El Club Antiglobalista: Ucrania en el centro del conflicto del nuevo orden mundial

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El Club Antiglobalista: Ucrania en el centro del conflicto del nuevo orden mundial
Fecha de publicación: 
23 Marzo 2022
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Ucrania viene siendo el polvorín perfecto en el tablero geopolítico favorable a Occidente: Kiev pone los muertos y la OTAN, las armas y el dinero. Nada nuevo. Desde 2014 existe una pugna en la región del Donbass que es históricamente un corazón industrial de población prorrusa tanto étnica, como culturalmente; pero las Naciones Unidas y todo el conglomerado globalista se negaban a verlo. La masacre de civiles y el ascenso de grupos fundamentalistas de corte neonazi tampoco fueron titulares en la prensa mundial. Incluso en los actuales momentos, persisten los bombardeos sobre Yemen de las fuerzas saudíes (aliadas de los norteamericanos), pero nadie lo denuncia, ni cancela la economía de Riad, ni niega su cultura o bloquea su presencia en eventos internacionales. Al contrario, mientras las fuerzas sionistas aplastan a Palestina, Zelensky comparece ante el parlamento de Israel para pedirles que lo apoyen donándole un escudo antimisiles. El mandatario ucraniano comparó los hechos de la guerra con Rusia con el holocausto judío, lo cual generó la protesta de un importante sector de la sociedad hebrea. La moral y sus dobleces campean en medio de los acontecimientos. 

Lo que sí ha demostrado la historia más reciente es cómo unos muertos son más mediáticos que otros, más condenables que otros y, a la postre, más valiosos. Este cinismo practicado por los globalistas occidentales tiene como base el interés económico expansionista en busca de los mercados y de los recursos naturales. El motor que mueve los hechos está lejos de ser meramente ideológico, aunque Biden se canse de repetir el mantra de que lo de Ucrania fue una invasión no provocada. O sea, que de los hechos en el Donbass no hay nada que decir, según el punto de vista de la Casa Blanca. Esos muertos quedan borrados de la historia, como algo que no conviene. Para colmo, la OTAN sabe que esta guerra puede desencadenar en algo mayor, que ponga en peligro a nuestra especie, pero el poder de los lobbies empresariales y del centro financiero fáctico es tal, que ni siquiera algo tan delicado ha frenado las provocaciones y el carácter temerario de los militaristas occidentales. Zelensky, luego de jurar mil veces que entraría a la OTAN y de ser envalentonado por los europeos, se ha dado cuenta de que quizás ese proceso no sea tan rápido. El precio por todas partes lo están pagando los pueblos, pues tanto rusos como ucranianos vienen sufriendo importantes bajas. No obstante, los contratistas norteamericanos ya se afilan los dientes para las inversiones de reconstrucción tras la guerra.

Los acuerdos de paz, si bien necesarios, se ven torpedeados por los intereses de Occidente, que requieren de una hipótesis constante de conflicto para mantenerse en la región. Los líderes europeos, arrastrados por los Estados Unidos, tienen la doble tarea de cumplir con el mandato de la OTAN y contener a sus países, cuyos habitantes protestan por la subida en el precio de la vida, debido al bloqueo de los combustibles rusos. Pareciera que la humanidad se ha metido en un callejón absurdo, sin salida. La decadencia norteamericana, el pataleo de la superpotencia venida a menos, está generando caos y ello pudiera resultarle caro a toda la comunidad internacional. Los tratados posteriores a 1945 siguen favoreciendo a la Casa Blanca, así como la geopolítica, pero la economía y los mercados ya les son esquivos. Por otro lado, Biden debe cumplimentar los compromisos con los lobbies expansionistas que le financiaron su campaña electoral. La guerra tiene muchas caras. 

¿Qué queda por delante?, el expansionismo occidental no va a tener un freno previsible, sino que se verá envalentonado con los resultados del empate en Ucrania (en caso de que se llegue a un acuerdo de paz). Ya la maquinaria mediática está tratando de establecer que el ejército ruso no es tan avanzado y poderoso, lo cual es una falacia teniendo en cuenta que supera en tecnología y número de ojivas a su par norteamericano. Todo parece indicar que están preparando a la opinión pública para: 1- seguir satanizando a Rusia, 2-justificar más escalada bélica y venta de armas arguyendo la seguridad continental europea, 3-sumar más naciones a la OTAN, lo cual consolida la posición de la Casa Blanca como líder militar del mundo y por ende político frente a su propia decadencia como economía imperialista. El ascenso de gobiernos ultraderechistas e incluso neonazis y racistas en el Viejo Continente es previsible. Esto coincidirá con un militarismo fundamentalista y un reavivamiento de la guerra fría, cuyas consecuencias pudieran salirse de las manos. 

Hacia lo interno, los globalistas han tratado de aislar a Putin, generando divisiones en la oligarquía para forzar una posible transición. Occidente juega a que Rusia se debilite y abra su mercado sin restricciones a los lobbies empresariales. Esto explica en parte la política de asfixia y de bloqueo, la cual se le aplica también a China, con el objetivo de quebrar la alianza euroasiática. En los años 80 del siglo XX, Estados Unidos estaba a punto de ser desplazado por Japón como primera economía, pero entonces vino la lucha contra el terrorismo islámico y el expansionismo por el Medio Oriente, lo cual le otorgó recursos a los norteamericanos para continuar su reinado. Ahora, la confrontación con Rusia está cumpliendo una función similar. Occidente necesitaba al otro cultural, una hipótesis de conflicto, para justificar su expansionismo y su exclusividad diplomática y geopolítica. ¿Cuánto más durará esta tensión?, hasta donde aguante la humanidad. Los pueblos carecen de organismos y poderes fácticos que defiendan sus intereses, en una arena tan agresiva como lo es la política internacional de hoy. En 2001, los muertos los pusieron los iraquíes, los afganos, los kurdos. Hoy les toca a los ucranianos. La cuestión funciona como un fondo de inversiones y como una creación de oportunidades de mercado. No interesan las víctimas. El complejo militar industrial es un dragón generando hipótesis de conflicto e impulsándolas hasta su límite, con tal de poder vender y de seguir el ritmo imparable de desarrollo mercadotécnico. 

La otra gran ganancia occidental es el aislamiento de todo lo ruso. Ya se logró crear otro, un enemigo, al cual culpar, frente al que los norteamericanos se sentirán más unidos en lo interno y podrán zanjar sus inmensas diferencias en la política doméstica. La imagen de Zelensky en una conferencia en el congreso sirvió de pretexto para que los republicanos y los demócratas mostraran cohesión en el tema de la política exterior. Todo ese show es también un lavado de imagen a un sistema desprestigiado, que tocó fondo con el asalto al Capitolio el pasado año. La clase política le saca sus réditos al conflicto, lo coloca en el centro de los debates y deja otras cuestiones fuera, como por ejemplo el tema migratorio, el sanitario, la pandemia o la creciente pobreza y desindustrialización del país con el consiguiente desempleo. El fracaso de las gestiones del establishment queda sepultado en aplausos, en actuaciones histriónicas y llamados mediocres desde las sillas parlamentarias. Han logrado resucitar el fantasma de la guerra fría e incluso del comunismo para reeditar una paranoia global que le permita al globalismo seguir imponiendo su visión arbitraria y criminal del saqueo de recursos y de pisotear la soberanía de los pueblos a través del poder omnímodo de los organismos financieros, militares y diplomáticos. Biden ha logrado rescatar el Imperio, o sea la estructura de interés externo del poderío norteamericano, que se había perdido durante el mandato de Donald Trump, más proteccionista, menos propenso a las alianzas occidentales y, paradójicamente, menos militarista. El trasfondo de todo lo que hoy sucede hay que verlo en el interés de los círculos occidentales por mantener el statu quo posterior a 1945 ante el avance de otras potencias emergentes. 

Putin es un escollo y a la vez un pretexto, lo primero porque ejerce influencia anti hegemónica en el mundo, lo segundo, porque sirve como punta de lanza para justificar el endurecimiento del belicismo europeo y norteamericano. Es un “conmigo o contra mí” que dejará a la comunidad internacional muy dividida y que solo favorece a los empresarios en la pugna por los mercados y los recursos. África por ejemplo hoy se halla bajo la égida de China, tras el retroceso de la Unión Europea, por lo cual Estados Unidos deberá consolidarse en el Viejo Continente, ante el avance asiático en industrias en el norte de Italia, en Alemania y en España. El tablero funciona como un pastel que se reparte constantemente y cuyas oportunidades son limitadas. Occidente necesita del conflicto, se oxigena con eso, se cohesiona ante su existencia. La paz y la competencia económica franca desfavorecen al empresariado globalista, en desventaja tecnológica y franca caída. Solo el caos podrá retrasar el nuevo orden mundial. 

Además, para los Estados Unidos, el Imperio es cuestión de vida o muerte, pues es lo que mantiene cohesionada a la republica interna y federal. Hay estados que no asumirían el costo de la vida de otros menos solventes, si se deja de parasitar al mundo y el país tiene que vivir de lo que produce. La caída del Imperio obligaría a estos recortes, pues tendría como consecuencia directa el fin del dólar, con lo cual Estados Unidos dejaría de cambiarle al mundo su papel con tinta  por productos elaborados y materias primas. Entonces, para la clase política hay demasiado en juego y no van a dejar que se pierda. Una guerra civil sería el resultado del fin de la hegemonía global. Ucrania está siendo el chivo expiatorio de todo, ha puesto su territorio, economía y vidas para que siga existiendo el proyecto norteamericano y global por un poco más de tiempo. 

Para sostener el Imperio, la humanidad pagará un costo. La ingeniería social y cultural se realiza a nivel mediático y simbólico, a través de las redes sociales  y las plataformas propagandísticas. El pensamiento único ha logrado imponer una sola idea sobre Rusia y el conflicto de Ucrania. Es cierto que se está ante una nueva era, marcada por el caos de la decadencia de Estados Unidos, pero que no necesariamente pudiera transitar hacia otro estadío, sino que pudiera tener un final apocalíptico y nuclear. 

La imagen de Zelensky en el congreso norteamericano se asemejaba a la del Gran Hermano de la novela 1984: gigante y totalitaria, militar y extremista. Quizás ahí esté el símbolo de esta era, si bien se trate de un mal símbolo a fin de cuentas. 

 

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