La miniserie británica Adolescencia sigue acumulando aplausos en las redes sociales y también en espacios especializados, aunque no le falten criterios en contra.
Y podría ser un buen pretexto para dar pie a este texto, ahora que, lamentablemente, la exitosa serie televisiva cubana Calendario, comienza a olvidarse.
Pero mejor dirigir la mirada al entorno más cercano, el de esta Isla, para comprender cuánta falta hace continuar ayudando a los padres y a las familias en general durante la adolescencia de sus hijos.
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Son adolescentes los que protagonizan conductas a veces en extremo peligrosas; son los que, tratando de conocer cada vez más cosas nuevas, quieren fumar, consumir otras sustancias tóxicas, se inician en el sexo sin las debidas precauciones ni preparación, son los que en su afán de buscar aceptación y reconocimiento de su grupo exigen a sus mayores o hacen cualquier otra cosa con tal de llevar cierta ropa o un celular de los últimos salidos al mercado.
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Por todo eso y mucho más, que no hace falta contar aquí porque basta vivir en un barrio cualquiera para saberlo, vale compartir algunas de las consideraciones que sobre el tema difundió el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) al interrogar a la Dra. Lisa Damour, psicóloga estadounidense experta en adolescentes, y autora de varios libros sobre el tema.
Al preguntarle sobre qué visión de los riesgos tienen los adolescentes, la especialista refiere que la forma que ellos tiene de razonar sobre los riesgos puede estar determinada por el contexto en que se encuentran.
“Cuando están con adultos o en situaciones sin gran intensidad emocional, tienden a reflexionar con detenimiento sobre las conductas que pueden implicar riesgos. Sin embargo, cuando están con sus amigos, en situaciones sociales o emotivas, tienen menos posibilidades de ser racionales y es más probable que tomen decisiones impulsivas.
“El tipo de riesgos que asumen los adolescentes depende en gran medida de las normas aplicables a sus vidas, del grado de control al que están sujetos y de las clases de actividades de riesgo a las que pueden acceder con facilidad”.
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Interrogada sobre qué pueden hacer los padres o cuidadores si piensan que su hijo o hija adolescente se está poniendo en peligro, la Dra. Damour recomienda que lo primero es establecer niveles de control razonables ya que la supervisión puede reducir las posibilidades de riesgo.
En segundo lugar, sugiere a esos adultos presentarse como aliados. “Hay que recordar que los adolescentes deben estar implicados en su propia seguridad. Debemos hablar con ellos sobre cómo tomar decisiones seguras cuando no estamos y asegurarnos de que no les importe pedirnos ayuda si la necesitan”.
Comenta que suele ser más eficaz hablar con los adolescentes sobre cómo protegerse de los peligros que solo obligarlos a respetar normas, reglas o principios, que muchas veces les parecerán arbitrarios.
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Subraya lo importante de que los adolescentes sepan que podrían necesitar ayuda de sus adultos para evitar el peligro. Y en ese sentido propone explicarles:
“Vamos a pedirte que tomes las decisiones adecuadas y que tengas mucho cuidado, pero si te encuentras en una situación en la que tú o tus amigos pueden correr algún peligro, queremos que acudas a nosotros en busca de apoyo. Te prometemos que no lamentarás habernos pedido ayuda”.
Habría que leer muy despacio estas consideraciones, e incluso acceder a la entrevista completa.
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De todas formas, es conocido que como mismo no se puede hablar en genérico de la familia, tampoco ha de hacerse de los adolescentes, como si fueran un grupo etario homogéneo y predecible. Cada adolescente es único y sus padres lo saben, pero para protegerlos valen intentos como estos, que son, sin dudas, una forma de quererlos.