Voluntarios contra la Covid-19. Mario Almeida: «No te puedes rajar cuando llega algo fuerte»

Voluntarios contra la Covid-19. Mario Almeida: «No te puedes rajar cuando llega algo fuerte»
Fecha de publicación: 
21 Abril 2020
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En situaciones normales la Residencia Estudiantil Universitaria Bahía es eso: una beca para estudiantes de la Universidad de La Habana. Ubicada en el municipio Habana del Este, los dos bloques constructivos que la forman suelen albergar, en total, alrededor de 400 jóvenes que vienen a la capital desde casi cualquier rincón del país para estudiar Matemática, Ciencia de la Computación, Lenguas Extranjeras, Filosofía, Sociología, Historia o Ciencias y Tecnologías aplicadas. 

Pero estas no son situaciones normales. A finales de marzo los habitantes habituales regresaron a casa tras la interrupción presencial del curso escolar. El inmueble pasó a organizarse como uno de los centros de aislamiento con que cuenta la provincia. Como equipo de apoyo para las labores internas se solicitó la participación de profesores y estudiantes de la propia Universidad.

Mario Almeida Bacallao, estudiante de Periodismo y líder de los jóvenes comunistas en la Facultad de Comunicación, es uno de los muchachos que se alistó como voluntario. Desde el sábado 11 de abril está allí, poniendo, como se dice, su granito en la guerra que libran la nación y el mundo contra la pandemia de la Covid-19. 

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En realidad, Mario ya conocía la experiencia de morar en residencias estudiantiles. De hecho, de los cuatro años que lleva estudiando Periodismo en La Habana, gran parte los ha pasado como becado, pero en otra residencia y, por supuesto, sin riesgos extraordinarios. Aunque es natural de la ciudad de Matanzas, en los últimos tiempos puso en pausa su rutina en beca y se asentó, junto a su hermana menor, en la capital. 

Es por eso que estaba en La Habana cuando una convocatoria circuló por un grupo de WhatsApp del que forma parte junto a los secretarios de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) de cada facultad de la Universidad de La Habana. Un sinfín de convocatorias e informaciones circulan usualmente en ese grupo. En esta ocasión, la cosa era bastante seria. Se requería encontrar qué alumnos y profesores estarían dispuestos a colaborar en un centro de aislamiento para personas que tienen algún grado de probabilidad de portar el nuevo coronavirus. 

“Soy secretario de la UJC de la facultad y no es consecuente que les diga a mis militantes que se necesitan voluntarios para algo peligroso y que no les diga que voy a estar. Es también ser consecuente con todo lo que uno ha dicho a lo largo de su vida. Hasta cierto punto es fácil criticar, arengar, ir a las marchas, los trabajos voluntarios... Pero no te puedes rajar cuando llega algo fuerte y en lo que además crees”. 

Esa decisión implicaría, en el mejor de los casos, pasar dos semanas (día y noche) trabajando como voluntario entre posibles portadores de coronavirus. Medida preventiva: las dos semanas posteriores a las primeras quien estaría aislado sería él. Si sucediera lo peor durante las faenas, no debe convertirse en un nuevo foco de contaminación. Casi un mes de tensión. En el mejor de los casos, solo eso. 

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Junto a Mario se encuentran en la beca convertida en centro sanitario otros universitarios, estudiantes como él o profesores recién graduados. Una mezcla de Física, Química, Periodismo, Biología y Filología compone el grupo del que ahora es integrante. Con varios de ellos había interactuado antes en dinámicas propias de la vida universitaria. 
Una de las primeras labores que debió realizar fue asegurarse de que estuvieran listas las camas de los futuros visitantes, así como un módulo de tres jabones, pasta y cepillo dentales, toalla y papel sanitario.

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Mario Almeida. Foto tomada de Facebook

En presencia de los pacientes, Mario debe sentir, de vez en vez, alguna preocupación con sabor a susto que lo haga pensar, inquisitivo consigo mismo, si está aplicando correctamente las medidas de protección que le instruyeron. Es natural. A esas alturas no se sabe quién de las personas a las que asiste pudiera dar positiva en días posteriores. No obstante, es optimista.

De hecho, periodista al fin, no se desentiende del sentido de la profesión que estudia, y cada día se reserva, del tiempo que tenga libre, algunos minutos para escribir una suerte de bitácora que luego envía para publicar en Alma Máter, la revista insigne de los universitarios cubanos. En esos textos explica parte de lo que le rodea y aspectos de sus vivencias personales; por ejemplo, cuando estuvo por vez primera en contacto directo con una paciente (una señora mayor con dificultades locomotoras que le pidió ayuda para levantarse) o cuando se vistió con los medios de protección:

“El pantalón verde, el pulóver con el cuello en uve, la sobrebata que parece saya y abrigo al mismo tiempo, que tiene casi tantos amarres como una camisa de fuerza, que también es verde y me hace sentir un tejo más seguro mientras incrementa la torpeza. El gorro, el nasobuco, los guantes, las medias largas, las botas…”

A Mario y sus compañeros la vestimenta requerida les hace pensar en un carnicero que tras un “cambio de pose” se convierte en súperhéroe. Con esa apariencia debe entrar a lo que denominan la zona roja. Allí se encuentran los pacientes.

En la zona roja la misión pareciera una labor doméstica si no fuera porque se presume la presencia del coronavirus. Cada tres días deben hacer una limpieza integral de cada habitación. Entre ellos han llegado al acuerdo de emplear dos jornadas para limpiar todas las habitaciones y la tercera para descansar un poco.

Limpiar muchos cuartos tan exhaustivamente y con la presión psicológica de lo que en esa circunstancia implica, debe ser estresante. A eso se suman gotas y gotas de sudor atrapadas entre el cuerpo y el especial vestuario, mientras la columna vertebral se flexiona una y otra vez. Mario en específico ha lidiado con tasas de baño sucias y con el vómito de algún paciente.

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Para Mario, que es desde el curso anterior el Secretario de la UJC en la Facultad de Comunicación, la responsabilidad era doble: además de prepararse como voluntario, debía reclutar a otros. Con ese objetivo se comunicó con la estructura de la UJC y pidió que la información fuera replicada a los distintos grupos mediante WhatsApp. En ese momento ya se habían interrumpido las clases, aunque él, en su condición de miembro, continuaba asistiendo a reuniones extraordinarias del Consejo de Dirección.

“No lo vi como algo para lo que se necesita mucha gente corriendo, porque sé que es una cuestión muy sensible y compleja. Lo vi como un derecho que tienen los estudiantes de saber lo que estaba haciendo su universidad y en consecuencia decidir por sí solos qué hacer sin ninguna clase de presión. Varios me escribieron muy dispuestos pero después de hablar con sus familias decían no poder. Es perfectamente entendible y les agradecí mucho que tuvieran ese gesto”.

Otros sí manifestaron invariablemente su disposición y esperan ser llamados en próximos días. No necesariamente caerán en el mismo grupo ni servirán en el mismo centro de aislamiento.

En su caso, los padres, ambos médicos, lo respaldaron; aunque, según sus palabras, él no pidió permiso sino que prácticamente informó una decisión tomada. Al padre, clínico intensivista que probablemente salga de misión a algún país de un momento a otro, le dijo: “tú te vas, yo también”. La madre estuvo un poco más preocupada, pero -como él mismo dice- ya no es un niño. Más allá de los temores lógicos, si sus familiares cercanos se hubieran mostrado adversos, para él sería más difícil -admite- estar donde está ahora. El martes 7 de abril la mamá y el papá lo despidieron en La Habana. 

De la novia, estudiante de Periodismo en su misma aula, recibió también comprensión. Se despidieron el jueves 9. Para una pareja -reflexiona- es difícil permanecer lejos. 

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Los voluntarios se levantan casi siempre alrededor de las siete de la mañana para distribuir los desayunos; a veces un poco más tarde. Física y psicológicamente, el trabajo de Mario en el centro de aislamiento resulta desgastante. Un paliativo es el hecho de que siente empatía con sus compañeros de la batalla. Como provienen de distintas carreras, se han entretenido uno a los otros exponiendo gajes del oficio o corrigiendo lo que desde la perspectiva de alguna de las ciencias allí presentes constituye un error conceptual. Para reír, bromear, contar e intercambiar criterios también encuentran un tiempito.  

Pero cuando piensa en el virus letal que está enfrentando, lo que reanima a Mario es no sentirse aislado. Paradójicamente, en un centro de aislamiento no se siente aislado, sino todo lo contrario. Para él está claro: tanto sus colegas como el personal sanitario apostado allí, son parte de un conjunto mayor, completado con gente de fuera enfocada en lo mismo. 

“Es un trabajo en equipo no sólo adentro. Se trata de un macro grupo -o varios si contamos al gobierno y Salud Pública- qué está fajado 24 por 24 sin que para ello sea necesario estar aquí adentro. De hecho, lo que ellos hacen afuera nos permite estar tranquilos acá”. 

Además de confiar en que su participación puede contribuir al esfuerzo colectivo por disminuir los niveles de contagio, este joven, ante los escollos del momento, se reconforta por los mensajes que le llegan de parte de sus compañeros y profesores, incluida la decana de la facultad.

“Sus mensajes son muy afectuosos y preocupados, pero sobre todo cargados de orgullo. Uno realmente no hace esto para sentirse importante o admirado porque la vida vale y cuesta mucho más que eso, pero la preocupación constante de los profes y de algunos amigos resultan elementos que te levantan si andas en baja. Fundamentalmente porque son personas que además de que los quieres, también los respetas mucho y en ocasiones son hasta referentes”.
 


Mario Almeida con su traje de voluntario.

La novia, por su parte, continúa apoyando su decisión de ofrecerse como voluntario. 

“Todos los días me manda una foto juntos, varios poemas, crónicas estelares; me comenta sobre chismes del mundo exterior que a veces se me van. Realmente me siento muy atendido, pensado y querido por ella y me apena mucho no poder corresponderle en ocasiones por estar trabajado, escribiendo o durmiendo. Son días muy intensos. Por otro lado, las palabras disparadas de manera coloquial por el chat son muy fáciles de malinterpretar y resulta todo un reto mantener la confianza. Es complejo a veces demostrar que la extraño, que preferiría estar a su lado, que quiero verla ya... Y es difícil entre otras cosas por mi personalidad que no es la más cariñosa precisamente y me cuesta exteriorizar sentimientos”. 

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Aunque la beca del Bahía es una de las varias residencias estudiantiles bajo jurisdicción de su universidad, a las alturas de cuarto año, Mario jamás había estado en ella. Según cuenta, ni sabía dónde se localizaba.

Pero desde el miércoles 8 de abril, tras una preparación básica sobre la forma particular en que debían limpiar y cómo ponerse los medios de protección, estuvo listo para entrar en ella. Finalmente, después de pasar varias horas tenso en espera de una llamada, la hora cero llegó el sábado 11. Ese día un microbús realizó un itinerario para recogerlo a él y a parte de lo que sería el primer grupo de voluntarios de la Universidad de La Habana que apoyaría en labores en centros de aislamiento.

Comentarios

Son los verdaderos hombres nuevos COMO.DECIA EL CHE!!. OJALÁ se multipliquen para el bien de la humanidad!! FELICIDADES!!!
Personas como USTEDES él MUNDO necesita
Una historia llena de valentía, coraje y amor, qué bueno conocer que existen jóvenes en nuestra sociedad capaces de colaborar en momentos tan difíciles como los vividos durante la COVID. Una vez más gracias a Ariel Pazos por hacernos llegar estas historias.
hanaha46@nauta.cu

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