LA BIBLIOTECA: El monte, de Lydia Cabrera
especiales
Lydia en su trabajo de campo.
El monte es el principio y el final de todos los caminos, el templo para la adoración y el objeto de la adoración misma, porque en el monte se concretan las deidades; no es simplemente símbolo, es cuerpo palpitante de la magia, para la magia. Tierra, agua, árboles, hierba: todo es mucho más de lo que parece a primera vista: hay un espíritu que se escapa al no iniciado, pero que se manifiesta con toda su contundencia ante los ojos (y el corazón) del que cree.
Lydia Cabrera descubre a los lectores de su obra cumbre la riqueza extraordinaria de un universo místico: el de las religiones de origen africano, que se afianzaron en contrapunteo pródigo en estas tierras de América. El monte no es un texto «científico», aunque intente ofrecer una visión integradora de un entramado social y cultural. Deviene más bien una propuesta lírica que ofrece cauce al caudal inmenso de un acervo múltiple.
La autora escuchó a sus informantes (practicantes de ritos y ceremonias ancestrales) con curiosa devoción, sin intentar marcarles una pauta o influir en sus creencias. Y lo que escuchó lo vertió en un libro hermoso, pujante y pletórico de poéticas contradicciones. No hay que acercarse a El monte buscando una verdad inobjetable, un concepto único, una explicación racional de un fenómeno complejo y cambiante. Estamos ante una crónica deslumbrante, que apela primero a la emoción. Hay fuerzas inefables que siguen moviendo al hombre. De eso se trata.
Primera página
Persiste en el negro cubano, con tenacidad asombrosa, la creencia en la espiritualidad del monte. En los montes y malezas de Cuba habitan, como en las selvas de África, las mismas divinidades ancestrales, los espíritus poderosos que todavía hoy, igual que en los días de la trata, más teme y venera, y de cuya hostilidad o benevolencia siguen dependiendo sus éxitos o sus fracasos.
El negro que se adentra en la manigua, que penetra de lleno en un «corazón de monte», no duda del contacto directo que establece con fuerzas sobrenaturales que allí, en sus propios dominios, lo rodean: cualquier espacio de monte, por la presencia invisible o a veces visible de dioses y espíritus, se considera sagrado. «El monte es sagrado» porque en él residen, «viven», las divinidades. «Los santos están más en el monte que en el cielo».
Engendrador de la vida, «somos hijos del monte porque la vida empezó allí; los santos nacen del monte y nuestra religión también nace del monte —me dice mi viejo yerbero Sandoval, descendiente de eggwddós—. Todo se encuentra en el monte —los fundamentos del cosmos—, y todo hay que pedírselo al monte, que nos lo da todo». Por medio de estas explicaciones y otras semejantes —«la vida salió del monte, somos hijos del monte», etcétera—, conocemos que, para ellos, monte equivale a tierra en el concepto de madre universal, fuente de vida. «Tierra y monte son lo mismo». «Allí están los orishas Elegguá, Oggún, Ochosi, Oko, Ayé, Changó, Allágguna. Y los Eggun —los muertos, Eléko, Ikús, Ibbayés...—. ¡Está lleno de difuntos! Los muertos van a la manigua».
El libro se puede descargar de manera gratuita en esta dirección: http://www.cubaliteraria.cu/descargas/
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Francisco Rivero
Gilberto
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