Geopolítica: ¿La hora de las armas?

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Geopolítica: ¿La hora de las armas?
Fecha de publicación: 
26 Noviembre 2024
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La autorización de Biden a Ucrania de realizar ataques en profundidad en el territorio ruso ha marcado quizás el inicio de una era diferente en las relaciones internacionales. Al parecer, tras las señales de que con la llegada de Trump se iba a producir un clima propicio a un tratado de paz y una retirada de las fuerzas y del apoyo occidental hacia Kiev, la fracasada administración demócrata está tomando el peor de los caminos: cerrar toda vía a la negociación y radicalizar las relaciones entre las dos potencias para que no se avance, a riesgo incluso de la vida del planeta. Lo que pareció increíble e impensable para cualquier cálculo humano, está pasando. Unos hablan sobre la senilidad de Biden, que lo estaría llevando a esta decisión, otros mencionan una agenda oculta, oscura e irracional de las élites que necesitan esta guerra. 

En tanto, Rusia ha activado su doctrina nuclear, lo cual convierte en objetivos legítimos incluso territorios occidentales en los cuales pueda haber un posicionamiento hostil. La respuesta de Moscú, según trascendió, será proporcional, lo cual significa que en el teatro de operaciones habrá un avance de acuerdo a cómo Kiev use esos cohetes. Y es que el tema no solo es la eficacia o no de los misiles, sino lo que significa en términos geopolíticos. Los ucranianos no disponen de tecnología para hacerlo y estarían usando apoyo de inteligencia militar proveniente de la OTAN. Algo que ya estaba pasando, pero que este paso en concreto obliga al Kremlin a asumirlo de manera pública y por ende actuar en consecuencia. 

¿Qué puede pasar antes del 20 de enero? Resulta sospechoso que el supuesto candidato de la paz (Trump) no se haya pronunciado sobre una situación que complicará una de sus más famosas promesas de campaña. Se está especulando de un supuesto acuerdo en el cual tanto Biden como el presidente entrante están conscientes de lo que están haciendo con la política exterior. En todo caso, amén de declaraciones del hijo de Trump en redes sociales, no ha habido por parte de la administración recién electa ningún tipo de posicionamiento. Y es que, en el fárrago de la campaña, nos hemos olvidado de la naturaleza bicéfala del poder norteamericano, en el cual ambos partidos son una misma cosa de cara a las cuestiones del imperio exterior. Si los republicanos son más antichinos y los demócratas más antirrusos, en realidad ambas posturas responden a la conservación del orden globalista posterior a 1991 y no a contraposiciones geopolíticas. Lo que unos han prometido mediante la guerra comercial, otros lo están haciendo en la confrontación en Ucrania. Al ser una misma cosa, los partidos actúan de forma coordinada en lo esencial, ya que les va la existencia del modelo globalista liberal. Por ende, podemos juzgar que la escalada va más allá de un juego del presidente saliente hacia el entrante, de hecho, no es descabellado decir que se están creando las condiciones para, una vez tomada la posesión el 20 de enero, sean tan duras las cuestiones de política exterior que Trump justificará con ello el incumplimiento de su principal promesa de campaña. La decadencia del poder es una sola y las vías para restaurarlo parecieran ser diferentes, pero solo en la apariencia. En realidad, se trata de una metodología que tiende a debilitar a los enemigos mediante aranceles y guerras proxys que posee en lo comercial y en el valor del dólar su peso más evidente. 

Entre tanto, en Rusia se han tomado las medidas para el juego en el tablero internacional. Pareciera que la activación de la doctrina nuclear es una movida de perder/perder para todos, pero lo que vemos en la determinación de Putin es la lógica de subirle los costos a Occidente por su accionar para ver si existe un cambio en la nueva administración. Una posición débil o de conciliación temprana no va a lograr el efecto perseguido ante una diplomacia occidental que ha perdido la maestría de antaño y que se mueve mediante impulsos irracionales. Rusia se juega su existencia y posee la forma de defenderla, ya ha atravesado por procesos de desintegración y de amenaza total y ha sacado de ello enseñanzas que está llevando a la arena de la geopolítica y por ende es un enemigo inteligente que posee un complejo militar industrial inmenso, con estrategas de guerra que siguen un liderazgo firme. No hay forma de que Occidente pueda corroer esa maquinaria desde dentro como ya hizo en el pasado. En verdad Rusia ha llevado a cabo una guerra cultural en la cual extirpó el cáncer de las ONGs occidentales y logró una hegemonía hacia lo interno que le permite hoy seguir siendo una entidad con influencia hacia el exterior. La filosofía política que rige al país va más allá del liberalismo y existe una conciencia de la época que se vive y de la necesidad de un pensamiento y de una praxis que trasciendan las limitaciones del presente. 

De hecho, la resurrección de Rusia tiene que ver con el redescubrimiento de la identidad nacional a partir de la cuarta teoría política o sea una visión del mundo que trasciende el liberalismo y que busca en los pueblos y su cultura la fuerza para hallar una soberanía cierta. Ese hallazgo no solo es espiritual o sea alusivo al ente que nos mueve como habitantes de una región, sino a las fuerzas tangibles que perviven y que son la base de la producción y del desarrollo. Por ello, Rusia ha despertado en otros países la posibilidad de un mundo nuevo no basado en el dólar y las instituciones occidentales, sino en la lógica propia de cada quien. Precisamente esa es la filosofía política del universo de nuevas alianzas que está surgiendo y que se basan en un orden postliberal o sea en la secuencia de ideas que provienen de la crisis del globalismo y de la necesidad de vertebrar una creación que no sea ajena al pasado, pero que tenga los ingredientes para superarlo. Si Occidente no entiende esta lógica y sigue procediendo con agresividad militar no solo hay un peligro de guerra mundial, sino que no podremos ver un nuevo orden por fuera del sistema de sanciones y de toxicidad del dólar. 

Volviendo al escenario de las decisiones de Biden con respecto a Rusia, hay que decir que la élite occidental está dando a entender que no le interesa que en una guerra millones de vidas se pierdan, solo está guiada por la lógica de conservar el poder, aunque eso en términos de mercado no sea posible. Quizás ello explique la victoria de Trump y la permisividad que el establishment tuvo con las cualidades de dicho político de cara a las leyes y sus tantos juicios. En el montaje que es la política estamos ante un mismo proyecto de restauración de la Pax Americana, que no puede ser posible sin la eliminación de libertades civiles democráticas y sin la agresividad exterior. Eso lo saben los republicanos a pesar de las promesas de campaña. Entonces, el postliberalismo ha llegado a Occidente y posee un rostro bastante conocido por la humanidad, ya que se vivió en el siglo pasado en los países dominados por las potencias del eje fascista. Si en Rusia se habla de un despertar de las identidades y de una diversidad de miras internacionales a partir del milenarismo, en Occidente se regresa a la etnicidad del siglo XIX y a la narrativa del hombre blanco superior con su supuesta motivación de dominar el mundo.

Ambos procesos de construcción de un orden postliberal van en la dirección de desmontar los resultados de varios siglos de orden internacional en los cuales dominaron las ideas de las revoluciones burguesas. Pero el motivo no es el mismo y tiene que ver con la correlación de fuerzas. La entidad que está en expansión (Oriente) necesita de los recursos y de la mano de obra del resto del mundo. La que está en retirada rechaza esa diversidad étnica y la culpa ante sus votantes como la causa del fracaso del modelo liberal. Occidente y sus élites creen que un recorte demográfico en el Oriente enemigo sería el golpe exacto para evitar su crecimiento y quizás por allí vaya la lógica de apoyar una guerra, aunque ni ellos mismos como políticos y empresarios millonarios están seguros ante las bombas. La contradicción es que, en su propuesta postliberal, Rusia ha bebido de la tradición liberal de Occidente y ha aprendido de ello, para incorporarlo al proyecto de poder de la multipolaridad. Así las relaciones inherentes a la familia y los valores tradicionales están en el sustrato de la civilización que Moscú está llevando adelante. Mientras Occidente lleva políticas de género globalistas que criminalizan a los hombres y a la heterosexualidad y por ende renuncian al respeto a la dignidad del ser humano cualquiera que sea su identidad; Rusia sostiene lo que en décadas anteriores era propio del orden liberal o sea el respeto, los valores democráticos del individuo y su inserción en una identidad mayor. Occidente se está suicidando lentamente y cree que con ello se salva, pero Rusia ha entendido la lógica de reducción que se le quiere imponer y su respuesta ha sido salir de su zona de confort y proyectar una globalidad diferente. 

Rusia de esa manera es el Dasein de Heidegger que se reconoce en un presente a partir de saber que existe la muerte del liberalismo y por ende busca las respuestas en la realidad existencial concreta. Occidente, en cambio, vive en el mundo de lo óntico y de lo dicho, por lo cual está renunciando a su grandeza cultural en post de la idea de una élite corrupta que ha usurpado sus mecanismos de gobierno. Todo ello está en el sustrato del enfrentamiento, aunque se le quiera simplificar desde las narrativas de los medios y se acuda a caricaturas en las cuales no se evidencia la complejidad de los choques entre las potencias.
 
El enfrentamiento ha pasado ya a otro nivel y habrá que ver hasta donde la irracionalidad del mundo que está muriendo va a llevarnos. También, el mundo naciente posee maneras de autoconservarse, aunque pagando un costo. Nadie debería considerar la alternativa de una guerra, pero pareciera que existe quien está tan enajenado en su burbuja de poder que no quiere percibir el peligro. 

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