Sin equivocaciones con el Guajiro natural
«Soy un guajiro normal, y ¿qué? / que vengo del monte cimarrón/ Sé cuál es mi posición, / yo sé cuál es mi lugar / (…) Puedo montar un avión y ¿qué? / si me tengo que montar/ Siempre voy a regresar / conmigo no hay confusión», proclamaba el inmortal Polo Montañez en uno de sus temas más populares, convirtiéndose en su carta de presentación y según sus propias palabras, era una aclaración para aquellos que aseguraban –mientras trabajó con su grupo en el Complejo Turístico Las Terrazas- que, a través de la música, solo pretendía salir de Cuba.
Sin embargo, no podían estar más lejos de la verdad. Después de su vertiginoso ascenso a la fama internacional, el Guajiro Natural visitó varios países, sobre todo Colombia, donde cosechó sus más grandes éxitos, pero luego de las giras, retornaba a su terruño, que en no pocas ocasiones le sirvió de inspiración para los temas, esos en los que hablaba de las esencias del campo cubano, contaba sus desamores, le cantaba a la vida y a su Flor Pálida.
Campesino sencillo y carismático, orgulloso de sus raíces, impregnado del «olor a carbón y el aroma del batey», Fernando Borrego Linares (1955-2002), con su montón de estrellas, las sonoridades típicas de nuestra campiña y la mezcla entre los ritmos de otros pueblos, se ganó un lugar imprescindible en el panorama de la música tradicional cubana y en el gusto popular, dentro y fuera de su tierra.
El son montuno, la guaracha, el bolero y la canción forman parte de los géneros en los que incursionó y que lo ubicaron como uno de los principales exponentes de las tradiciones nacionales, en una etapa en la que comenzaba la pugna de varios estilos foráneos para posicionarse en la preferencia del público cubano.
El cantautor manifestó en varias oportunidades, que estaba «sorprendido» de la notoriedad que había alcanzado, sobre todo, porque antes del despegue de su efímera, pero exitosa carrera artística, engavetaba las composiciones dudando de su valía. Sin embargo, su popularidad se debió, precisamente, a las letras pegajosas, en ocasiones románticas, que unido a la mezcla de ritmos y el sabor a monte, lo dotaron de un estilo personal que lo ubicó en la preferencia de públicos de todas las edades.
Polo Montañez, otro de los músicos autodidactas que ha nacido en el caimán, espontáneo y campechano, con el sombrero de yarey y su música, ahondó en los orígenes de la cubanía y situó a la Mayor de las Antillas en las listas de éxito con sus más de 100 composiciones y dos producciones discográficas, en menos de tres años.
Cuando se cumplen sesenta y cinco años de su natalicio, el pueblo al que tantas veces le cantó, lo recuerda no solo por la maestría de su obra artística, sino por ser de esos hombres autóctonos, naturales, de los que nacen uno en un millón y se quedan para siempre.
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Carlos de New York City
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