Un cumpleaños pospuesto y una isla salvadora

Un cumpleaños pospuesto y una isla salvadora
Fecha de publicación: 
7 Octubre 2020
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Imagen principal: 

Gabriela Puigvert Alfonso, estudiante universitaria, y Elizabeth Roa Rioseco, enfermera. Voluntarias en el Centro de Aislamiento de la Universidad Camilo Cienfuegos, de Matanzas.

Había una vez una niña que nació con el pan debajo del brazo. Así lo sentenció aquella hija de Yemayá con una vista que para qué te cuento. Y dígame usted si estaba clara: la chiquilla vino al mundo, sin empujar ni ponerse colorada, a la mañana siguiente de un día de fiesta popular, o sea, con caldosa y cake garantizados de por vida.

Nació en Cuba, en 2009, un 28 de septiembre. Ya usted lo habrá cantado, aquí no hay pérdida: “en cada cuadra un Comité”. Así festejó año tras año con los vecinos correspondientes el nuevo aniversario de los Comité de Defensa de la Revolución y, en la misma parranda, el suyo propio. También con la familia, los amigos, incluso los lobos marinos y delfines del Acuario Nacional de Cuba la felicitaron en cierta ocasión. Sus cumpleaños siempre fueron un acontecimiento.

Claro que 2020 no podía ser “menos”. En el año en que las fogatas y las guardias pioneriles se quedaron en casa o en las redes sociales, a buen resguardo de la Covid 19, la niña de esta historia se llevó el pan en la mochila para un Centro de Aislamiento. Los tíos acatarrados fueron internados para ser estudiados y recibir tratamiento preventivo y el protocolo, aplicado a rajatablas, se propuso posponerle el cumpleaños por ser contacto de sospechosos. Visto de otro modo, se lo convirtió en un acontecimiento inolvidable.

¿Que si lloró? Un poco: entre el estrés de los adultos que no entendían por qué, la preocupación por los tíos, el pica cake malogrado, el corre, corre, que viene el taxi y, una vez allí, el aburrimiento y el estrés de los adultos…

Sin embargo, también encontró duendes, le regalaron un barquito de papel. Iban generalmente de verde o azul, con las sonrisas que se les salían por los ojos, siempre puestas detrás del nasobuco. Les dieron caramelos y un cohete increíble para que su hermanito visitara la luna dentro de aquellas cuatro paredes. Nunca llegaron a decir sus nombres. Los podían llamar “seño”, “apoyo”, “muchacha”, “muchacho”…

Es cierto que algunas cosas no funcionaban como debían, pero por cada voluntad trocada, contra ciertos demonios del mundo exterior, ellos llegaban seis, quizás siete veces… veamos: una vez a traer el desayuno, dos para medirles la temperatura, después a repartir la merienda, luego el almuerzo, otra vez la merienda, la comida, la merienda, sumando unas tres o cuatro veces con el agua fría, más las de escuchar las quejas de los adultos, un par de visitas para alcanzarles algunos envíos de los familiares no sospechosos (consanguíneos y “sin sanguíneos”) como pastillas para la acidez, chocolate para la leche o más tostadas y, bueno, agregando la de los caramelos, la del barquito y la del cohete… Un total de incontables veces llegaban los duendes hasta su puerta.

A los adultos los afanaba la alimentación, la limpieza, esa clase de cosas simples. Mientras a ellos les interesaba no aburrirse y disfrutar lo que pudieran. La pre adolescente calculó que, en semejantes circunstancias, nadie le negaría unos megas para actualizarse de sus likers y tik tokers favoritos. Nada, que para establecer una matriz DAFO en minutos, busque a los niños.

Afortunadamente, los termómetros nunca llegaron a los 37 grados y, después de algunos días, los PCR de los tíos sospechosos dieron negativos. Enseguida, la niña se encargó de empaquetar el barquito de papel y llevárselo debajo del brazo, porque no solo de pan vive el hombre y, muy pronto, podrá mostrárselo a sus amigos y contarles la experiencia.

Les dirá de los duendes y ellos le van a creer, porque son niños y artistas, bastante grandes como para saber que los duendes no existen, que es solo una manera de llamarles a las muchachas y muchachos sensibles, que apenas doblan sus recién estrenados once años y están allí, cuidando de todos y todas como si fueran su propia familia; igualados en responsabilidad con hombres y mujeres que ya cruzaron los primeros y hasta los segundos “ta”, pero rejuvenecen en ese gesto solidario.

Los pequeños no se van sin darles las gracias. Los adultos tampoco. La niña se despide segura de que, en definitiva, aquella hija de Yemayá tenía razón, ella nació con el pan debajo del brazo en una isla golpeada por muchos oleajes, pero nunca náufraga. Perfectible, pero jamás sin rumbo. Disparatada a veces, pero humana y sensible como sus duendes. Amable como ellos. Salvadora.

Comentarios

GRACIAS POR ESCRIBIR SOBRE LAS ATENCIONES RECIBIDAS EN NUESTRA UNIVERSIDAD.
Muchas gracias a ustedes que en esos dias eran nuestra familia!!! Nuestros hermanitos y hermanitas para jugar, nuestras madres para mandarnos a hacer recados y nuestros abuelitos y abuelitas pelioneros!! Muchas gracias a ustedes.....

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