Cortázar renovó la magia de París con Rayuela
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Rayuela, la obra más emblemática del argentino Julio Cortázar, que desarrolla parte de la historia en París, le granjeó el respeto de los literatos franceses y renovó la magia de esta ciudad, al hacerla converger con el realismo mágico latinoamericano.
«Puede que Rayuela no fuera un éxito de ventas, pero Cortázar gozó a partir de entonces de un inmenso prestigio en el mundo literario francés», explicó a Efe el responsable de la sección latinoamericana de la casa de edición Gallimard, Gustavo Guerrero.
A cincuenta años del fenómeno editorial que cambió para siempre la percepción de la literatura latinoamericana en el mundo, Guerrero, él mismo escritor, quiso recalcar la «especial y antigua» relación de Francia con las letras de Latinoamérica, que data de «mucho antes del boom».
En los años veinte el mexicano Alfonso Reyes, considerado como «eterno candidato al Nobel», se convertiría en el primer autor de la región traducido al francés, y en los años cincuenta, Gallimard creó «La Cruz del Sur», primera colección dedicada en exclusiva a la literatura latinoamericana, no solo en Francia, sino a nivel mundial.
En ese entonces, las tiradas no excedían las 500 copias, pero a partir del llamado boom en los años sesenta y setenta, esa cifra se sextuplicó, «no por un complot editorial, sino por una explosión del interés entre el público debido a la innegable calidad literaria de estos autores», aclaró Guerrero.
Tanto los precursores Juan Rulfo y Jorge Luis Borges como los grandes representantes de la corriente —Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, el propio Cortázar y, posteriormente, Carlos Fuentes— se tradujeron al francés, al igual que a otros muchos idiomas, con la diferencia de que en Francia «sí se había oído hablar antes de ellos, no eran unos completos desconocidos».
Pero además, la relación de estos literatos con París fue mucho más estrecha que con ninguna otra ciudad europea, debido a que la capital francesa «ha sido desde siempre la meca literaria de los escritores latinos, por el capital simbólico de reconocimiento» que suponía volver a su patria habiendo triunfado allí, opinó Guerrero.
En efecto, ya fuera por circunstancias personales, por motivos profesionales o por una mezcla de ambos, la generación del boom se encontró íntimamente ligada a esta ciudad en un momento u otro de su vida, e incluso después de su muerte.
Cortázar, que en 1951 aterrizó en París para trabajar como traductor en la Unesco, se quedó, fue naturalizado por el presidente François Mitterrand en 1981 y acabó reposando en el cementerio de Montparnasse, pese a haber afirmado con frecuencia que vivir en Francia le había hecho descubrir hasta qué punto se sentía latinoamericano.
Carlos Fuentes, fallecido este año, también eligió París como ciudad de reposo final, y su tumba se encuentra en el mismo cementerio que la del argentino.
Por ello, la ciudad de la luz aparece retratada en las obras de casi todos estos escritores, más allá de Cortázar y su Rayuela. Vargas Llosa, por ejemplo, terminó de escribir allí su primera novela, La ciudad y los perros, y a ella ha vuelto con otras más recientes como Travesuras de la niña mala, mientras que García Márquez la conoció varios años en tanto que corresponsal.
El Instituto Cervantes de París ha creado itinerarios en internet para mostrar la vida de todos ellos, amén de otras personalidades, en una de las capitales del mundo que ha acogido a un mayor número de creadores de España y de América Latina en la historia reciente.
La unión intrínseca entre hombres de letras latinoamericanos y París, la impronta que esta ciudad ha dejado en su obra no nació con el boom, pero sí fue potenciada por el fenómeno.
Y ellos, con su mirada de otro hemisferio, privilegian una imagen de la capital francesa distinta de la de los grandes literatos franceses, al conjugar en su visión de París magia, metafísica, crítica social y fantasía.
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