EN FOTOS: Amor en tiempos de teléfono
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Alexander Graham Bell, quien patentara la invención del teléfono, y Mabel Gardiner Hubbard. Ambos, además de compartir historia en la aparición del teléfono -toda una revolución en las telecomunicaciones de aquel entonces-, protagonizarían una muy poco conocida y conmovedora historia de amor.Foto: Internet
Él, once años mayor que ella y un genio para la invención, además, logopeda dedicado a personas aquejadas de problemas de audición, quedó prendado de aquella muchacha, totalmente sorda a causa de fiebres por escarlatina.
Pero ella, proveniente de una familia rica, al principio no prestó atención a las insistencias de aquel maestro de origen escocés, «un tipo desgarbado, moreno, con los ojos y el pelo negro azabache, mal vestido y descuidado», como le calificaría al casi despuntar el siglo XX.
Son Alexander Graham Bell, quien patentara la invención del teléfono, y Mabel Gardiner Hubbard. Ambos, además de compartir historia en la aparición del teléfono -toda una revolución en las telecomunicaciones de aquel entonces-, protagonizarían una muy poco conocida y conmovedora historia de amor.
En la imagen que encabeza este texto, tomada en octubre de 1903, no aparecen, sin embargo, junto al teléfono, sino besándose inmersos en lo que pareciera una instalación futurista.
Contemplar la foto desde este presente, descoloca y asombra, como si algo anduviera fuera de lugar en la instantánea donde contrastan el vestuario de época, la blancura de la añosa barba con el desenfado y la entrega del beso.
Pero no es arte contemporáneo lo que se observa en la foto, sino uno de los tantos cometas tetraédricos que diseñara Bell, experimentando en el camino a las máquinas voladoras tripuladas.
Para cuando se tomó la fotografía, ya estaban casados. De alumna del profesor Bell, la joven estadounidense pasó a ser su confidente y, finalmente su esposa, el 11 de julio de 1877, el mismo mes en que él cumplía 30 años.
A partir de entonces, no dejaron de amarse y admirarse mutuamente. Él, como singular regalo de bodas para aquella época, entregó a su prometida casi la tercera parte de las acciones de la naciente Bell Telephone Company. Ella, persuadida de las potencialidades de Alec, como cariñosamente le llamaba, vendió algunos de sus inmuebles para ayudar a la fundación de la Asociación Experimental Aérea, con el propósito de construir en Canadá un aeródromo para crear volar “el primer vehículo más pesado que el aire”.
Debido a las insistencias de la inteligente Mabel -quien gracias al empeño de sus padres había sido de los primeros niños sordos en EE.UU. que aprendieran a hablar y leer los labios, y ella lo hacía en varios idiomas- fue que Bell presentó el teléfono en La Exposición Universal de Filadelfia, en 1876. Allí le confirieron la Medalla de Oro para Equipamiento Eléctrico, catapultando así el éxito comercial del invento por él patentado y que Antonio Meucci, científico italiano, había sido el primero en desarrollar.
El matrimonio tuvo cuatro hijos, dos hembras y dos varones, estos últimos fallecidos poco después de nacer. Mabel y Bell permanecieron juntos 45 años complementándose y amándose, mientras evocaban las tantas invenciones a él debidas: desde el fotófono, que transmitía sonido mediante rayos de luz, antecesor del teléfono inalámbrico; el detector de metales –empleado en la búsqueda de la bala que asesinó en 1881 al entonces presidente estadounidense James Garfield-, hasta el hidroplano.
Más de un historiador y biógrafo asegura que al acercarse el momento de la muerte del inventor, a causa de complicaciones por la diabetes, aquel 2 de agosto de 1922, en Beinn Bhreagh, Canadá, Mabel sostenía su mano.
Instantes antes del último estertor, ella le había suplicado que no la abandonara, y Alec, en el lenguaje de señas con que siempre le habló, le dijo que no. Esa fue su última palabra.
Ese día, los teléfonos de EE.UU. y Canadá se silenciaron durante un minuto en homenaje al gran hombre.
Cinco meses después, también se silenciaba el corazón de Mabel, decidida a seguir volando junto a su amor.
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