Las deudas del doctor Yohanny al final de la zona roja
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Llegué del Hospital Militar Doctor Mario Muñoz, de Matanzas, directico a la ducha, como debe ser. Mientras le pedía a “santos agua y jabón” que me dejaran lista para abrazar a mis hijos, me preguntaba si no habría sido una locura irme hasta allá, justo donde permanecen los pacientes positivos a la Covid-19 de Matanzas y Cienfuegos. Nada, esos mieditos que el amor te inocula; aunque sabes que lo hiciste todo bien, que solo llegaste hasta el parqueo, que estabas en las mejores manos en cuanto a protección, te preocupa que ese bicho invisiblemente gigante alcance a los tuyos a través de ti.
Pero el mundo es un pañuelo y apenas salgo del baño, ¿quiénes estaban en la sala de mi casa?: otro par de hijos que también esperaban un abrazo. Lo han esperado por mucho más tiempo que las dos o tres horas que llevan mi Amanda y mi Javi sin verme. Allí, en un video de TV Yumurí, el niño y la niña del doctor Yohanny Pérez González me espantaron todos los miedos.
Su padre es neurocirujano. Pasó catorce días lejos como jefe en la zona roja. Y ellos ya empezaban a contar las siguientes catorce jornadas de aislamiento que los separan del abrazo. Están seguros de que él estará bien y va a regresar. Están orgullosos.
Yohanny lo sabe. Ellos se lo dicen cada vez que conversan por teléfono o a través de Internet. Me lo había contado minutos antes. Su esposa está en la retaguardia, cuidándolos; les enseña las fotos de papá, de lo que está haciendo. “De hecho, la niña mayor, que no quería estudiar Medicina, ahora se siente motivada para ser médico. Está en la Vocacional en estos momentos”.
Quizás en unos años se gradúe de Medicina General Integral, como su padre, una primera especialidad que le aportó las “herramientas para poder trabajar con este tipo de pacientes”. Luego, quién sabe si también se reciba de neurocirujana y, un buen día, le diga hasta pronto para, como él, irse a salvar vidas donde haga falta: “estuve ya en Pakistán atendiendo pacientes en zona de desastre y grandes epidemias; acabo de regresar de Angola también, donde las enfermedades transmisibles son muy frecuentes”.
De todas formas, confiesa: “Me sentí en determinado momento preocupado, porque me iba a enfrentar a una patología que no es específicamente de mi área, pero me preparé, estudié y durante catorce días todo evolucionó perfectamente”.
“Tengo un poco de experiencia”, me comenta con aquella modestia, pero la muerte, esa no cree en mentes entrenadas, se siente en el alma buena como si nunca, como si por primera vez:
“Aunque no en nuestra sala, en las terapias sí tuvimos que lamentar la muerte de tres pacientes en el tiempo que estuvimos aquí, y realmente siempre fue traumático. Un paciente, sobre todo, de 44 años, nos llegó a todos porque realmente no tuvimos tiempo de hacer más por él, tuvo pocas horas de evolución y, a pesar de todas las medidas que se tomaron para salvarle la vida, no fue posible. En ese momento, todos, incluso los que no lo estábamos atendiendo directamente, sufrimos”.
Claro que ellos se sobreponen. Él lo hizo. Espantó todos los dolores enfocándose en las vidas por salvar, en las ganas de hacerlo y en los afectos que vio nacer:
“La relación con los pacientes fue muy bonita. Incluso el momento de despedirnos fue muy emotivo, porque todos salieron hasta el área donde ellos podían llegar, nos despidieron con aplausos fuertes, y fue algo muy especial”.
Una escena parecida se repite por otra razón en la misma sala: “Cada vez que sale un paciente de alta, todos los demás pacientes aplauden, las emociones y las lágrimas a flor de piel; esos son momentos que estremecen”.
Especialmente Diago. En una edad con vientos de huracán, este chiquitín se ganó el respeto de su doctor: “lo mantenemos en una cama durante muchos días y ese Diago ha estado ahí, se ha portado muy bien, se deja inyectar, incluso para hacerle el PCR, que tiene que abrir la boquita y dejarse introducir un hisopo en la garganta, lo hizo sin ningún problema, y realmente da fuerzas ver como se han comportado esos niños. El tratamiento de los niños incluye los mismos medicamentos, pero en diferentes dosis y tiempos de utilización, pero nuestros niños son valientes, se han comportado mejor casi que los adultos.
Algunos de los que le tocó dirigir en esta batalla eran desconocidos hasta el día uno, solo hasta el día uno: “Fue una dicha, una suerte coincidir este equipo que trabajamos juntos, porque realmente de mirarnos solamente sabíamos cada cual lo que teníamos que hacer. Siempre muy unidos, siempre revisándonos uno al otro, para cuando fuéramos a entrar al área roja estar realmente con todas las medidas de seguridad tomadas. Fue un trabajo con amor, con mucho entusiasmo; todo el equipo se mantuvo siempre con cien por ciento de activación, de motivación. Nos sentíamos como hermanos, como familia. Creo que nos vamos a mantener así siempre, porque fue una experiencia profesional y una experiencia como seres humanos increíble”.
¿Regresa? Siempre siempre. Me responde sin pausa. Después de pagar sus deudas de abrazos, estará listo para volver, si es necesario. Y entonces recomienza un ciclo donde lo más reconfortante es un alta, “saber que ya le salvamos la vida y que va para su casa junto a su familia”.
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Yohanny
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