Te doy un consejo

Te doy un consejo
Fecha de publicación: 
20 Mayo 2024
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Fotografía tomada de https://hortusconclusus.com.ar

Siempre que escucho estas cuatro palabras, se me eriza el espinazo y me siento con una incomodidad tremenda porque sé lo que vendrá, o lo que, por lo general, viene. Según mi experiencia y de acuerdo con mi modo de ver la vida, los consejos que nos dan sin que los pidamos suelen ser intrusos, incluso cuando son formulados desde la bondad.

Sucede que muchas veces no solicitamos opinión y de todas formas somos sometidos al escrutinio, y, por tanto, nos sentimos incomprendidos. También parece que a algunas personas les complace más el desahogo que socorrer, pues, creo, muchas veces no hay manera posible de ver un problema sin ejercer la crítica, y en eso siempre se van aspectos yoístas.

Es lógico, los demás no están dentro de nuestras mentes para conocer las procesiones que libramos, y también puede que olviden aquello de no hacer lo que no queremos que nos hagan, porque lo curioso es que, de un momento a otro, cualquiera puede estar en el lugar del aconsejador o el aconsejado.

Por eso conviene tener mucho tacto en este sentido para no comportarnos desmedidos, porque corremos el riesgo de opinar sin todos los detalles o sin que el otro lo desee, y caer mal. Sí, porque cuando nos toca prestar oídos, no pocas veces sucederá que solo vienen a nosotros para desahogarse, para sentir que son escuchados, y no con la intención de que les demos las claves de cómo resolver sus vidas.

Deberíamos ser más observadores. Y, aunque llegue el impulso de decir lo que nos parece, estaría bien recordar que existe una línea muy fina entre lo prudente y lo pedante. Entonces es mejor ser cuidadosos, tantear la reacción del otro, conservar la compostura, apaciguar ese desenfreno que nos envuelve cuando sentimos vulnerables a nuestros seres queridos pasando por un conflicto. En la mayoría de los casos, no están en nuestras manos las soluciones; pudiera ser más cómodo indagar qué es lo que realmente esperan, preguntarles directamente cómo podemos apoyarles.

Sin embargo, en caso de que nos pidan opinión, siempre será difícil ponerse ciento por ciento en los zapatos del otro porque somos distintos, con otras maneras de sentir y asumir la vida; además, nunca tendremos todos los elementos objetivos ni subjetivos. Pero si nos viéramos en esta encrucijada, habría que hacer un ejercicio de enajenación, no responder qué haríamos, sino ayudarle a poner sobre la mesa los escenarios posibles y llevar al otro a razonar sin imponer, sin presionar.

Debemos tener claro que, aunque lo pretendamos, desde afuera es imposible tener total dominio de la situación porque todo en esta vida es relativo y depende del ojo con que se mire. Y cuando alguien nos cuenta un asunto propio complicado, estaría bien moderar ese salto interior que, como resorte, nos nace para ayudar, pero puede ofender, molestar.

Practiquemos la empatía. Es mejor esperar. Sí, porque el doliente podrá estar muy agobiado, confundido, pero la verdadera respuesta la tiene dentro, y, quizás, solo necesita tiempo para ordenar ideas y consolidar la responsabilidad de actuar en consecuencia con sus deseos. No pequemos de consejólogos, tal vez la reacción más ajustada sea un abrazo, y acompañar desde el silencio.

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