Las (otras) voces humanas

Las (otras) voces humanas
Fecha de publicación: 
6 Octubre 2015
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Domingo en la tarde noche. Las 7, seamos exactos. Avenida Boyeros. Salí optimista, con una 1 hora y media de cuartada para llegar al Karl Marx, pensando que todo el mundo se quedaría con la última entrega de la voz que andaba Sonando en Cuba. Pero “todo el mundo” incluía obviamente a los choferes de P-12 y P-16, y entonces sobrevino una sensación tenebrosa al constatar la ausencia de los “súper expresos” azules.

Taxi. No importa que Boyeros sea una vía expedita y rápida, expedita y rápidamente son 20 pesos hasta la Terminal de Ómnibus. De todas formas, esto del almendrón me pondría a tono con un espectáculo ambientado en los años cincuenta. Cuarenta y cinco minutos para llegar al Karl Marx… me monté incrédula. El carro era uno de esos que, en la parte de atrás tiene dos bancos a lo largo, uno frente al otro. Allí me encontré a esa primera voz humana que me trasladó al festival, o al menos a mitad de camino: el chofer. Hombre de elocuencia y energías inéditas a las ocho de la noche, en un carro en penumbras, que contaba muchas cosas al unísono: semáforos y costos de reparaciones al carro, velocidades e imprudencias. Fue, de pronto, como si estuviera escuchando la radio. Y todos los pasajeros, con grandes ojos fijos, (des)oían aquel monólogo de festival. Y la Terminal de Ómnibus, que no acababa de mostrar sus luces ante mí.

Finalmente. La suerte envió uno de esos ómnibus que baja hasta la calle Línea. Durante el viaje me repetía un estribillo propio de Dora la Exploradora: Línea- Túnel -¡teatro! Cuando llegué, eran voces humanas lo que sobraban en aquella parada. Había que ser fuerte para no sospecharse esquizo entre tanto murmullo y desesperación. Quince minutos para llegar al Karl Marx… Misión Imposible.

Y los articulados como los dinosaurios: extintos. Dispuesta a otro taxi. Unir a Benny Moré y a Frank Sinatra… eso disloca la percepción espacio-temporal de cualquiera. Imposible. Nueve de la noche. Cero minutos para llegar al teatro. Y yo, que tenía entradas para platea baja. “¿Podré llegar? Si el transporte estuviera mejor, la gente fuera más a los teatros y a los cines y… no, no. Esa es otra historia”, cavilaba en mi angustia. Un carro finalmente me alumbró:

-    Venga, apriétese un poquito que aquí cabemos todos-, dijo aquella maravillosa voz humana muy atropellada y medio ceceante.

-    Gracias-. Ah… finalmente cruzaría el túnel. Y es cuando uno se pone a pensar sobre el fin y los medios, y quizás hasta sienta una palmadita de Maquiavelo sobre el hombro.

Cuando me bajé emprendí una caminata rápida. Ahora la voz ya no era humana, sino la del conejo de Alicia, con su voluntad insolente para llegar a tiempo. Llegué (¡al fin!), y ya sonaba la banda, y mi asiento allí, reservado… Creo que hasta jadeé del cansancio, por suerte nadie debe haberlo notado. Sinatra se encontró con Benny Moré en el Karl Marx, Augusto Henríquez bajó al público y abrazó a una señora con canas: la hija del Benny. Hubo mucha magia, con (o a pesar de) las todas mis dislocaciones espacio-temporales. A veces, pero  solo a veces, vale la pena.

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