DE CUBA, SU GENTE: Ese secreto que dirige las mareas de tu vientre

DE CUBA, SU GENTE: Ese secreto que dirige las mareas de tu vientre
Fecha de publicación: 
15 Abril 2016
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Desde las tres de la madrugada está María en el hotel, esperándome. Yo también llego temprano para entrevistarla (para esta columna). El tema: María, llena eres de gracia, sin pecado concebida, quiere concebir… y como ella no puede, se ha dado a la inmensa tarea de adoptar un hijo en Cuba.

—En las casas de acogida hay un montón de niños huérfanos, o que tienen los padres presos o enfermos mentales. Solo puedo adoptar uno que sea huérfano. Me gustaría que se pareciera a mí…

Hablamos en la cocina del restaurante de su hotel, a la hora del desayuno.

—¿Por qué quieres adoptar? —le pregunto entre bocaditos interminables, propios de un hotel-todo-incluido.

—Porque no puedo tener hijos. Y económicamente ya estoy lista.

Como reafirmando su respuesta, María se abre la blusa, coge un tubo de chorizo y se lo coloca debajo de los senos.

—Aguántame ahí —me pide, mientras lo pega a su cuerpo con cinta adhesiva.

Antes de cerrarse la blusa, debajo del chorizo, coloca varios nylon de aceitunas, un paquete de gambas congeladas, abundante jamón serrano, queso y pasta de bocaditos.

Quiero preguntarle qué está haciendo, pero es obvio. Quiero preguntarle qué pasa si la cogen saliendo del hotel envuelta en comida, pero eso también se me antoja evidente.

María se baja la pantaloneta, que es ancha, y me da para sostener dos botellas de Jack Daniels. Pone las bases de la botella justamente en la terminación de sus nalgas, y se las pega a la piel.

—Esto lo puedo hacer yo porque soy culona —me dice.

Miro a mi alrededor y una nueva dimensión de la realidad se abre ante mí: Las mujeres que pasan con el carrito de la limpieza tienen dos nylon negros, uno con los desechos y otro lleno de comida y bebida, que colocan debajo del de los desechos; los hombres que cargan cubos de sancocho con doble fondo, en la sección de más abajo, esa que no se ve a simple vista, llevan botellas de whisky Johnny Walker y de champagne Don Perignon.

—Esto lo ves así a esta hora porque los jefes todavía no han llegado, después de las once de la mañana se calma un poco —me explica María, que intenta apaciguar mis ojos grandes, como quien da una palmada de consuelo a un niño.

Me extiende una copa de vino blanco, que sirve con agilidad.

—Toma, parece que lo necesitas.

Me la tomo sin respirar y el licor me quema la conciencia. Pero yo conozco a María desde hace par de años, y sé que también tiene una.

—María, ¿cómo puedes hacer esto?

—Si fuera solo por mí, no lo haría, pero ahora las cosas han cambiado, voy a adoptar a un niño.

Le sonrío por amabilidad y le pregunto cuánto de esto puedo escribir.

—Solo cambia mi nombre —me pide—. No quisiera que me botaran del trabajo… total, la que venga detrás de mí va a hacer lo mismo.

Asiento, comprometida con la ética profesional que me corresponde, y me alejo del sitio. En la entrada del lobby del hotel, una guagua de Transtur deja un grupo de turistas nacionales. Me pregunto qué tan ajenos estarán ellos a esta realidad, y miro de refilón, con el poco ánimo que me queda, a mi grabadora…, pero ya no tengo ganas de hacer entrevistas.

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