Crónica de un instante: El genocidio anunciado
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Un primer plano detalle. Cinco actores y una protagonista. Un entorno citadino derruido. Los cimientos de un edificio destrozado por las furias de artefactos explosivos. Tras la cámara, las huellas de un cronista que testimonia las furias de la prepotencia y el sistemático terror. Palestina es, una vez más, el punto de mira de la soldadesca israelí.
En la foto, dos predominantes tonos de colores. Una primera lectura avista el conjunto de cromatismos que delinean los cuerpos, las ropas, las identidades y el curso agitado de los sucesos, tras el aporreo de misiles sacados de algún grotesco artefacto, construido para eliminar vidas, anular el tiempo de humanos desarticulados o el rumbo “natural” de multitudes, muchas veces anónimas.
En torno a un personaje central, menudo, indefenso, se dibuja esta foto. Su rostro no colmará las páginas de publicaciones glamorosas o vallas digitales de corporaciones internacionales. Pasará a la historia como una cifra, un dato estadístico. Compulsará una suma de protestas en las redes sociales que los “virtuosos” algoritmos se ocuparán de deshilachar como si nada.
Un segundo color, el blanco. A veces perceptible; otras, secreto. Pero, definitivamente, atiborra todo el encuadre. Se puede tocar como parte esencial de la narrativa que evoluciona en esta imagen. Es un relato ensordecedor, violento, moribundo. Los granos del espectro sirven de parabán, de inexplicable estela. Es una gran nube incontenible o sábana de grandes proporciones, desplegada para la ocasión, que al final resulta efímera.
Es el protagonismo del polvo que explota —y explora— cada centímetro de la escena y cada pixel de una instantánea, cuyos adjetivos suman: indignante, estremecedora, dolorosa. También cabe la jodida palabra impotencia.
Son los signos de esta entrega resuelta para documentar momento “único, irrepetible”, a veces inconfesable, pues caes —o puedes caer— en el desasosiego. Las requeridas articulaciones se rompen, la coherencia se corta, el punto final de tus deseos de hablar enrumban hacia otros dispares derroteros o hacia la nada, a esa nada que es también el todo. Y se desata la ira, esa ira que también es efímera, reciclada.
Eso sí, habita un tercer color en esta crónica, que en verdad, no está en sus enconados límites. No habita en sus faldas fotográficas, en los contornos de sus mejores encuadres. Incluso, tampoco está en el imaginario de un crítico especializado, habituado a descifrar las claves de toda simbología.
Ese color no existe en ninguna paleta cromática, en ningún catálogo de acuarelas, oleos o pinturas, estas últimas concebidas para bocetar paredes enteras, espacios interiores o mobiliarios de florestas. Claro está, se puede describir, descifrar, ponerle adjetivos o signos de interrogación que transitan, muchas veces, como múltiples respuestas conexas.
Es el color del silencio de los otros, del calculado equidistante o del que articula palabras construidas previamente, pensadas como asimetrías. Todas ellas dispuestas para no molestar al otro. El del poder oculto sentado en un potente ordenador soportado por servidores climatizados. O ese lobista que paga sumas escandalosas, o no tanto, para acallar una duda, una pregunta, un imperceptible momento de furia.
Son de ese mismo color los que asisten por la vida, vestidos de diputados, senadores, columnistas, editorialistas o agentes secretos. Los políticos de carrera o los oportunistas de esta esencial “profesión”, se pueden sumar a este color indescriptible, que algún congreso de semiótica aplicada debería nombrar, para resolver ese vacío conceptual y terminológico.
Y están, como parte de ese color no resuelto, las respuestas que se embuten con esas dos sinuosas palabras, siempre “salvadoras: “comunidad internacional”. Con ellas, no pocos habitantes de este agrietado planeta, se “salvan” de toda responsabilidad, de toda duda ética y humanista. Es una suerte de sentencia frontal: “si la comunidad internacional ha hecho una declaración, ya todo ‛está resuelto’”.
Y mientras el palabrerío se agolpa en las redes sociales, en los mass media — y las muchas otras suculentas voces autorizadas emiten “contundente declaraciones”— el genocidio anunciado sigue su curso.
El pie de foto de esta instantánea resuelve: “Un palestino lleva el cuerpo sin vida de su hija tras rescatarlo de entre los escombros de un edificio destruido en un ataque aéreo en la ciudad de Gaza. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha advertido a los bandos en conflicto que “los ataques indiscriminados contra civiles violan las leyes internacionales”.
Foto: Haltham Imad (Agencia EFE)
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