Vamos a calmarnos

¿Cuántas veces no llamamos nosotros mismos a otros a la calma y cuántas veces no hemos estado en situación que requiere sosiego y no lo conseguimos? La paciencia no es fácil de obtener. Podemos intentarlo, pero cuesta bastante. ¿Qué podemos hacer ante un momento convulso, de apuro?

Actuar con ecuanimidad puede ayudarnos a evaluar el escenario con un poco de objetividad, sin embargo, al calor del momento es casi imposible, por eso siempre otros, desde afuera, nos recuerdan que en frío se piensa mejor, pero, ¿qué podemos hacer en esas ocasiones cuando no tenemos tiempo y las reacciones son inminentes como en un proceso químico?

La culpa es de esta vida de adulto que nos lleva a toda prisa de la mano y nos quiere obligar a resolverlo todo en tiempo récord, poque no se puede esperar, porque un minuto para pensar puede tener consecuencias en muchos aspectos, y esta sensación de “sin tiempo” la extrapolamos a todos los sentidos.

Pero no está bien. Sí es cierto que la vida es un suspiro, y así siempre nos parecerá, aunque tengamos cien años. No obstante, no hay que ser tan dramáticos, podemos tomarnos nuestro tiempo para pensar y decidir, para actuar y esperar el orden lógico de las cosas.

Sí, porque muchas personas son tan impacientes que se les dificulta muchísimo permanecer quietos ante contexto que involucre a otros, incluso cuando tiene que ver con responsabilidad laboral, y, entonces, el resultado es atropello de sus funciones, por ejemplo. Esto no trae beneficio, sino todo lo contrario.

Ser una persona de calma tiene sus ventajas. Claro, tampoco al extremo de Flash y Perezilla, los personajes de Zootopia. Pero se trata de una virtud. La poseamos o no, algunas veces podemos forzar nuestro comportamiento haciendo de manera consciente nuestra reacción, respirando hondo para no explotar o salir corriendo, porque ser una persona impulsiva tampoco será conveniente en todos los ambientes.