Masculinidades: Los problemas de Machi
especiales
Yainer tiene un serio problema con su familia, en particular con el padre.
Comenzó hace meses, cuando el muchacho de 27 años, quien vive en la casa paterna junto a su esposa, primero empezó a escuchar «indirectas» de su viejo, como cariñosamente lo llama, que al paso de las semanas se convirtieron en invectivas bien directas:
-¿¡Qué es eso de estar en la fregadera, para qué tienes una mujer?! Quién me iba a decir que te me ibas a volver un flojito, mi’jo.
El asunto pasó aún a mayores cuando el padre de Yainer descubrió una tarde, luego de colocarse casi en un temblor los espejuelos, que su primogénito, técnico medio en mecánica y con un floreciente taller de chapistería, se había depilado las piernas y el pecho.
Al constatar que no era una mala pasada de su cansada visión, el viejo no reaccionó como otras veces, a voz en cuello. Contrajo las mandíbulas y enredándosele las palabras con un evidente y hondo dolor, masculló: «Esto es lo último que me podía pasar».
Para cualquier cubano es obvio que el apesadumbrado padre aludía a una supuesta conversión del hijo, poniendo en duda su hasta entonces probada masculinidad, al menos en el sentido más convencional del término.
Porque a Yainer, desde chiquitico, en casa le decían Machi, y la mejor manera de ensalzarlo delante de las visitas que venían a ver al niño era comentar la cantidad de novias que tenía en el círculo infantil, y cómo se había fajado, «a piñazo limpio, pa’ que sepas», con el hijo de Idalberto cuando le quiso quitar la carriola.
Pero ahora Machi, con la piel de las piernas sin un vello y las manos oliendo a detergente, parecía echar por tierra uno de los mayores orgullos de la familia.
Oro parece y plata no es
Sin embargo, las preferencias sexuales de Yainer no habían cambiado. Continuaba decididamente heterosexual y enamorado de su esposa como el primer día.
Fue justo el amor por su pareja el que lo llevó a conducirse de un modo diferente hacia los quehaceres de la casa; y también a replantearse algunos detalles de su aspecto personal. La muchacha, estomatóloga y saturada con tanta carga laboral y luego doméstica, lo había sentado para que «se llamara a capítulo» porque ya no podía con tanto, y era imprescindible un reparto de tareas en el hogar. De la «mesa de negociaciones» emanó el compromiso de que él se ocuparía de fregar, barrer y tender, y ella, de cocinar, limpiar y lavar. A los viejos les quedaba la búsqueda de los abastecimientos.
El acuerdo de esta pareja es una realidad que se va abriendo paso en muchos hogares cubanos, no obstante el lastre de símbolos e imposiciones socioculturales que aún descansa sobre la construcción de la identidad masculina en Cuba.
Entre Ellos y también Ellas va posicionándose el convencimiento de cuánto les perjudica a ambos tales imposiciones desde lo subjetivo. Pudiera ser una curiosa paradoja que, siendo históricamente la mujer la más marcada por tales esquemas y prejuicios, haya sido quien lograra identificar más rápido, con abundantes argumentos y acciones, los orígenes y causas que atentan contra su emancipación.
La construcción de la masculinidad supone un rechazo al conjunto de símbolos que determinan la identidad femenina, asegura la investigadora Leirys Monzón Linares en su estudio «Más allá de la identidad masculina: construcción y reconstrucción del símbolo varón»; y a continuación se pregunta hasta qué punto los hombres actualmente (re)conocen como una necesidad sentida el trascender la construcción sociocultural del símbolo varón en la conformación de la identidad masculina.
Quizás Ellos, como tendencia, no puedan ofrecerle una respuesta acabada en términos teóricos, porque, probablemente, ni siquiera se hayan detenido a reflexionar sobre el tema; pero conductas como las de Yainer hablan de añejos esquemas que empiezan a tambalearse.
Aunque apenas existen indagaciones sociológicas que así lo acrediten, quehaceres como el de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM), radicada en esta isla y con el doctor Julio César González Pagés como coordinador general, son un buen termómetro para asegurar que sí hay cambios y no son pocos, sobre todo jóvenes, los dispuestos a desmontar prejuicios y modelos que la realidad ha rebasado. El significado de ser hombre o ser mujer va resemantizándose, actualizándose junto a otros muchos conceptos que hoy, junto a las transformaciones que vive la Isla, se replantean.
Barbas frente al espejo
Hasta los biotipos se revolucionan, y si hasta no hace mucho ser hombre-macho-varón era sinónimo de exhibir un cuerpo velludo, de marcados músculos y manos potentes, callosas; hoy también en ese ámbito van girando los timones.
Yainer decidió rasurarse las piernas, las axilas y el pubis porque le pareció que resultaba más higiénico y también «más bonito, moderno». No supo justificarlo de otro modo, pero su decisión ratificaba lo planteado por el doctor Juan Guillermo Figueroa, del Colegio de México, durante la Tercera Jornada Cubana de Estudios de Masculinidades, convocada a inicios de este noviembre por el Foro Masculinidades en Cuba y la RIAM, bajo el lema «Cuidar de la salud es cosa de hombres».
El doctor Figueroa comentó entonces sobre la invisibilización de los cuerpos de los varones como objeto de cuidado o como objeto de intervención pública. En ese sentido, invitó a que se resignificara el «ser hombre» en terrenos como el de la sexualidad y el erotismo, a la vez que se entendiera a los cuerpos como herramienta lúdica. Ello, para que en un final se redescubran otras maneras de masculinidad. «Soy a través del cuerpo, es parte de mí», sentenció.
En ese mismo contexto, y según reportó la web de RIAM, el sociólogo y bailarín Dayron de León, aseguró que la sociedad cubana está insertada en el culto al cuerpo y la metrosexualidad, que supone éxitos para los varones. Quizás haya sido muy absoluto con tal afirmación, quizás solo en esta ínsula existan atisbos de lo que en otras latitudes se entiende por metrosexualidad; pero lo cierto es que no pocos jóvenes, sobre todo de áreas citadinas, han optado por rasurarse, por arreglarse las cejas, cambiarse el color del cabello o hacerle las llamadas iluminaciones o mechas, sin por eso alejarse de su inclinación heterosexual.
Vale, no obstante, aclarar, junto al propio doctor Figueroa y a otros expertos en el tema, que la masculinidad, en su acepción más abierta y desprejuiciada, no puede ser en lo absoluto entendida como sinónimo de homofobia y solamente identificada con conductas heterosexuales. «Yo soy muy hombre para traicionarte», le aclaraba el otro día en voz demasiado alta un habitante de La Dionisia, de inclinación abiertamente homosexual, a su padre, en medio de una discusión que presenciaron algunos vecinos. Y ningún motivo hay para dudar de la condición de hombre, de ser humano, de aquel que así se defendía, porque ella trasciende la genitalidad.
«De lo que se trata, afirmaba el doctor mexicano, es de asumir responsabilidades por lo que hacemos y cambiar desde adentro. La gran perversidad del modelo patriarcal de masculinidad es que el hombre no pide ayuda, en la forma de aprender a ser hombre uno aprende a morir como hombre».
En ese nuevo aprendizaje, jóvenes y adolescentes cubanos van rebelándose a tradicionales patrones y estereotipos de belleza masculina, adscribiéndose ellos también, como parte de este mundo cada vez más inevitablemente globalizado, a nuevos referentes de belleza que impone la moda, apoyada en la publicidad y los mass media.
«Yo no soy menos hombre por llevar arete y echarme brillo en las uñas», comentaba a esta publicación un estudiante de preuniversitario, mientras sus amigas y amigos del grupo asentían. Una vez más, también en este tema, pareciera que el decir de Engels cobrara actuales resonancias al vaticinar, desde 1884 en El origen de la familia, de la propiedad privada y del estado: «...y cuando estas generaciones aparezcan, mandarán al cuerno lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán, a sí mismos, sus propias conductas y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar las conductas de cada uno».
Ocurre que la nueva mujer que se posiciona cada vez más sólidamente en el panorama nacional -esa que no acepta «que le tocan porque sí» las labores de la casa, la atención a los ancianos, el siempre papel de bella, de subordinada, y otras malas hierbas- demanda de un hombre también nuevo, que sepa librarse de las cargas a él impuestas cercenándole –a él también- atributos y bondades de la condición humana: el derecho a llorar, a no ser siempre el fuerte, a quejarse de dolores, a rechazar la violencia, a no ser el arriesgado, el bárbaro, en las tantas acepciones que ese vocablo tiene.
Y claro, en la otra cara de la moneda, también la nueva masculinidad que emerge reclama una mujer que le acompañe en ese difícil camino, sin exigirle lo que las abuelas le enseñaron, lo que la herencia sociocultural prendió a sus dobladillos. Porque «la masculinidad hegemónica es, para Cuba, sinónimo de machismo. Machismo, hombría, masculinidad y virilidad, son términos con muchos puntos en común en la nacionalidad cubana», según apunta el ensayista y profesor Julio César González Pagés, una de las voces, si no la más, sobresalientes en cuanto a esta temática.
Según González Pagés, existe la voluntad política manifiesta en instituciones y universidades de toda Cuba de contribuir a que se abra espacio la nueva masculinidad. Para conseguirlo, destaca la importancia de construir puentes sociales desde el activismo y la academia. «Lo que se intenta es unir, dar herramientas de cambio…», precisa, convencido de que aún no todos ni todas están preparados para entender, pero ya se ve el camino.
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yunier
Joaquin Gutierrez Moa
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