JOVEN Y ARTISTA: «Escribo para el alma de las personas»
especiales
Diana Castaños, que es muy joven, ya atesora algunos premios importantes: Premio Pinos Nuevos, Mención del Premio Abril, Premio Memoria de periodismo, Premio Calendario por narrativa para niños... Diana también es columnista de este sitio, pero esa no es, que conste, la razón principal por la que la entrevistamos.
—¿Cuándo supiste que ibas a dedicar buena parte de tu vida a escribir?
—Aprendí a leer y a escribir a los tres años (el mérito es de mi mamá, que se tomó el trabajo de enseñarme). Y desde entonces leer y escribir es mi vida. Nunca me pasó por la mente una opción de vida que no estuviera relacionada con la escritura… Recuerdo que cuando jugaba con las muñecas, siendo bien niña, todas mis muñecas escribían para vivir.
«Me da lo mismo si estoy haciendo periodismo o narrativa (para mí esas definiciones de concepto son solo cuestiones metodológicas). Siempre que sea escribir, para mí está bien. Es lo más cercano que hay al paraíso espiritual, es un sitio de felicidad que nace de dentro de una misma que es personal, íntimo, puro y pleno».
—Cuando escribes, ¿escribes para alguien en específico?
—Escribo para el alma de las personas. No importa si no las conozco; no importa si son o no familia, amistades cercanas. Escribo para el niño que está en el vientre de la futura novia de mi hermano; para los sobrinos tuyos, allá en Ciego de Ávila (yo leo tu columna). Solo necesito —deseo— que mis textos atraviesen la coraza que da la cotidianidad de la vida y hagan diana en la sensibilidad de las personas.
—¿Crees en la inspiración?
—¡Sí! Creo, y mucho, pero en la inspiración como actitud ante la vida. No es una cuestión de esperar a que llegue la inspiración para sentarte a escribir. Cuando llegue la musa, como decía Hemingway, te tiene que coger escribiendo. Pero no necesariamente tiene que cogerte literalmente escribiendo, creo yo. Sino en actitud creativa. Y la actitud creativa es una actitud de felicidad ante la vida. Que no es siempre fácil, está claro. Pero sí es una decisión personal, un regalo que te haces a ti misma.
—¿Tienes algún libro de cabecera? ¿Algún autor?
—Para siempre y desde siempre, Christine Nöstlinger, Lygia Bojunga Nunes, Michael Ende. Para siempre y desde siempre, Dostoyevski. Libros: Crimen y castigo y Momo.
—¿Cuáles son tus circunstancias ideales para escribir?
—Cuando amanece, por los colores de la aurora; cuando es de noche, por el silencio. De madrugada, porque todo sonido se hace inmenso. Cuando estoy triste, para exorcizarme; cuando estoy alegre, para compartirlo. Rodeada de personas o en soledad, huraña y taciturna, femenina y terrestre. Cualquier momento es bueno, si siento ese hervor de la sustancia humana, esa sensación de exaltación interna que me lleva a escribir. La única condición para un escenario ideal es tener una taza de café al lado.
—¿Qué otra cosa te gustaría hacer en la vida? ¿La cambiarías por lo que haces ahora?
—Si voy a un concierto de jazz, me enamoro de la música; me pregunto por qué no estudié saxofón o piano. Si voy a un entrenamiento de artes marciales (que practico hace par de años), me pregunto por qué no estudié jujutsu desde niña. Pero me pasa lo mismo con casi todas las profesiones y oficios del mundo, siempre que vea un grado de maestría que provoque mi admiración. Siempre que vea perfección en lo que se hace, veo belleza.
«Me gusta todo lo que implique una búsqueda constante de esa belleza creativa que conlleva perfeccionar un estilo, un tono o una técnica, en el ámbito que sea.
«¡Pero no cambiaría escribir por nada del mundo! Jamás de los jamases».
—Cuando en tus columnas hablas de ti y de tus amigos o personas más o menos cercanas, ¿dónde está el límite?
—En mi columna De Cuba, su gente me gusta que las personas se pregunten precisamente eso: ¿Dónde está el límite? ¿Qué tanto es ficción y qué tanto realidad? Escribo con esa intención explícita.
«¿Sabes quiénes conocen en carne propia la respuesta a tu pregunta? Las personas sobre las cuales he escrito en esta columna; ellas sí sienten cuando me leen dónde está esa demarcación, dónde el respeto por su confidencialidad en la historia que me han hecho, que han compartido conmigo.
«Lo que te puedo decir es que no me gusta cambiar los nombres. Creo que cada historia debe venir con el nombre real de la persona que la genera.
«A veces mi columna es una voz para aquellos que no pueden escribir. A veces es un agradecimiento y a veces una incitación. Intento desnudarme, cada vez más, en cada texto. Quiero regalarle a mis lectores lo que veo, compartirlo (que es de alguna manera amar). Tengo mucho respeto por mi profesión y por la ética que conlleva».
—Algunos creen que escribir para niños es un arte menor… ¿qué crees tú?
—Yo no creo en escribir para niños. Creo en escribir para la infancia, que es para mí también, como la inspiración, una actitud ante la vida.
—A la niña que fuiste, ¿le hubieran gustado tus historias?
—La niña que fui se devoraba todo libro que cayera en sus manos más de diez veces. Cuando terminaba de leer, literalmente le daba besitos a la portada y contraportada. Es ella en la única en que confío. Es ella la que me dicta las historias, a ella a quien le descanso y confieso mis ideas para novelas. Ella es la jueza y tiene una sinceridad probada. Desecho todo lo que a ella no le guste.
«Mi sueño azul en la vida es saber —al menos, intuir— que un día un niño se leyó más de una vez un libro que yo escribí y sintió con ello que su pecho se henchía de fragilidad silenciosa, porque le gustó el mundo que vivenció mientras leía. Y si ese niño besa la portada de ese libro cuya historia yo creé, juzgaré que mi vida le ha aportado algo de bien al mundo, y seré muy feliz».
Leer las columnas de Diana en CubaSí: Estrenos de cine / De Cuba, su gente
- Añadir nuevo comentario
- 1655 lecturas
Comentarios
UNA TARDE DE NOVIEMBRE
Añadir nuevo comentario