Juan Castro: Un adiós doloroso detrás del home
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La pelota cubana lamenta el fallecimiento de uno de sus mejores receptores.
Corría el año 1986. Por esas cuestiones de la vida me atrevería a decir que fui privilegiado con una verdadera obra de arte en el estadio Latinoamericano.
Créanme, aquel partido de béisbol decisivo entre Industriales y Vegueros para mí fue como una adaptación de Romeo y Julieta, la mejor versión de Giselle, o simplemente degustar la trilogía cinematográfica de El Padrino.
Además, tener el placer de que tu abuelo te inicie en esos avatares beisboleros nada más y nada menos que en el palco de tercera base, sentir ese hervidero de aficionados “frenéticos, atestiguar el estallido y avalancha desatado cuando Agustín Marquetti le conectó el jonrón a Rogelio García, en fin…
La vida me ha golpeado duro esta semana. En menos de tres días mi corazón se ha estremecido en par de ocasiones. Se me han enjugado de lágrimas los ojos al conocer del fallecimiento de dos virtuosos del deporte: el eterno profesor Elio Menéndez desde sus letras contundentes cual gancho de Stevenson o entrada victoriosa a la meta de Pipián Martínez luego una exigente etapa; y ahora el adiós doloroso detrás del home plate de Juan Castro, a la edad de 66 años y víctima de cáncer.
Juan, uno de los grandes protagonistas de aquella sinfonía beisbolera orquestada en 1986. Un hombre de anatomía imponente, cadencia lenta pero de pasos certeros y manos de seda, especialmente la enguantada a la hora de recibir pelotas y acariciar las costuras detrás del plato.
No tuve la dicha de ver mucho jugar a Juan Castro, ya fuere con las novenas de Vegueros o con el equipo Cuba. Imaginen que en 1986 contaba apenas 5 años, cuando ese partido marcó mi posterior afinidad casi enfermiza por la pelota. Juan, al igual que Marqwuetti y Rogelio García desde el box, tuvieron un peso importante en esa posterior inclinación.
De vuelta al “Tractor de San Cristóbal”, como también se le conocía a Juan, baste señalar que muchos le reconocen como el mejor receptor que ha tenido nuestra pelota.
Y miren que han desfilado excelentes máscaras por nuestros clásicos: Alberto Martínez, Pedro Medina, Juan Manrique, Ariel Pestano, Rolando Meriño, Roger Machado, Frank Camilo Morejón… Todos con características peculiares, pero en el caso de Juan, esa seguridad y elegancia detrás del plato, ese muro infranqueable en el que se convirtió para la redonda de costuras, y esa inteligencia que destilaba sobre los bateadores opuestos y situaciones de juego, le conferían un toque especial.
Toque aderezado con un corazón enorme, una sapiencia que se consolidó con el paso de los años, y una diafanidad que he visto en pocos peloteros. Su hablar, tan pausado como la cadencia de su paso, pero con una carga de lanzamientos en la zona de strike en cada una de sus palabras.
El último recuerdo que poseo de él, data del Juego de las Estrellas celebrado en Pinar del Río en el año 2017. Allí, no solo tuve el inmenso placer de verlo compartiendo con luminarias de diversas generaciones como parte del juego de veteranos, sino que también tuvimos un aparte para platicar sobre la situación de la receptoría en equipos de la Serie Nacional y las preselecciones del Cuba, además de la posición de nuestra armada en la élite internacional.
Juan, de mirada tan aguda como sus reflexiones, me ofreció algunas reflexiones que luego sirvieron para ampliar mi visión sobre lo medular que resulta tener un buen receptor orquestando las incidencias de un choque de béisbol, así como también a mejorar mi prisma analítico sobre diversas cuestiones.
Así de sencillo, desde el dogout de visitador en el Capitán San Luis, el de primera base, Juan dictó cátedra una vez más. No lo hizo esta vez pidiendo señas, mascoteando un lanzamiento en extremo difícil, o pidiendo ese pitcheo más letal de Rogelio o Julio Romero.
Lo hizo dialogando, con la grandeza de su amor por la pelota y muchos años de rodaje en esa encriptada carretera. Compartiendo sus visiones sin prejuicios ni medias tintas.
Esa es la úlitma imagen que tengo de Juan, la de querer calzar los arreos y estar al tanto de cada situación de partido, aun tratándose de un Juego de Estrellas, la de reprocharse en ocasiones no haber podido contribuir más madero en mano con sus Vegueros y el Cuba, la de la humildad vestida de verde y blanco, con pasos lentos, pero seguros, la de ese cátcher que todo serpentinero pediría para que le recibiera detrás del plato, el de la elegante sinfonía con su mano izquierda aquella tarde-noche de 1986.
Sobre él, gracias a la colega Angélica arce Montero, dirían Rogelio García y José Manuel Cortína:
Rogelio: “…Siempre pero siempre vas a ser mi receptor favorito, el mejor del mundo. El único que me decía en los momentos difíciles, tira lo que quieras, yo estoy aquí…”
Cortina: “…Cada día me convenzo más de que la vida es un soplo, nada. Una duda, una clemencia, una ráfaga de ausencia por el suelo lanzada.
Hemos perdido al amigo, al compañero, al jugador. Hemos perdido la mano izquierda más precisa del béisbol cubano. Nuestro Deporte está de luto...
He escrito estas líneas con inmenso dolor. Dos duros golpes en muy poco tiempo se antojan casi un nocaut técnico. A ese lugar del firmamento, reservado para las estrellas que han tenido que ver con esa hermosa escena de nombre deporte cubano, han llegado Elio Menéndez y Juan Castro. Junto a Stevenson, Ramón Fonst, Rafael Fortún, José Llanuza… y muchos otros. Ellos nos colocan a diario la varilla bien alta.
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