Raquel Revuelta, precursora de esencias

Raquel Revuelta, precursora de esencias
Fecha de publicación: 
14 Enero 2021
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Mary Tyrone está destinada a ser una adicta a la morfina para siempre, y su hijo más pequeño no puede escapar de la tuberculosis. Esas fueron las sorpresas narrativas de Eugene O’Neill en su obra maestra “Viaje de un largo día hacia la noche”, la primera puesta de Teatro Estudio en el ya lejano 1958.

Solo Estocolmo, Nueva York y Londres habían acaparado la atención de los concurrentes al teatro, antes que la clásica pieza fuera asumida por la batuta de Raquel y su hermano Vicente Revuelta.

La conocida y reputada Asociación de Reporteros Teatrales y Cinematográficos no dudó en otorgarle los premios a la mejor dirección, mejores actuaciones femenina y masculina y mejor escenografía, sin contar las largas columnas que las revistas le dedicaron a los nucleados por Raquel Revuelta.

Desde los albores de los años de 1940, aquella mujer hija de actores, se las había ingeniado para ganarse un nombre entre las celebridades habaneras gracias a Teatro Popular, a la sazón, piedra angular para consolidar una manera militante de transmitir los nuevos códigos de un teatro cambiante.

Y hablando de cambios, ya a finales de la década de los 50 con Teatro Estudio, otros más trascendentales y definitorios llegaron con el triunfo de enero de 1959. Ahí, la directora y actriz forjó una manera sobresaliente a tono con el dramaturgo alemán Bertoldt Brecht y las formas o efectos de distanciamiento y extrañamiento.

Se trataba, según los propios cometidos de la compañía, de un “teatro más militante que planteara los problemas que Cuba enfrentaba y la necesidad de tomar una posición social tal, que permitiera plasmar en obras artísticas la época que se comenzaba a vivir”.

Así, una joven prostituta llamada Shen-Té, residente en Sezuán, intenta cambiar la realidad, pero el mundo no reconoce la bondad, sino la ambición (El alma buena de Szechwan). Teatro épico, firmado justamente por Brecht, y primer suceso de Teatro Estudio dentro de las nuevas realidades.

En medio de todo el éxito de taquilla, una incansable actriz memoriza personajes para la televisión, y para el cine. Se cuenta que muchas veces en el ir y venir por las estancias de la sala Hubert de Blanck, se le veía a Raquel repasando los textos en un magistral soliloquio.

El universo conspira para alinear algunas maravillas. Por eso, el mismo Julio García Espinosa que junto a Vicente Revuelta adaptara “Juana de Lorena”, de Maxwell Anderson, hace ya algunos años para que ella brillara, coescribió el guión de “Lucía”, la más emblemática incursión de Raquel en el cine revolucionario.

Humberto Solás lo había decidido: sería la primera Lucía, la atormentada amante del hombre casi imposible en plena faena por la independencia. Muchos opinan que “Mamá, dame una gardenia” es una de las frases cinematográficas más reconocidas por el público desde su estreno en 1968.

Atrás había quedado la jovencísima de la Corte Suprema del Arte y la Escala de la Fama. No era la damita de la Compañía de Eugenia Zuffoli, mucho menos una aspirante a estrella en la emisora de Radio Mil Diez.

Por el contrario, ahora andaba buscando a Mayakovski, Gorki, dando oportunidades a veteranos y jóvenes actores, y a noveles y consagrados dramaturgos. Era la balanza contra no pocas injusticias en un mecanismo cambiante ajeno al “Star system” con sus contrataciones exclusivas y cachés millonarios.

Raquel Revuelta fue una precursora de esencias, una constructora de paradigmas, y una especie de jueza privada desdoblada en abogada pública; amada y reconocida, siempre fiel a su Teatro Estudio.

No le faltaron premios, jamás careció de aplausos, nadie pudo amordazar sus ilustrados desenfrenos, y no pocos discípulos suyos buscaron más de una vez cobija, protección y consejo. El 14 de enero de 2004, se dijo que le falló el corazón. Era falso: Explotó en millones de pedazos para abonar mucho más la Revolución.

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