La otra libertad
especiales
Jugar con Luisa, la única
Niña negra de mi aula”
Romance de la niña mala.
Raúl Ferrer
Como negra que soy crecí creyendo que mi pelo natural era feo. Nunca olvidaré aquella vez que alguien me dijo, como respuesta a mi duda de por qué tenía que peinarme si mi amiga blanca estaba despeinada también, que las blanquitas sí lucen bien sin peinarse.
Inolvidable también esa primera salida con aquel muchacho, cuando un torrencial aguacero borró todo rastro de la plancha que había pasado por mi cabello antes de salir.
Loca porque llegaran los quince años para desrizarme el pelo, influida por toda una serie de sucesos y comentarios que me hicieron creer que realmente me veía más bonita así.
Comencé a salir, me hice una muchacha, olvidé cómo se sentía y veía mi pelo y siempre me daba vueltas en la cabeza una duda ¿Qué se sentiría tener el cabello “lindo” natural, no tener que ir cada dos meses a una peluquería? ¡Y como se sufre en la peluquería! El derriz de potasa (hidróxido de potasio), es el método más popular para estirar el pelo permanentemente, por su precio y efectividad, pero es la vez muy dañino e incluso doloroso, lo fue en mi caso.
Es un producto que al entrar en contacto con el cráneo durante segundos, arde, quema y una aguanta porque “para lucir hay que sufrir”, y la almohada amanecía manchada de humor y sangre.
Dejarse el pelo natural, volver a las raíces, es un proceso difícil que va mucho más allá que que una persona te diga que el pelo rizado te queda bien. Implica romper todos los esquemas, todos los estereotipos de belleza y creencias que han prevalecido por siglos; Implica un autodescubrimiento, conocer tu pelo desde cero, teniendo en cuenta que muchas de nosotras pasamos de que mamá nos peinara a tener el cabello repentinamente lacio, cuando tomamos la decisión de no usar más químicos prácticamente no nos conocemos.
Implica, y en mi opinión es lo más difícil, aceptación. Mi cabello es lindo, mi cabello no es informal, no está despeinado, y definitivamente no es un trece plantas para piojos, como alguien me dijo una vez.
Mucha fuerza de voluntad, convivir con las miradas, para bien o para mal, los comentarios negativos, las burlas, pero también la gente que te apoya, las muchachas que te dicen que les gusta, que eres su paradigma, y te preguntan cómo lo hiciste y cómo te sientes y tú les respondes:
-Es la libertad.
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Comentarios
armando amieva
Francisco Rivero
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