El maquinista de la alegría
especiales
Existir es luchar permanentemente contra el olvido. Desde siempre, las personas han intentado dejar constancia de su paso por la vida. Un libro, una pintura, un hijo. Algo más trascendente que un trazo sobre la arena.
Está claro que en 1998, Juan Formell, con 56 años en ese entonces, ya había conseguido eso. Sin embargo, no parecía bastarle. Faltaba algo que lo uniera con los suyos. Que sirviera para atenuar la ausencia.
Esa huella de la memoria sería un diminuto trébol de tres hojas (paz, amor y felicidad) que Formell se tatuaría en la mano derecha. La idea era formar una especie de asociación. Pero no pasó de unos cuantos amigos. Y, por supuesto, de su hijo Samuel.
“Cuando toques la batería o el piano, cuando compongas o, simplemente, cuando escribas y ya no esté, te acordarás de mí”, le dijo. Samuel se lo grabó al año siguiente durante una gira en Montevideo. Hasta hoy, quince años después, es su único tatuaje. Y su recuerdo más fiel desde mayo pasado cuando su padre falleció.
ABRE QUE VOY
Juan Formell no quería que Samuel fuera músico. No se lo prohibió, pero tampoco lo alentó. Fue más complaciente, eso sí, que su padre Francisco, director de orquestas y compositor de canciones para el teatro, que le insistía que fuera médico, una profesión con mayores ingresos y que, por lo tanto, le aseguraba una situación acomodada.
Afortunadamente, Juan Formell no le hizo caso y se inició en la música a los 14 años. Una edad en la que otros niños cubanos ya son experimentados.
Samuel se adelantó, ingresando al conservatorio a los once años. Mucho tuvo que ver Juan Carlos, su hermano mayor, que lo llevó prácticamente a espaldas de su padre. "Coño, si yo no quería otro músico en la familia", lo regañó.
Con el tiempo, Samuel lo convenció, imitando sus pasos. Después de todo era un vanvanero. Nació dos años antes que la agrupación. Creció con los conciertos y los ensayos. Vio a su padre, en largas jornadas nocturnas, junto a su guitarra, componiendo melodías junto a su termo de café y su tabaco. Pero sobre todo vio a 'Changuito' (José Luis Quintana), el baterista. Se quedaba contemplando cómo sacudía los tambores y platillos.
Años más tarde, 'Changuito' se convirtió en uno de los mejores percusionistas de Cuba. Dictaba clases maestras y era requerido por otras orquestas. Esas distinciones, no obstante, perjudicaron a Los Van Van. Sin él de viaje, cancelaban sus presentaciones.
La agrupación peligraba y Juan Formell estuvo obligado a buscarle reemplazo. ¿Pero quién podía tener la misma destreza? Probaron a dos bateristas, pero ninguno dio la talla. ¿Y por qué no le avisas a Samuel? Él tiene la capacidad, le aseguró César 'Puppy' Pedroso, pianista. Samuel no gozaba de mayores privilegios por ser el hijo del jefe. De hecho su debut profesional fue con la orquesta de Issac Delgado en 1991.
No había cómo competir con 'Changuito'. Pero ante la carencia optaron por Samuel, quien ingresó a la banda con 25 años. La repuesta del público no fue alentadora. Los Van Van no volverán a ser los mismos. Se van en picada, decían. Formell calló.
En febrero del 93, Samuel se estrenó públicamente como baterista de Los Van Van. La expectativa era inmensa. La prensa y los seguidores habían colmado el Teatro Karl Marx para aniquilarlo ante el más leve descuido. Relajado, se enfocó en lo suyo y venció, poco a poco, a las miradas esquivas. El aplauso fue general. Samuel comenzaba una nueva era.
DESPUÉS DE TODO
Desde su creación en diciembre de 1969, Los Van Van se han constituido en la agrupación más emblemática de la música popular cubana. Han paseado su Songo (mezcla de ritmos afrocubanos con rock, hip-hop, funk y música disco) por decenas de países.
Su pegada ha sido tanta que The New Yorker, la célebre revista de crónicas, los bautizó como los 'Rolling Stones de la Salsa'.
En 1999, a Juan Formell le comunicaron que su álbum Llegó Van Van estaba nominado al Grammy norteamericano. La emoción no le cabía. A pesar de su trayectoria, la banda no lucía ningún galardón internacional. El bloqueo contra Cuba influía notablemente.
Cuatro serían los invitados a la gala de los Grammy: Juan Formell, 'Pupy' Pedroso, Pedro Calvo y Samuel, el único al que le dieron la visa a tiempo. Los otros tres la recibieron el mismo día de la premiación y se quedaron en Cuba.
Samuel no recuerda qué dijo cuando le entregaron el gramófono dorado. Pero sí lo que pasó en el camino, mientras avanzaba, excitado, por la alfombra.
El cantautor dominicano Juan Luis Guerra fue a su encuentro y le dijo: "Hacía años que tu padre merecía este Grammy". Unos pasos más allá, 'Chucho' Valdés, pianista de jazz afrocubano y fundador de Irakere, alcanzó a palmotearle la espalda. Habían hecho historia.
Por ese mismo álbum fueron nominados el mismo año al Grammy Latino. En total, son cinco veces las que han estado cerca de coronarse nuevamente. En el 2013, por su parte, Juan Formell levantó el Grammy Latino a la Excelencia Musical. Un premio justo y un homenaje en vida.
DE IGUAL A IGUAL
A pesar de que en la práctica asumió la dirección de la agrupación hace diez años, la figura de Samuel cobró mayor notoriedad a raíz de la muerte de su padre. En ese lapso han producido cuatro discos, y Samuel ha demostrado sus cualidades como compositor con canciones como 'Agua', 'Somos cubanos' y 'Corazón'.
En febrero de este año, Samuel y su papá empezaron a tejer el próximo disco, que se llamará Fantasía. Hicieron las maquetas, seleccionaron los temas, que son 14, definieron los tiempos, los coros y los cortes. Su pérdida, obviamente, frenó el proceso. Pero todo indica que saldrá para inicios del 2015. Las grabaciones comenzarán en tan solo dos semanas.
“Ahora me toca defender el legado de mi padre. Mantener su sonoridad y evolucionar para las nuevas generaciones”, promete Samuel. Aunque padeció el divorcio de sus padres, con tan solo nueve años, asegura que la atención de Juan, mediante intensos partidos de béisbol y paseos a la playa, alejó cualquier trauma.
Incluso volvieron a vivir juntos durante cuatro años, a mediados de los noventa. Es probable que esa presencia haya influido en su decisión de no marcharse de Cuba. Juan Formell decía a menudo que, aunque tuvo propuestas para marcharse (una de Perú incluida), no lo hizo porque la isla y los dichos populares de su gente eran la base de sus canciones. De sus crónicas urbanas.
Esfuerzo que resulta más valioso, sobre todo en estos últimos años en los que géneros como el reggaeton han invadido la isla, y la música popular cubana y la timba han migrado hacia Europa y países sudamericanos como Colombia y Perú. “Nosotros continuaremos retomando la música de los 70 y 80. Con cambios, claro. Los Van Van siempre se han renovado”.
Son pocas las veces que un legado musical cae en las manos adecuadas. En el caso de los Formell parece estar garantizado: el hijo de Samuel, de 15 años, está especializándose en el Conservatorio, en guitarra y bajo, los instrumentos de su abuelo, la leyenda. Es más, el propio Juan Formell dejó un hijo de seis meses, Lorenzo.
No hay cómo parar al 'Tren de la alegría'. Ya se sabe qué tiene Van Van que sigue ahí. Así, ahí.
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