Opinión: Diálogos en La Habana
especiales
El gobierno colombiano y las FARC encuentran en La Habana un escenario idóneo y en los gobiernos de Noruega, Cuba, Venezuela y Chile facilitadores dedicados en encontrar fórmulas para poner fin a un conflicto interno que ha durado demasiado tiempo y que por las escasas oportunidades de solución recuerda al de naturaleza externa que enfrenta a Cuba y Estados Unidos: ojalá hubieran para el segundo las opciones existentes para el primero y el diálogo en La Habana se convirtiera en un diálogo con La Habana.
Centroamérica, Namibia, Sudáfrica y Angola y más recientemente Colombia son algunos ejemplos del excelente desempeño y del papel positivo de Cuba al alentar o ser parte en la negociación de delicadas situaciones diplomáticas y políticas, en las cuales han estado involucrados los Estados Unidos. Sin embargo la Isla no ha tenido el mismo éxito cuando se trata de sí misma.
A lo largo de cincuenta años en los cuales la Revolución Cubana ha lidiado con 11 presidentes estadounidenses, a nivel popular y probablemente también en círculos de gobierno, se ha esperado que alguno de los seis mandatarios reelectos, en sus segundos períodos dieran pasos hacia la normalización de las relaciones con Cuba. Aunque no se ha justificado, la expectativa resurge cuando Barack Obama inicia su último tramo en la Casa Blanca.
Esta vez el moderado optimismo es acompañado por dos circunstancias nuevas: en la Isla se opera un proceso de reformas que Estados Unidos dice observar con interés y el presidente Raúl Castro, según su propuesta, después de las próximas elecciones, iniciará su último periodo al frente del gobierno. Seguramente, como máximo representante activo de la generación histórica liderada por Fidel Castro, desearía avanzar en la solución de asuntos de capital importancia para el futuro del país y de la Revolución, entre ellos llevar a buen puerto las reformas en curso y avanzar en la solución del diferendo con Estados Unidos que no debería constituirse en legado.
Al respecto, en su reciente intervención ante la Asamblea General de Naciones Unidas (13-11-2012), el ministro de relaciones exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla recordó que en 2008, Barack Obama anunció “un nuevo comienzo con Cuba”, y expreso la voluntad de: “…Llevar la relación entre los Estados Unidos y Cuba en una nueva dirección…” Por unas y otras razones el presidente no honró sus palabras aun cuando hubiera sido un gesto positivo hacía el pueblo cubano, una señal de respeto a la comunidad internacional y un acto consecuente con los derechos de los norteamericanos a quienes se les impide viajar, comerciar y relacionarse con Cuba.
Formalmente, ante la Asamblea General de la ONU, integrada por cerca de 200 países, el ministro cubano reiteró a nombre del presidente Raúl Castro Ruz, la propuesta de avanzar hacia la normalización de relaciones con los Estados Unidos, mediante un diálogo respetuoso, sin condiciones previas, sobre bases recíprocas y de igualdad soberana.
Ignoro cuál sería la posición oficial del Gobierno de Cuba si en reconocimiento a sus esfuerzos pasados y presentes a favor de la solución de otros conflictos, en América Latina surgieran interlocutores que de buena fe, desempeñaran el papel de gestores y facilitadores de un diálogo que más allá de los cubanos interesa a toda la región. Con intentarlo nada se pierde. Allá nos vemos.
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