un ensayo, en la sede del Ballet Nacional de Cuba.
—¿Cuándo comenzó todo? ¿Quién decidió que tenías el potencial para ser bailarina?
—Yo siempre tuve el sueño de ser bailarina. Pero también mi tía Paquita y mi mamá tuvieron mucho que ver en eso. Cuando era niña tenía los pies planos y a ellas se les ocurrió que estudiar ballet podría ayudarme. Y yo encantada.
—Pero no era precisamente una infancia despreocupada lo que te propusieron. Todo el mundo sabe que esta profesión exige mucho desde el principio…
—Sí, claro. Pero al principio yo lo veía todo como un juego. Mi infancia, de hecho, no fue para nada traumática. Me gustaba mucho lo que hacía, me divertía haciéndolo.
—¿Ni siquiera cuando te sentías presionada?
—Aprendí a manejar las presiones. Por supuesto que siempre es difícil hacerlo. Recuerdo que en los concursos era tremendo, porque tenías encima a los maestros, que esperaban que lo hicieras todo bien; tenías encima el jurado, que siempre inspira un poco de temor; tus familiares y el público… En fin, demasiada gente pendiente de tu trabajo en el escenario. Cuando me hice profesional, las presiones se incrementaron. La gente espera mucho de ti y uno teme no estar a la altura de las expectativas. Mientras más bailas, más te exigen.
—No toda la vida del bailarín transcurre en la escena… ¿Cómo te sientes, por ejemplo, en las clases?
—Bueno, eso depende. Hay días y días. Hay días en que no se tiene deseos de hacer nada. Pero en sentido general a mí me gusta la clase. Quizás porque parta del convencimiento de que es imprescindible, la clase es tu entrenamiento. Y sin entrenamiento en este oficio no puede hacerse nada, porque el ballet es un arte muy físico.
—Cuando estudiabas, ¿soñabas con bailar algún rol en particular?
—Yo me veía bailando todo. A mí me gustaba —bueno, me gusta— bailar; una tiene preferencias, pero me atraen todos los papeles. Desde el principio mis maestros vieron que tenía posibilidades de sobresalir y no me lo pusieron fácil. He podido bailar mucho, pero nunca me creí una elegida, de hecho, siempre tuve que trabajar mucho.
—Por tu aspecto físico, se puede pensar que naciste para ser bailarina clásica.
—Eso he sido, después de todo. Y estoy muy satisfecha por serlo. Aunque, te confieso, también me gusta mucho la danza más contemporánea. Quisiera hacer más coreografías de ese tipo.
—Podrías coreografiarlas tú misma. ¿Nunca te ha interesado hacer coreografías?
—La verdad es que no. Me gusta ser intérprete. No estoy de acuerdo con esos que dicen que el trabajo del intérprete se reduce a seguir un esquema trazado por otro. Yo me desdoblo, le aporto a cada rol algo que solo yo puedo aportarle.
—Dicen que el arte es también trascender la cotidianidad. El artista se rebela ante sus circunstancias…
—Cuando salgo a bailar, trato de desdoblarme. Yo, la Sadaise de todos los días, no tengo mucho que ver con los personajes que interpreto. De hecho, algunos son muy diferentes. Trato de comprender sus impulsos, sus necesidades, la razón de sus acciones. Eso sí, en el fondo nunca dejo de ser yo. Mis personajes también tienen de mí misma.
—¿Estás satisfecha siempre?
—Por supuesto que no. Hay funciones en que siento que no estuve a la altura de lo que esperaba. Me molesta mucho que en el escenario no se vea el resultado del ensayo. Me ha pasado que me he esforzado mucho en el salón, he tenido buenos ensayos y cuando voy al teatro, todo queda por debajo de las posibilidades reales. Pero eso también es normal.
—Cuando sales al escenario, nadie duda que eres primera bailarina. Se sabe, incluso, antes de que comiences a bailar. Es como una actitud, un “saber estar” sobre la escena… Pero aquí, en la compañía, no asumes ninguna pose…
—No tiene sentido hacerlo. Sería solo eso: una pose. Yo soy como soy, no voy a violentarme representando un personaje en la vida cotidiana. Los personajes los vivo en la escena. Ser primera bailarina es una responsabilidad, eso es más que evidente. Claro que también es un privilegio, y aunque no lo parezca, a mí me satisface mucho. Te da oportunidades que la mayoría de la gente nunca tendrá. Pero yo lo llevo todo con mucha naturalidad. Lo tengo muy claro: primero soy Sadaise Arencibia, y después, primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba.
—Pero has logrado lo que la mayoría de los que comienzan a estudiar ballet no logran nunca. ¿Cuál es el secreto para ser un primer bailarín?
—Creo que cada quién tendrá el suyo. Pero yo pienso que no hay ningún secreto. Lo primero es el talento, sin eso no se llega a ningún lado. Lo segundo, lo que marca la diferencia, es el deseo de demostrar ese talento (y eso se hace trabajando mucho). Hace falta también un poco de suerte, aunque hay quien dice que la suerte tiene mucho de voluntad. Y por último, gente que te apoye, en todos los ámbitos: en la profesión, en la familia, amigos…
—¿Cuándo eres infeliz en este ámbito creativo?
—Cuando bailo con dolor. Cuando me lastimo. Duele mucho saber bien qué hacer y no tener el estado físico para hacerlo. Otra cosa que también duele es que te encasillen en determinados papeles, que no te den el valor que mereces…
—¿Hablas del público?
—Hablo en sentido general. A mí con el público me ha ido bien. Siempre me ha respondido, incluso en los momentos difíciles sobre escena. Me gusta el público entusiasta, que vive las funciones, que se involucra con lo que pasa en el escenario. Y al mismo tiempo es respetuoso.
—¿Y qué público no te gusta?
—El que compara. Cada bailarín es distinto, cada uno ofrece algo particular. Lo más inteligente es apreciar lo novedoso que te ofrecen, y no tanto echar en falta lo que no te dan y te da otro. Tampoco me gusta el público que asume el ballet como una emulación, como un deporte. El ballet es arte, no se viene aquí a competir.
—¿Bailas para ti? ¿Te basta con el placer de bailar?
—No, claro que no. Yo quiero que la gente que me ve se vaya del teatro con un buen recuerdo, que mi baile les haya dicho algo. Es una tontería eso de bailar para una misma, una baila para que los demás disfruten, y también por la necesidad de comunicar. De lo contrario, bailaría escondida, sin testigos. Yo me conformo con la idea de que todo lo que hago tiene un sentido, una razón de ser. No creo en la inmortalidad. Me conformo con que alguien me recuerde, haber influido en la vida de alguien, de alguna manera… que le haya abierto una ventana. Creo que de eso se trata el arte.
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