Eso de organizar una exposición de “arte joven” en Cuba (y en cualquier parte del mundo, supongo) es un poco complejo. Primero habría que establecer qué es el arte joven: ¿El que hacen los artistas menores de 20, 30 o 40 años? ¿El que hacen artistas de cualquier edad con una visión renovadora?
La galería Habana acoge todo este mes una exposición curada por el crítico y coleccionista norteamericano Gilbert Brownstone (gran amigo de Cuba, ha donado, por ejemplo, una importante colección de arte contemporáneo), en la que participan jóvenes artistas y otros que no lo son tanto, pero sí de alguna manera lo es su arte.
Brownstone ha resuelto el dilema sin demasiadas complicaciones.
Daiquirí sin azúcar —singular nombre— reúne sobre todo pinturas que generalmente tienen en común una decidida apuesta por la figuración y por la metáfora bastante comprometida.
Mucho color… y mucho “mensaje”.
Cada quién dice lo suyo, pero hay una especie de “vocación” casi generalizada: “la realidad es dura… tratémosla con ironía, con humor, con sarcasmo”. Y cuando hablamos de la realidad no nos circunscribimos a las circunstancias socio-político-económicas (algunos creen que todos los artistas jóvenes tienen que regodearse en el hipercriticismo de su contexto), sino a el amplísimo espectro de la vida —invención incluida.
Daiquirí… no pretende ser una muestra “antológica”. ¿Cómo podría hacerlo? A primera vista es evidente que faltan muchos creadores.
Brownstone lo explica en el catálogo: “Para alguien como yo, con los ojos adaptados más a los artistas de las generaciones anteriores, hacer esta curaduría ha sido un nuevo y agradable desafío pero a la vez no estoy muy contento porque de antemano sabía que no podría incluir todos los artistas que quería y lo merecían”.
De todas formas, la exposición es una oportunidad para tomarle el pulso a la obra de artistas contemporáneos cubanos. No hablaremos mucho de las piezas. Que hablen ellas mismas.