Opinión: ¡Gracias, Andrés!
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El periodista norteamericano-argentino Andrés Oppenheimer cumpliendo la misión que le asignaron en Estados Unidos arremetió de nuevo contra Venezuela.
Lo hizo este jueves en su habitual columna de El Nuevo Herald, ahora bajo el titulo ¡Gracias Hugo!, y otra vez incurrió en falsedades, medias verdades y premeditados silencios.
Dijo que la Florida debe estar agradecida del “dictador cubano” Fidel Castro, por los profesionales que escaparon a Miami después del triunfo de la Revolución, y también levantarle una estatua a Hugo Chávez por ahuyentar a integrantes de su clase media.
Resalta que casi el 57 por ciento de los venezolano-estadounidenses, cuyas edades oscilan entre 25 y 34 años, poseen títulos de licenciatura o maestría, “mucho más” que el promedio nacional en Estados Unidos. ¿Dardo involuntario de Andrés contra el país más desarrollado del mundo?
Se habría sorprendido menos si hubiese leído este martes un informe de la Comisión Económica para América Latina CEPAL, de la ONU, que situó a Venezuela y Uruguay entre las naciones latinoamericanas con la mejor distribución de los ingresos de sus habitantes.
O si supiese que en agosto de 2010 la UNESCO brindó a Caracas una calificación de 96 puntos en honor a las metas alcanzadas en materia de inclusión para la alfabetización, la educación inicial, primaria, secundaria y universitaria.
La organización de la ONU para la alimentación y la agricultura, FAO, le entregó un reconocimiento por la reducción del hambre y la pobreza extremas en más del 50 por ciento durante los últimos 14 años, antes de cumplirse las metas establecidas en el plan del milenio.
Buen ejemplo para ustedes, donde el uno por ciento de los ciudadanos concentra la mayor parte de las riquezas y el 99 por ciento la menor. ¿Ha oído hablar del movimiento Occupy Wall Street?
Atribuye al nuevo alcalde de Doral, ciudad ubicada en Miami-Dade, Luigi Boria, la afirmación de que los venezolanos llegan allí “por la persecución, el miedo y la inseguridad que sienten en esa nación suramericana”.
Andrés también planteó que muchos de ellos han salido hacia otros países, y según él solo en España radican unos 97 000, cifra curiosa porque se ha revelado que esa nación europea ha sido abandonada ya por decenas de miles de sus habitantes debido a la gravísima crisis socio-económica que la desmorona.
Claro que, para Andrés, se trata solo de España, seis letras que incluye de manera frívola en su texto sin algún comentario, parte de su conocida técnica de la mudez selectiva.
Luego apunta que, debido al éxodo de personal ejecutivo e ingenieros de la industria petrolera venezolana, su producción se ha desplomado, “de manera semejante” a lo sucedido con la azucarera en Cuba después del triunfo de la Revolución.
Andrés reproduce en esto, fielmente, la versión de Washington y guarda silencio en cuanto a la grotesca conspiración montada desde el Norte para golpear al sector y paralizar la economía de Caracas.
Decir tranquilamente, sin otros elementos, que la producción azucarera en Cuba se desplomó luego del triunfo de la Revolución, es una mentira de muy bajo calibre.
A solo un mes de ese histórico acontecimiento, o sea en los primeros días de febrero de 1959, el periódico Journal of Commerce, editado en Nueva York, insinuó que una parte de la cuota azucarera que La Habana vendía tradicionalmente a Washington podía ser bloqueada.
Lo ejecutaron 17 meses después cuando el gobierno estadounidense, el 6 de julio de 1960, ordenó rebajar esa cuota en 700 000 toneladas ya producidas, invocando el “interés nacional”.
¿Causa esencial? La Habana había proclamado su intención de mantener un comportamiento independiente al de la Casa Blanca y de iniciar un programa de justicia social a favor de la inmensa mayoría de sus habitantes.
El fin del status neocolonial de la isla resultó demasiado para su metrópoli estadounidense y alrededor de aquella época diseñaron planes que intensificaron la hostilidad ya en marcha.
De todas maneras, ¡gracias Andrés!, por demostrar en vivo hasta dónde puede llegar un latinoamericano secuestrado y succionado por el establishment de Estados Unidos.
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