Parejas cubanas e infidelidad: ¿Al toro?, por los cuernos (I)
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“…Pero existen otras tendencias de las mujeres que deben ser estudiadas, porque siempre se ha cuestionado al hombre por infiel, pero cada día aparecen más ejemplos de divorcios por mujeres infieles, no solo de las jóvenes, sino también en mujeres maduras entre 30 y 50 años…”
Este es un fragmento del extenso comentario que, a propósito del texto de mi autoría “Mujer cubana divorciada, ¿mujer en problemas?”, dejara un lector que se hace llamar Manolo.
Bienvenida y leída con toda atención, como sucede con todas las que aportan los visitantes de CubaSí, la opinión de Manolo dejó servida la mesa.
El peliagudo tema de la infidelidad, lo mismo en el caso de las mujeres que de los hombres, tiene mucha tela por donde cortar. Pero con muuucho cuidado, porque el cubano prefiere que le roben, que lo boten, a que su pareja lo engañe.
En el caso de la cubana, al menos en lo externo, la manera de asumirlo es diferente, quizás por esa misma herencia de siglos y patriarcal, por esas construcciones culturales legitimadas por la propia subjetividad y actuar social, que le ha endilgado el papel de tolerante, conciliadora, y de tanta dulzura, que raya en lo sumiso.
Claro, eso es lo que ha dictado por centurias la tradición, pero las cosas han ido variando también en ese sentido.
Así parece ratificarlo otra de las opiniones derivadas del trabajo ya mencionado, el que motivó a Manolo a escribir lo que pensaba. Es el comentario número 27 y está suscrito por Sachiel:
“Manolo está claro, hablamos de algunos problemas, pero no de todos. A mí me parece que precisamente las mujeres han tomado la delantera, no solamente en divorcios, sino también en la forma de pensar y vivir, y eso incluye las "infidelidades" que dice Manolo. Antes los consejos eran de madres a hijas para mantenerlas esclavas del hogar y del marido, hoy es "no le aguantes nada a ningún macho""…
Antes de intentar un acercamiento a razones de unas y otros, conviene precisar primero qué es la infidelidad. Al decir de la profesora de Psicología Médica y máster María Teresa Abreu García, de la Facultad de Ciencias Médicas Comandante Manuel Fajardo, “es la ruptura del compromiso de lealtad sentimental y sexual contraído con la pareja”.
A diferencia de la profesora, otros entendidos aclaran que la infidelidad no se refiere necesariamente al coito con una tercera persona fuera de la pareja. Basta que se traicione el pacto entre ambos de una relación exclusiva entre los dos, sea la unión formalizada o no ante la ley.
Algunos expertos en las relaciones matrimoniales y de pareja se inclinan por distinguir entre infidelidad y adulterio, aclarando que este último es un término legal utilizado solo para aquellos que, legalmente casados, se involucran voluntariamente en una relación carnal con otra persona.
Incluso, no faltan quienes reflexionan sobre un tipo singular de infidelidad, la que no involucra a otra persona y sí a objetos o situaciones. Una conocida afirma, entre sonrisas, que su marido está casado con el carro y que ella es solo una amante de ocasión. He escuchado al vecino recriminando a la esposa: “Mi’ja, ¿tu pareja soy yo o es tu trabajo?, porque le dedicas más tiempo a él que a mí”.
En esa dirección, las interpretaciones apuntan a que tales “infidelidades” presuponen en el fondo conductas evitadoras, sobre todo de la intimidad. Quizás resulta un punto de vista algo extremo, pero lo cierto es que, en general, la infidelidad no solo atañe a factores sexuales, también biológicos y psicológicos. “¡No fue ella, no te obligó. Fue tu cabecita, la cosa empezó en tu cabecita!”, así lo resumía a gritos una irritada y traicionada esposa.
Investigaciones en Europa apuntan que el 70% de las mujeres y el 60% de los hombres consideran que la fidelidad sexual es esencial para que la pareja funcione. Sin embargo, en la concreta, aunque guarde cierta proporción con lo enunciado, el 17% de las mujeres y el 42% de los hombres han sido o serán infieles, sentencian estudiosos.
La profesora Abreu García, ya citada, asegura que “En Cuba, los estudios sobre infidelidad no son abundantes y los que existen, no son generalizadores. Pero no es necesaria la realización de ningún estudio para saber que la infidelidad en nuestro país es un fenómeno frecuente...”
¿Por qué lo hiciste?
A veces entre lágrimas, a veces entre llamaradas de ira, o desde la frialdad que acompaña a la decepción, pero resulta imposible calcular las veces que esa pregunta ha sido formulada por el integrante de la pareja al saberse engañado.
No pocos de aquellos que han intercambiado en la privacidad de una consulta con “víctimas” y “victimarios” de una traición amorosa, aseguran que, en el caso de los hombres, uno de los motivos es la atracción sexual, o al menos así ellos lo refieren. Sin olvidar la machista y consabida respuesta de “porque soy un hombre”, que lleva implícita el creerse con un derecho socialmente otorgado de conducirse así.
Pero cuando ese hombre es infiel consuetudinariamente, una y otra raya más al tigre, tras esa conducta pudiera estar subyaciendo una muy baja autoestima, una necesidad de reafirmación, y también vacíos en el orden afectivo.
En el caso de la mujer, hay quien indica que aquellas que incurren en infidelidades están marcadas por insatisfacciones emocionales, pero no faltan las voces que argumentan a partir de la mayor independencia económica, psicológica y social adquirida por Ellas.
Al mismo tiempo, como fruto de ese empoderamiento que incluye los ámbitos intelectual, profesional y muchos otros, las mujeres han elevado sus expectativas en cuanto a qué esperan de su pareja, y cuando esta no da respuesta a las mismas, pues optan por cubrir tales expectativas más allá del matrimonio.
Como el mundo ya no se les reduce a calderos y ropa por lavar, han aumentado las posibilidades de conocer a otros hombres, de comparar, e incluso probar.
A la vez, las hay que optan por la infidelidad como una vía para mostrarse, en primer lugar, a sí mismas, que siguen siendo atractivas y deseables, y no invisibles, como a su esposo le parece. Es más usual de lo que se supone que sentimientos de soledad y de ser subestimada por su pareja compulsen a la mujer a encontrar estima, reconocimiento y ternura en otro.
Tampoco faltan aquellas que deciden engañar a modo de represalia: ojo por ojo. Vaya usted a saber si así no es ella quien se autoengaña, creyendo cerrar de ese modo el doloroso capítulo.
La conocida sexóloga canadiense Sue Johanson comenta, al abordar posibles causas de la infidelidad femenina, que no pocas de las que así actúan lo hacen a modo de una suerte de rebelión frente a parejas muy controladoras.
El psiquiatra cubano Francisco Almagro reflexionaba también en torno a determinadas condiciones dentro de la unión que “son leña seca para que arda el adulterio”. Entre ellas, mencionaba los matrimonios por conveniencia —aquellos cuyo objetivo real es obtener ventajas, sobre todo de orden material o social; los llamados matrimonios escapistas, que permiten a uno de los cónyuges huir de la tutela familiar o de un país determinado al casarse con un extranjero.
De todas formas, ninguna de todas las razones aquí apuntadas, lo mismo para Ellas que para Ellos, son indiscutibles. Existen tantos matices y variantes como personalidades hay.
En lo que sí parece haber cierto consenso es al afirmar que cuando hay infidelidad, es porque no hay buena comunicación en la pareja; y entiéndase la comunicación en el sentido más amplio posible.
Aquellos polvos trajeron estos lodos
Las consecuencias de las infidelidades pueden ser tantas como sus causas. Pero la sabiduría popular, y también la de expertos, confluyen al señalar que el sentimiento de culpa es una de las más sustantivas consecuencias de cuando el engaño se hace lugar en una pareja.
A veces, igual siente culpa el engañado que aquel que engañó. El primero, en ocasiones se recrimina por no haber sabido cubrir las aspiraciones de su pareja, “por no haber estado a la altura”, y ello, como tendencia, ocurre en el caso de las mujeres, a quienes mucho les cuesta despojarse de ese ancestral “deber ser” que las sitúa en el platillo más desfavorecido de la balanza.
Es por eso que también, a veces, Ellas se sienten compelidas a confesar su engaño.
Ellos, en ese sentido, son un hueso más duro. De generación en generación se han reiterado el consejo de que “para confesar, me tienen que coger con las manos en la masa”. Y eso no es tan usual. De todas formas, aunque no reconozcan que han sido infieles, a veces adoptan conductas que los descubren: atentos como nunca, regalones, dedicados a reparar cosas en la casa que esperaban durante meses y tal vez años, invitación a paseos…
Pero dichos modos bien que podrían quedarse solo en un estereotipo que para nada hoy en día es tendencia, o sí. Lo que pocos discuten es que la infidelidad se valora de manera diferente para las mujeres que para los hombres. En cuanto a Ellos, “esta conducta aún es vista como algo inherente a su condición, pero en cambio, si una mujer es infiel, es censurada y criticada severamente. Es la doble moral de la que oímos hablar tanto”, sentencia la profesora y psicóloga Abreu García.
Otra de las consecuencias que a veces deriva de la infidelidad es la violencia, traducida lo mismo en violencia verbal, que psíquica y también física, protagonizada sobre todo por los hombres, al saberse engañados.
Cuando la traición se abre sitio en una pareja, junto a esta igual se empoza la desconfianza, y muchas veces, aunque la solución a la crisis no sea disolver la unión, igual queda un desgarrón que, a veces, no restaña ni el pasar de los años.
Pero puede que suceda lo opuesto: una vez salvado el trago amargo, la pareja se reconstituye a partir de nuevos presupuestos que la hacen más sólida, luego de que el terremoto pusiera a prueba sus cimientos.
Entre las consecuencias del engaño igual tienen boleto las ITS, porque a veces el apuro, la falta de condiciones, el riesgo, hacen olvidar la necesaria protección.
Por último, el divorcio o la ruptura de la pareja es la última y más drástica de las consecuencias de una infidelidad. En Cuba, ese motivo igual se anota entre las principales razones para la disolución de las uniones, sean formales o no. De los cerca de 34 000 divorcios acontecidos en 2015, según recoge el Anuario de la Oficina Nacional de Estadísticas publicado en 2016, la infidelidad es responsable de una parte de ellos, junto a los problemas con la economía hogareña, dificultades con la vivienda, y la búsqueda de nuevos proyectos, entre otros.
No obstante las consecuencias enunciadas, todas con su drama implícito, sexólogos, psiquiatras, psicólogos, antropólogos y otros estudiosos de las relaciones de pareja coinciden en que si la pareja cuenta con anclajes bien sólidos y se mantienen válidas las razones que unieron a ambos, no es usual que una infidelidad conlleve a una separación para siempre.
Según sentencian las psicólogas Larissa Turtós y Yohanka Valdés en su trabajo de diploma “El divorcio: un proceso de transición. ¿Nuevas configuraciones familiares o ruptura de una identidad familiar?”, el divorcio en verdad sobreviene de manera inevitable, al margen o no de infidelidades, solo cuando “uno o ambos cónyuges comprenden que la relación cuesta más en tensión emocional que lo que ofrece en satisfacción personal”.
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