Johana Simón: «La voz tiene el color del alma»

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Johana Simón: «La voz tiene el color del alma»
Fecha de publicación: 
9 Septiembre 2012
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Todo el mundo quería que Johana Simón fuera bailarina. Desde muy pequeña la vincularon con talleres y clases de ballet. Nadie se imaginó que con los años terminaría siendo una soprano profesional, una cantante de ópera, una actriz que canta…

La entrevistamos antes de que comenzara un ensayo para un concierto. Nos había mostrado una grabación de una Traviata que protagonizó en España recientemente. Lucía cómoda en escena: «Pude cantar seis veces en dos semanas, pude redondear la interpretación».

Johana Simón es afable y simpática. No tiene mucho que ver con la idea que nos hacemos de una diva operática. Quizás es que las nuevas cantantes rehúyen del cliché…

—¿Cuándo supiste que ibas a ser cantante profesional?

—Cuando comencé a dar clases con el maestro Ricardo Linares. Enseguida me di cuenta de que había algo, de que yo tenía un talento. Él fue capaz de abrir esa puerta, desarrollar mis capacidades. Yo ni siquiera había pensado en la posibilidad de cantar profesionalmente. Fui a las clases sin pretensiones. Se suponía —al menos eso suponía mi familia— que fuera bailarina. Al ballet le agradezco ese saber estar en la escena, que es algo importante en esta profesión. Pero con Linares me decidí por el canto, a pesar de que en ese momento un gorrión tenía más voz que yo. Pero pronto ya le estaba diciendo a todo el mundo que sería la próxima diva del siglo.

—¡Era una pretensión mayúscula!

—Cosas de muchacha inexperta. Hace mucho tiempo que no digo una cosa como esa.

—¿Cómo te sentiste en tu primer concierto?

—Fue una experiencia inolvidable, exultante. Cuando vi todas las personalidades que asistieron, me puse a temblar. Estaban Alicia Alonso, varios profesores y músicos, críticos y periodistas… Me dije: Dios mío, ¿de dónde voy a sacar la voz? Sentía un hueco en el estómago. Decidí que tenía que poner la cara, que tenía que salir a actuar. Y así lo hice. Me fue bien. Cuando terminé estaba tan emocionada, que me creía que flotaba.

—Hablas de «actuar»; ¿no basta solo con cantar?

—Yo sigo el legado de María Callas: No hay justificación en el canto, si no está animado por un sentimiento. ¿Qué es una voz sin intención? Uno podría decir: es una voz bien entonada, bonita… pero no mucho más. Hace falta un impulso, una razón, un sentido.

—¿Cuándo hiciste tu primera ópera completa?

—Cuando me gradué del Instituto Superior de Arte. Mi examen fue precisamente una ópera, con el Teatro Lírico Nacional de Cuba. Lucía de Lammermoor, que siempre me gustó mucho (me encanta eso de interpretar a heroínas que se vuelven locas). Desde 1999 estaba haciendo conciertos, sentí que era el momento para dar el salto. Hice mi debut y al mismo tiempo me gradué.

—¿No era arriesgado?

—Lo vi viable. Me di cuenta de que tenía la capacidad para hacerlo. Es más, tenía la necesidad de hacer una ópera completa. A mí me gusta mucho el concierto, pero cuando deje de hacer óperas, sé que lo voy a extrañar mucho.

—Tu repertorio es bastante singular. Cantas arias y canciones que no suelen estar en el repertorio de otras cantantes…

—Tengo la influencia de mi tío, Pedro Simón, que es investigador. Me ha exhortado a que busque, a que me arriesgue. Por otra parte, mi maestro Raúl Iglesias siempre me dijo que si tenía la resistencia, debía cantar cosas largas y poco usuales, para que todo el mundo viera mi capacidad. Ellos dos son en buena medida los responsables.

—¿Cómo es el día de un concierto?

—El día anterior no hago nada que tenga que ver con la actuación. Duermo mucho, descanso, juego en la computadora (tengo unos juegos de roles que me encantan)… Ni canto, ni estudio. Mucha tranquilidad. El día del concierto preparo mi maleta y salgo muy temprano para el teatro o la sala. Me gusta llegar siempre tres horas antes de la presentación.

—¿Y qué sientes justo antes de comenzar a cantar?

—Es algo que no se puede procesar con el razonamiento. Es el momento más crítico, esos cinco minutos antes del comienzo. Yo sencillamente trato de mantenerme tranquila y espero que no se me olvide nada…

—¿Se te ha olvidado alguna vez una letra?

—Claro que sí. A casi todo el mundo le ha pasado. Pero lo importante no es equivocarte, sino salir airosa de la equivocación. Como dice el refrán: No es caerse, sino saber levantarse. Aprendí una cosa básica con la maestra Elena Herrera: la música siempre está en presente. No puedes pensar en lo que te salió mal ni en lo que tienes por delante. Sencillamente canta. Siempre es posible superar un error, un olvido.

—¿Qué hace falta para ser una cantante lírica?

—Mucha disciplina, una sensibilidad singular y cierto talento. Y fíjate el orden en que te lo dije. Tener talento es importante, pero no hace falta un gran talento. Hay muchachos tan talentosos que no llegan a nada… Se confían y no trabajan. En esta profesión hay que trabajar mucho, hay que tener mucho empeño. Yo no paro de trabajar. De hecho, nunca tomo vacaciones. Y no es un sacrificio, hago lo que me gusta hacer.

—Entonces, ¿no has sacrificado nada?

—El día que sienta que estoy sacrificando algo importante, será el momento de replantearse las cosas, de buscar nuevas perspectivas. Yo no veo el arte como un sacrificio.

—Pero, ¿ha sido difícil el camino?

—La verdad es que no lo he tenido tan difícil porque he contado siempre con excelentes profesores. Gente que sabe lo que hace, y te ayuda a potenciar tus capacidades. Además, te repito, a mí me gusta mi oficio, para mí es un placer trabajar. Claro, hay gente que da por sentado que el hecho de tener familiares vinculados con el arte, reconocidos, facilita las cosas. Y la verdad es que ellos me apoyan, por supuesto, pero soy yo la que se tiene que aprender las óperas, por ejemplo…

—Obviamente trabajas mucho; ¿tienes tiempo para algo más?

—Claro que sí. Tengo cuatro gatos y un novio, así que tengo que darles tiempo. Me encanta cocinar, y la verdad es que cocino muy bien. Hago muchas cosas además de cantar y estudiar. Ya te dije que jugaba en la computadora…

—A la hora de cantar, ¿te nutres de tu vida privada?

—Constantemente. A pesar de que soy joven he vivido intensamente. Todo eso lo llevo a la escena. Vivo sola desde los 17 años, he viajado mucho, he sufrido y he gozado, he tenido pérdidas importantes… Todo eso, muchas veces inconscientemente, lo incorporo a mi arte.

—Cambiemos de tema. Esta profesión es muy competitiva. ¿Cómo lidias con eso?

—Parto de un solo hecho: cada persona tiene algo auténtico. Nadie es igual, nadie ofrece exactamente lo mismo. Asumo que lo que ofrezco yo, no lo puede dar nadie más. La voz es un patrimonio personal. La voz tiene el color del alma. Por eso cuando doy clases trato de que cada alumno saque su propia voz. En cuanto a la competencia, sé que está, pero no pienso en ella. Tengo tanto que estudiar, tengo tanto que cantar…

—Pero tendrás influencias, admirarás a otros cantantes…

—Claro. Ya te dije que era «callista». Más allá de las voces, admiro a los cantantes que sienten lo que cantan. Actuar cantando, esa es mi meta siempre.

—¿Cómo recibes los elogios?

—Por supuesto que bien, aunque sin perder de vista quién me elogia. Aunque, fíjate, a veces recibo mejor el elogio de alguien que tiene que ver poco con este mundo, alguien más inocente, menos prejuiciado.

—¿Y las críticas?

—Yo soy mi crítico más severo. Dudo mucho que alguien me critique más de lo que yo misma me critico. Yo filmo todas mis presentaciones y después las estudio cuidadosamente. Soy perfeccionista en ese sentido.

—Por último, dime algo con toda franqueza: ¿por fin te sientes la diva del siglo XXI?

—Claro que no, ya te dije que eran las cosas de una muchacha que comenzaba. Con los años he aprendido que uno tiene que pretender ser uno mismo, con tus capacidades y con tus limitaciones. A mí me gusta cantar y por eso trabajo. Siempre estoy trabajando. Siempre estoy mirando adelante. Esa es mi motivación para levantarme todos los días.

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