Camilo Guevara March siempre decía «El Che»

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Camilo Guevara March siempre decía «El Che»
Fecha de publicación: 
30 Agosto 2022
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El mérito nunca fue ser el mayor de los hijos varones del Che Guevara y Aleida March. El mérito no era llevar por la vida el nombre de Camilo Cienfuegos, el comandante de la sonrisa eterna, el hermano de armas del Guerrillero Heroico. El mérito no era haber heredado aquel rostro y aquella voz que recordaban a su padre. 

El mérito era ser él mismo, Camilo, «el Cabe», el cubano jodedor de la sonrisa sincera, y algunas veces, las menos, el ceño fruncido por algún disgusto o contratiempo pasajero. Amigo de sus amigos, padre padrazo de sus hijas, esposo amoroso, hijo obediente y rebelde de su mamá, el hermano de sus hermanos de sangre y de todos aquellos a quienes abrió su corazón bueno, ese que ahora se empeña en no latirnos más. 

El mérito mayor de Camilo era ser parte de esa tribu unida de los Guevara March, niños que al principio no entendían por qué no estaba papá, por qué Fidel era su tío, por qué debían andar puertas adentro en aquella casa familiar, casi fortaleza, por donde de vez en cuando algún imbécil pasaba tirando fotos a ver si captaba a alguno de ellos como trofeo para la prensa amarilla.

Y así crecieron marcados por la sombra poderosa del Che, y los esfuerzos tremendos de la amorosa Aleida, para que crecieran como él lo había pedido a Fidel en su carta de despedida hacia la inmortalidad: «… aquí dejo (…) lo más querido entre mis seres queridos… Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse…»

Y así fue. Camilo y sus hermanos estudiaron como todos los niños cubanos. Y crecieron con más nombres que apellidos, a veces envueltos en el secreto de sus propias identidades. Poco a poco, fueron conociendo la verdad de sus vidas, y leyeron cada uno en su momento, y a su manera interpretaron aquella carta de despedida: 

A mis hijos
Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre Uds.
Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada.
Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones.
Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la Revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Hasta siempre, hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de Papá.

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Es difícil que Camilo Guevara recordara a aquel hombre de verde olivo y barba rala que lo abrazaba con tanto amor en las fotos de familia. Fue pionero y muchas veces debió repetir aquella consigna nacida en 1967: «Seremos como el Che». Quizás al principio, a sus seis años, tampoco podía tener conciencia cierta de que prometía ser como su propio padre.

Sin embargo, él supo cómo lograrlo con la mayor humildad del mundo. Su amor incondicional por Cuba, su amor por la fotografía, su entrega al trabajo en el Centro Che Guevara, que dirige su mamá, y allí todo el esfuerzo por rescatar y hacer conocer en Cuba y en el mundo la obra fotográfica increíble de su papá, fue —es— su mejor homenaje.

El «Cabe» (así llamaba a casi todos sus allegados) tenía un fino humor criollo y adoración por los niños. Una vez de las tantas que compartimos juntos, hace como 15 años, le hizo una broma a mi Laura, entonces muy pequeñita. Al presentárselo, surgió una confusión que él convirtió en chiste: «Camilo y su esposa», le dije a Laurita, señalándolos, y él, apretujando su eterno tabaco en la boca, y sonriendo cándidamente, señaló a Rosa, su mujer, y dijo: «sí, ella es Camilo y yo soy su esposa». En lo adelante, hasta hoy, cada vez que nos encontrábamos, Laurita lo llamaba Camilo-esposa, y él volvía a devolverle la sonrisa inconfundible de su padre.

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Foto del autor durante su último encuentro con Camilo.

La última vez que nos vimos fue en mayo pasado en el Centro Che con un periodista ruso. Al concertar la entrevista, Camilo me advirtió: «si es para hablar sobre el Centro y su labor, sí, pero solo para eso». Durante el encuentro, el ruso intentó varias veces hablar sobre «el hijo del Che», y Camilo, que domina bien el idioma de Pushkin, porque estudió en Moscú, no lo dejaba terminar la pregunta: «Oye, ya este se salió de lo pactado», me decía, y ahí mismo, como hacía Fidel, regresaba al tema que le interesaba.

Ese día, y todas las veces que de una manera u otra algo sobre su progenitor venía a nuestras conversaciones, nunca escuché a Camilo referirse a él de otra manera que no fuese: «El Che». Es obvio que siempre tuvo guardado a su papá bien adentro. Solo para él.

Vete tranquilo, Cabe. A tu manera, sin estridencias ni oropeles, cubano revolucionario de esta época, tú también fuiste como él. 

Comentarios

EPD este héroe anónimo de la PATRIA, digno heredero de su padre y actuó en consecuencia.
alvarez.joseramon@yahoo.es
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE...COMPAÑERO CONSECIENTE.

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