Un teatro para lo mejor del arte
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Junto al ICAIC y Casa de las Américas, instituciones fundadas en ese mítico año de 1959, el Teatro Nacional de Cuba se erige como símbolo de una era fundacional para la cultura cubana. La cultura de la Revolución, la cultura en Revolución o incluso, la Revolución de la Cultura.
No se trató, como experimentaron otros procesos revolucionarios en el mundo, de barrer con una tradición y empezar de cero, en experiencias muchas veces traumáticas. Se trató de potenciar los valores más auténticos de la creación, promover sus mejores expresiones, y crear una plataforma para sostener esa producción artística y literaria, para ponerla a disposición de la ciudadanía, sin prejuicios clasistas.
La cultura como patrimonio compartido. Esa fue la apuesta del Teatro Nacional de Cuba, dirigido en sus inicios por Isabel Monal, mujer de extraordinaria sensibilidad, capacidad integradora, con claras nociones de la naturaleza del arte.
Gracias a ese impulso de la Revolución triunfante, el Teatro Nacional fue epicentro de un sólido movimiento cultural, que abarcaba la literatura, la música, el folclor, la danza moderna, la renovación teatral.
Bajo esa sombrilla surgieron instituciones fundamentales del sistema institucional de las artes en Cuba.
Por lo tanto, es fácil justipreciar los aportes del Teatro Nacional de Cuba a la consolidación de un proyecto cultural sólido, que atendiera las demandas del momento. Téngase en cuenta, por ejemplo, que el fenómeno que llegaron a ser los instructores de arte, tuvo su génesis precisamente en ese teatro.
Es fácil valorar los aportes del teatro en el pasado, pero el presente plantea no pocos desafíos.
El Teatro Nacional tiene que ser el espacio privilegiado para las más encumbradas expresiones de las artes escénicas, la música y las artes visuales, de Cuba y de más allá de estas fronteras.
Tiene que establecerse como referente para el resto de las instituciones de su tipo. De hecho, es ahora mismo un referente, ahí se presentan las más importantes compañías de Cuba, los mejores artistas. Pero no puede, o no debería, dejar espacios a la mediocridad. Espectáculos de primer nivel, solo espectáculos de primer nivel tendrían que presentarse siempre en ese teatro.
Lo que no significa, por supuesto, que se abandone la labor comunitaria que se realiza en las barriadas aledañas a la institución.
Son tiempos difíciles, muchas de las salas de la ciudad están cerradas, sometidas a complejos procesos de restauración. El Teatro Nacional ha debido asumir buena parte de la programación de la escena habanera. Pero hay que hacerlo sin concesiones. Y ese, en definitiva, es el desafío mayor.
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